Diferencia entre revisiones de «Revolución francesa»

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Los escritores del [[siglo XVIII]], [[filósofo]]s, [[politólogo]]s, [[científico]]s y [[economista]]s, denominados ''philosophes'', y desde 1751 ''[[enciclopedista]]s'', contribuyeron a minar las bases del [[Derecho Divino]] de los reyes. Pero ya en el [[racionalismo]] de [[René Descartes]] puede encontrarse el fundamento filosófico de la Revolución. La sola proposición "Pienso, luego existo" lleva implícito el proceso contra Luis XVI.
Los escritores del [[siglo XVIII]], [[filósofo]]s, [[politólogo]]s, [[científico]]s y [[economista]]s, denominados ''philosophes'', y desde 1751 ''[[enciclopedista]]s'', contribuyeron a minar las bases del [[Derecho Divino]] de los reyes. Pero ya en el [[racionalismo]] de [[René Descartes]] puede encontrarse el fundamento filosófico de la Revolución. La sola proposición "Pienso, luego existo" lleva implícito el proceso contra Luis XVI.


La corriente de pensamiento vigente en Francia era la [[Ilustración]], cuyos principios se basaban en la [[razón]], la [[igualdad]] y la [[libertad]]. La ilustración había servido de impulso a las ''[[Trece Colonias]]'' norteamericanas para la [[Independencia de los Estados Unidos|independencia de su metrópolis europea]]. Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de "trampolín" ideológico para el desarrollo de la revolución en Francia.La Revolución francesa fue un conflicto social y político, con diversos periodos de violencia, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a otras numerosas naciones de Europa que enfrentaban a partidarios y opositores del sistema denominado del Antiguo Régimen. Se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en 1799.
La corriente de pensamiento vigente en Francia era la [[Ilustración]], cuyos principios se basaban en la [[razón]], la [[igualdad]] y la [[libertad]]. La ilustración había servido de impulso a las ''[[Trece Colonias]]'' norteamericanas para la [[Independencia de los Estados Unidos|independencia de su metrópolis europea]]. Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de "trampolín" ideológico para el desarrollo de la revolución en Francia.
Si bien la organización política de Francia osciló entre república, imperio y monarquía durante 71 años después de que la Primera República cayera tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, lo cierto es que la revolución marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del sistema monárquico como tal, más allá de sus estertores, en la medida que le derrocó con un discurso capaz de volverlo ilegítimo.
Contenido
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• 1 Antecedentes ideológicos
• 2 Causas
• 3 Estados Generales de 1789
• 4 Asamblea Nacional
• 5 Estalla la revolución
o 5.1 Pérdida de poder de la Iglesia
o 5.2 Aparición de las facciones
• 6 Camino a la Constitución
• 7 Desde el aniversario de la toma de la Bastilla hasta la muerte de Mirabeau
• 8 Últimos días de la Asamblea Constituyente
• 9 La Asamblea Legislativa y la caída de la monarquía
• 10 La Convención
• 11 El reino del terror
• 12 Napoleón y la toma del poder
o 12.1 El Consulado
o 12.2 Primer Imperio
• 13 La Bandera Francesa y los símbolos de la Revolución
• 14 La Declaración de Derechos
• 15 Referencias
o 15.1 Bibliografía complementaria
• 16 Véase también

[editar] Antecedentes ideológicos
Los escritores del siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados philosophes, y desde 1751 enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los reyes. Pero ya en el racionalismo de René Descartes puede encontrarse el fundamento filosófico de la Revolución. La sola proposición "Pienso, luego existo" lleva implícito el proceso contra Luis XVI.
La corriente de pensamiento vigente en Francia era la Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la libertad. La ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias norteamericanas para la independencia de su metrópolis europea. Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de "trampolín" ideológico para el desarrollo de la revolución en Francia.
[editar] Causas
En términos generales fueron varios los factores que influyeron en la Revolución: un régimen monárquico que sucumbiría ante su propia rigidez en el contexto de un mundo cambiante; el surgimiento de una clase burguesa que nació siglos atrás y que había alcanzado un gran poder en el terreno económico y que ahora empezaba a propugnar el político; el descontento de las clases populares; la expansión de las nuevas ideas liberales; la crisis económica que imperó en Francia tras las malas cosechas y los graves problemas hacendísticos causados por el apoyo militar a la independencia de Estados Unidos. Ésta intervención militar se convertiría en arma de doble filo, pues, pese a ganar Francia la guerra contra Gran Bretaña y resarcirse así de la anterior derrota en la Guerra de los siete años, la hacienda quedó en bancarrota y con una importante deuda externa. Los problemas fiscales de la monarquía, junto al ejemplo de democracia del nuevo Estado emancipado precipitaron los acontecimientos.
