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Manuel de Lacunza y Díaz S.I.

Lacunza, según la visión del pintor decimonónico Alejandro Ciccarelli
Información personal
Nacimiento 19 de julio de 1731
Santiago de Chile
Fallecimiento c. 18 de junio de 1801
Imola, Italia
Residencia Universidad Pontificia Colegio Máximo de San Miguel Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Española
Religión Catolicismo Ver y modificar los datos en Wikidata
Educación
Educación profesor de filosofía Ver y modificar los datos en Wikidata
Educado en
Información profesional
Ocupación Sacerdote
Cargos ocupados Catedrático de Gramática (1755-1768) Ver y modificar los datos en Wikidata
Empleador Universidad Pontificia Colegio Máximo de San Miguel (1755-1768) Ver y modificar los datos en Wikidata
Movimiento Milenarismo Ver y modificar los datos en Wikidata
Orden religiosa Compañía de Jesús Ver y modificar los datos en Wikidata

Manuel de Lacunza y Díaz S.J. ( * Santiago, Chile, 19 de julio de 1731 - † Imola, Italia, alrededor del 18 de junio de 1801). Sacerdote y teólogo jesuita chileno que realizó una interpretación milenarista de las profecías de la Biblia católica.

Biografía

Hijo de Carlos de Lacunza y de Josefa Díaz,[1]​ acaudalados comerciantes ocupados en el tráfico virreinal entre Chile y Lima, Lacunza ingresó a la Compañía de Jesús en 1747. A partir de entonces inició la primera etapa de su vida sacerdotal, marcada por la normalidad; ejerciendo como profesor de gramática en el Colegio Máximo de San Miguel de la capital chilena y ganando cierta discreta fama como orador de púlpito.

Debido a la expulsión de los jesuitas por orden del Rey Carlos III de España, salió exiliado de Chile en 1767. Su destierro lo llevó a la ciudad italiana de Imola, en la que se estableció en compañía de numerosos otros jesuitas chilenos expatriados.

Pero su vida de sacerdote exiliado se llenó de dificultades, producto de las prohibiciones para celebrar misa y realizar sacramentos que el Papa Clemente XIV impuso a los miembros de su orden. También su familia chilena comenzó a empobrecerse, por lo que las remesas de dinero que le enviaban eran cada vez más escasas.

Tras cinco años viviendo en comunidad con los jesuitas, Lacunza se retiró a habitar a una casa ubicada en las afueras de la ciudad. Ahí se instaló en soledad, aparentemente con la única compañía de un misterioso personaje, al que llama en sus cartas "mi buen mulato".

Como sea, algunos jesuitas chilenos, colegas suyos, lo describían como "un hombre cuyo retiro del mundo, parsimonia en su trato, abandono de su propia persona en las comodidades aun necesarias a la vida humana, y aplicación infatigable a los estudios, le conciliaban el respeto y admiración de todos".

Fue entonces que por medio de la bula Dominus ac Redemptor de 1773, el Papa disolvió la Compañía. La medida, que reportó al Vaticano grandes cesiones territoriales por parte de Francia y España, convirtió a Lacunza en clérigo seglar por decreto.

En este ostracismo total, el jesuita realizó el trabajo teológico de su vida, enmarcado en la corriente del milenarismo. Lo esbozó primero en un folleto, conocido como Anónimo Milenario, que llegó a circular en Sudamérica. Este texto, de 22 páginas apenas, dio pie a acalorados debates teológicos públicos, sobre todo en Buenos Aires, tras los cuales sus opositores lo denunciaron, obteniendo una prohibición del texto por parte de la Inquisición.

En 1790 culminó los tres tomos de su obra La venida del Mesías en gloria y majestad. A partir de entonces, y hasta su muerte, realizó infructuosos esfuerzos, como remitir oficios a la corona española, para conseguir autorización y apoyo para llevar su obra a la imprenta.

No se tiene certeza exacta acerca de la fecha de su muerte pues su cadáver fue encontrado en un foso, en una calle apartada de Imola. Entonces se supuso que había muerto por causas naturales, mientras realizaba uno de sus habituales paseos solitarios de cura septuagenario.

Destino de su obra

En 1812, a despecho de las prohibiciones anteriores, La venida del Mesías en gloria y majestad fue publicada póstumamente en Cádiz bajo el pseudónimo judío de Juan Josafat Ben-Ezra. En Londres se realizó otra edición en castellano en 1816, la cual fue financiada por el general argentino Manuel Belgrano. El libro fue denunciado aquel mismo año ante tribunales españoles y la Sagrada Congregación del Índice, siendo incluido en Index Librorum Prohibitorum de la Inquisición el 15 de enero de 1819.

Es interesante consignar que los enemigos de la obra expresaron su especial preocupación por el encanto que las ideas de Lacunza ejercían incluso entre el clero más conservador y militante. Esta atracción fue denunciada, por ejemplo, en una diatriba publicada en Madrid en 1824, subtitulada Observaciones para precaverlo (al público) de la seducción que pudiera ocasionarle la obra.