Desde el punto de vista político, fueron fundamentales ideas tales como las expuestas por Voltaire, Rousseau o Montesquieu (como por ejemplo, los conceptos de libertad política, de fraternidad y de igualdad, o de rechazo a una sociedad dividida, o las nuevas teorías políticas sobre la separación de poderes del Estado). Todo ello fue rompiendo el prestigio de las instituciones del Antiguo Régimen y ayudaron a su desplome.
Desde el punto de vista económico, la inmanejable deuda del estado fue exacerbada por un sistema de extrema desigualdad social y de altos impuestos que los estamentos privilegiados, nobleza y clero, no tenían obligación de pagar, pero que sí oprimía al resto de la sociedad. Hubo un aumento de los gastos del Estado simultáneo a un descenso de la producción agraria de terratenientes y los campesinos, lo que produjo una grave escasez de alimentos en los meses precedentes a la Revolución. Las tensiones, tanto sociales como políticas, mucho tiempo contenidas, se desataron en una gran crisis económica a consecuencia de los dos hechos puntuales señalados: la colaboración interesada de Francia con la causa de la independencia estadounidense (que ocasionó un gigantesco déficit fiscal) y el aumento de los precios agrícolas.
El conjunto de la población mostraba un resentimiento generalizado dirigido hacia los privilegios de los nobles y el dominio de la vida pública por parte de una ambiciosa clase profesional, para quien el ejemplo del proceso revolucionario estadounidense abrió los horizontes de cambio político.
[editar] Estados Generales de 1789
Artículo principal: Estados Generales de Francia
Los Estados Generales estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de deliberar y tenían sólo un voto por estamento. La convocatoria fue un motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia de que no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en juego la idea de Soberanía Nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.
El tercer impacto de los Estados Generales fue de gran tumulto político, particularmente por la determinación del sistema de votación. El Parlamento de París propuso que se mantuviera el sistema de votación que se había usado en 1614, si bien los magistrados no estaban muy seguros acerca de cuál había sido en realidad tal sistema. Sí se sabía, en cambio, que en dicha asamblea habían estado representados (con el mismo número de miembros) la nobleza (Primer Estado), el clero (Segundo Estado) y la burguesía (Tercer Estado). Inmediatamente, un grupo de liberales parisinos denominado «Comité de los Treinta», compuesto principalmente por gente de la nobleza, comenzó a protestar y agitar, reclamando que se duplicara el número de asambleístas con derecho a voto del Tercer Estado (es decir, los «Comunes»). El gobierno aceptó esta propuesta, pero dejó a la Asamblea la labor de determinar el derecho de voto. Este cabo suelto creó gran tumulto.
El rey y una parte de la nobleza no aceptaron la situación. Los miembros del Tercer Estamento se autoproclamaron Asamblea Nacional, y se comprometieron a escribir una Constitución. Sectores de la aristocracia confiaban en que estos Estados Generales pudieran servir para recuperar parte del poder perdido, pero el contexto social ya no era el mismo que en 1614. Ahora existía una élite burguesa que tenía una serie de reivindicaciones e intereses que chocarían frontalmente con los de la nobleza (y también con los del pueblo, cosa que se demostraría en los años siguientes).
[editar] Asamblea Nacional
Artículo principal: Asamblea Nacional (Revolución Francesa)
El Juramento del Juego de Pelota, obra de Jacques-Louis David.
Cuando finalmente los Estados Generales de Francia se reunieron en Versalles, el 5 de mayo de 1789 y se originaron las disputas respecto al tema de las votaciones, los miembros del Tercer Estado debieron verificar sus propias credenciales, comenzando a hacerlo el 28 de mayo y finalizando el 17 de junio, cuando los miembros del Tercer Estado se declararon como únicos integrantes de la Asamblea Nacional: ésta no representaría a las clases pudientes sino al pueblo en sí. La primera medida de la Asamblea fue votar la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano». Si bien invitaron a los miembros del Primer y Segundo Estado a participar en esta asamblea, dejaron en claro sus intenciones de proceder incluso sin esta participación.
La monarquía, opuesta a la Asamblea, cerró las salas donde ésta se estaba reuniendo. Los asambleístas se mudaron a un edificio cercano, donde la aristocracia acostumbraba a jugar el juego de la pelota, conocido como Jeu de paume. Allí es donde procedieron con lo que se conoce como el «Juramento del Juego de la pelota» el 20 de junio de 1789, prometiendo no separarse hasta tanto dieran a Francia una nueva constitución. La mayoría de los representantes del clero se unieron a la Asamblea, al igual que 47 miembros de la nobleza. Ya el 27 de junio, los representantes de la monarquía se dieron por vencidos. También por esa fecha grandes contingentes de tropas militares comenzaron a llegar a París y Versalles. Los mensajes de apoyo a la Asamblea llovieron desde París y otras ciudades. El 9 de julio la Asamblea se nombró a sí misma «Asamblea Nacional Constituyente».
[editar] Estalla la revolución
Artículo principal: Toma de la Bastilla
La liberté guidant le peuple, pintura de Eugène Delacroix, erróneamente atribuida a representar la revolución de 1789 pese a que corresponde a los sucesos revolucionarios de 1830. Museo del Louvre, París
El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores al igual que la de su hermano, el Conde D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta medida como un auto-golpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo por el miedo de lo que les podria suceder.
El 14 de julio el pueblo de París respaldó en las calles a sus representantes y, ante el temor de que las tropas reales los detuvieran, asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico pero también punto estratégico del plan de represión de Luis XVI, pues sus cañones apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los insurgentes tomaron la prisión, matando a su gobernador, el Marqués Bernard de Launay. Si bien sólo cuatro presos fueron liberados, la Bastilla se convirtió en un potente símbolo de todo lo que resultaba despreciable en el antiguo régimen. Retornando al Ayuntamiento, la multitud acusó al Alcalde Jacques de Flesselles de traición, quien recibió un balazo que lo mató. Su cabeza fue cortada y paseada por la ciudad clavada en una pica, naciendo desde entonces la costumbre de pasear en una pica las cabezas de los decapitados, lo que se volvió muy común durante la Revolución.
La Revolución se fue extendiendo por ciudades y pueblos, creándose nuevos ayuntamientos que no reconocían otra autoridad que la Asamblea Nacional Constituyente. Los campesinos dejaron de pagar impuestos y destruyeron castillos y todo lo que simbolizara al feudalismo. La Asamblea Nacional, actuando detrás de los nuevos acontecimientos, suprimió por ley las servidumbres personales (abolición del feudalismo), los diezmos, y las justicias señoriales, que ya habían sido suprimidos de hecho por el campesinado, instaurando la igualdad ante el impuesto, ante penas y en el acceso a cargos públicos. El rey, junto con sus seguidores militares, retrocedió al menos por el momento. Lafayette tomó el mando de la Guardia Nacional de París y Jean-Sylvain Bailly, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, fue nombrado nuevo alcalde de París. El rey visitó París el 27 de julio y aceptó la bandera tricolor.
Sin embargo, después de esta violencia, los nobles, no muy seguros del rumbo que tomaría la reconciliación temporal entre el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país, algunos con la intención de fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a las naciones europeas a respaldar al rey. Éstos fueron conocidos como los «émigrés» (los emigrados).
La insurrección y el espíritu de poder popular siguieron extendiéndose por toda Francia. En las áreas rurales se llevaron a cabo actos de quema de títulos sobre tierras, y varios castillos y palacios fueron atacados. Esta insurrección agraria se conoce como «La Grande Peur» (el gran miedo).
Véase también: Bastilla
El 4 de agosto de 1789, en la llamada "Noche de la locura", la Asamblea Nacional Constituyente abolió el feudalismo, eliminando las prebendas que recibía el clero y los derechos señoriales de la nobles (como, por ejemplo, el privilegio de no pagar impuestos que tenían). En cuestión de horas, los nobles y el clero perdieron sus privilegios. El curso de los acontecimientos estaba ya marcado, si bien llevó cuatro años la implantación del nuevo modelo.