Una traducción al inglés fue publicada en 1827 por Edward Irving, el precursor de la secta británica Iglesia Católica Apostólica, bajo el título de The Coming of the Messiah. Para Irving la lectura de la obra había alcanzado la categoría de revelación. De hecho, aquel sacerdote estudió profundamente el castellano con el único fin de traducir a Lacunza.

Por lo mismo, no es extraño que el libro fuera transformándose en una de las mayores influencias del gran desarrollo del milenarismo ocurrido en el siglo XIX. Por ejemplo, las teorías de Lacunza -y sus seguidores en el mundo anglosajón- inspiraron al movimiento estadounidense del milerismo, a través de su líder, el predicador William Miller. Y a su vez, a través del milerismo, se podría afirmar que Lacunza influyó en los actuales herederos espirituales de dicho movimiento: los Adventistas del Séptimo Día y los Testigos de Jehová.

En este sentido, es una paradoja que la obra de un hombre, que se consideraba a sí mismo un católico ortodoxo, terminara por ser un texto clásico del cristianismo heterodoxo o "protestante".

Ideas de Lacunza

El jesuita creía haber encontrado durante su exilio algunos "descubrimientos nuevos, verdaderos, sólidos, innegables, y de grandísima importancia" para la disciplina de la Teología.

Hay dos concepciones que son el fundamento del resto de las elucubraciones teológicas -o "descubrimientos"- de Lacunza. En primer lugar, Lacunza desechaba la idea del fin del mundo como un momento de aniquilación o destrucción de lo creado:

Niega "que el mundo, esto es, los cuerpos materiales, o globos celestes que Dios ha creado (entre los cuales uno es el nuestro en que habitamos) haya de tener fin, o volver al caos, o nada, de donde salió (...) esta idea no la hallo en la Escritura, antes hallo repetidas veces la idea contraria, y en esto convienen los mejores intérpretes".

Por otra parte establece que las expresiones bíblicas fin del siglo presente y fin del mundo se refieren a dos momentos diferentes.

Entiende el "fin del siglo presente" o "Día del Señor" como el mero término de una etapa de la historia humana, clausurada por la venida de Cristo y el inicio de su reino en la Tierra, acompañada por el consiguiente juicio divino a los vivos. Este momento estaría también marcado por la conversión del pueblo judío. A partir de entonces habría de instaurarse una nueva sociedad, marcada por un reino de mil años de justicia y paz.

Lacunza entendía que, a partir de las profecías bíblicas, se podía esperar, para el período previo al "Día del Señor", una apostasía generalizada de la Iglesia Católica. Por lo mismo la Iglesia pasaría a formar parte del Anticristo, comprendido este no como un individuo, sino como "cuerpo moral" integrado por todos los apóstatas y ateos de la Tierra.

Este punto de su teología era especialmente polémico al prever que la Iglesia oficial se pondría del lado equivocado en el último combate entre el Bien y el Mal. Este punto fue, en definitiva, el que le valió la condena vaticana de su obra.

Por "fin del mundo" entendía la resurrección de los muertos y el Juicio Final, comprendido como una transmutación del mundo físico al plano de lo eterno. Este suceso debía ocurrir, según él, tras los mil años de reino terrenal de Cristo.

Cronista del exilio y la persecución

Otra de las dimensiones que se rescatan de Lacunza es su calidad como cronista de la experiencia del destierro y la persecución intelectual. Siendo él mismo un exiliado y un individuo permanentemente bloqueado por la autoridad, sus cartas personales al respecto han terminado por ser valoradas en Chile, país que ha sufrido ciclos de exilio masivo en tiempos posteriores:

Escribió de la condición desmedrada del desterrado. "Todos nos miran (a los jesuitas exiliados) como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir o como un cuerpo muerto y sepultado en el olvido . . . Entretanto nos vamos acabando. De 352 que salimos de Chile, apenas queda la mitad, y de éstos los más están enfermos, o mancones que apenas pueden servir para caballos yerbateros".

De la valoración de la tierra natal. "Nadie puede saber lo que es Chile si no lo ha perdido".

De los laberintos en los que puede perderse la razón del exiliado: "Acaba de morir Ignacio Ossa, hermano de doña María; el otro hermano, Martín, ya murió cerca de tres años. Antomas, aunque siempre fue loco tolerado, ahora está del todo rematado; ha estado en la loquería pública; más como no es loco furioso lo tenemos ahora entre nosotros, aunque encerrado con llave, porque ya se ha huido".

Bibliografía

  • Daneri, Juan J. 2005. Escatología y política jesuitas. La profecía del fin de los tiempos según Manuel Lacunza. Mapocho (Biblioteca Nacional de Chile) 58:181-201.
  • Daneri, Juan J. 2000. Los usos de la profecía. Escatología y política en 'La venida del Mesías en gloria y magestad' (1812) de Manuel Lacunza. Silabario, Revista de Estudios y Ensayos Geoculturales (Universidad Nacional de Córdoba) 3.3:91-100.

Enlaces externos

  1. Seperiza Pasquali, Iván. (2001). «Lacunza: el Milenarista». Consultado el 28 de julio de 2009. «Manuel Lacunza, nacido el 19 de julio de 1731. Sus padres, don Carlos y doña Josefa Díaz.»