[editar] Pérdida de poder de la Iglesia
La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia Católica que paso a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia para imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron también los privilegios del clero y se confiscaron los bienes de la Iglesia. Bajo el Antiguo Régimen la Iglesia era el mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó legislación que convertía al clero en empleados del Estado. Éstos fueron unos años de dura represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. El Concordato de 1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó este proceso y establecieron normas de convivencia que se mantuvieron vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905 cuando la Tercera República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario gregoriano, propio de la religión católica fue anulado por Billaud-Varenne, en favor de un calendario republicano y una nueva era que establecía como primer día el 22 de septiembre de 1792.
[editar] Aparición de las facciones
Véase también: Izquierda y Derecha
Honore Gabriel Victor Riqueti, Conde de Mirabeau (1749-1791)
Maximiliano Robespierre (1758-1794), líder revolucionario francés
Pronto comenzaron a aparecer facciones dentro de la Asamblea. El aristócrata Jacques Cazales y el abad Jean-Sifrein Maury encabezaron un grupo derechista opuesto a la Revolución. Otros, como Jean Mounier, el Conde de Lally-Tollendal, el Conde de Clemont-Tonnerre y el Conde de Vyrieu, formaron un grupo denominado «Demócratas Realistas», que abogaba por el establecimiento de un régimen parecido al británico. Por otra parte, Mirabeau, Lafayette y Bailly representaban el ala centro-izquierdista de la asamblea. No faltaban los radicales izquierdistas entre los que destacaba el abogado Maximilien Robespierre (ver más abajo).
El 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirándose en gran parte en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo el principio de libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una serie de principios más que una constitución con efectos legales.
[editar] Camino a la Constitución
La Asamblea Nacional Constituyente no era sólo un órgano legislativo sino la encargada de redactar una nueva Constitución. Algunos, como Necker, favorecían la creación de una asamblea bicameral en donde el senado sería escogido por la Corona entre los miembros propuestos por el pueblo. Los nobles, por su parte, favorecían un senado compuesto por miembros de la nobleza elegidos por los propios nobles. Prevaleció, sin embargo, la tesis liberal de que la Asamblea tendría una sola cámara, quedando el rey sólo con el poder de veto, pudiendo posponer la ejecución de una ley, pero no su total eliminación.
El movimiento de los monárquicos para bloquear este sistema fue desmontado por el pueblo de París, compuesto fundamentalmente por mujeres (llamadas despectivamente "Las Furias"), que marcharon el 5 de octubre de 1789 sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y su familia se vieron obligados a abandonar Versalles y se trasladaron a Las Tullerías en París.
[editar] Desde el aniversario de la toma de la Bastilla hasta la muerte de Mirabeau
Los electores habían escogido a los miembros de los Estados Generales por un periodo de un año, pero de acuerdo al Juramento del Jeu de paume, los miembros del Tercer Estado, también llamados los «comunes», acordaron no abandonar la Asamblea en tanto no se hubiera elaborado una Constitución.
Durante 1790 se intensificó la lucha política e incluso se produjeron movimientos anti-revolucionarios, pero sin éxito. En este periodo se comenzaron a formar «clubes» políticos entre los que destacaban los Jacobinos. En agosto de 1790 existían 152 clubes jacobinos.
Mientras tanto, la Asamblea trabajaba para establecer una nueva Constitución. Una nueva organización judicial dio características temporales a todos los magistrados y total independencia de la Corona. Al rey sólo le quedó el poder ejecutivo. La asamblea, por su parte, eliminó todas las barreras comerciales y suprimió las organizaciones empresariales y obreras; en adelante, los individuos que quisieran desarrollar prácticas comerciales necesitarían una licencia, y se abolió el derecho a la huelga.
A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una legislación contra los franceses que emigraron durante la Revolución («émigrés»). Se pretendía coartar la libertad de salir del país. Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de 1791 Mirabeau fallece, y la Asamblea adopta esta draconiana medida.
El 20 de junio de 1791, Luis XVI, opuesto al curso que iba tomando la Revolución, huyó junto con su familia de las Tullerías. Sin embargo, al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse ver, fue arrestado en Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la guardia. A su regreso a París el pueblo se mantuvo en silencio, y tanto él como su esposa, Maria Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis XVII) y su hermana (Madame Isabel) permanecieron bajo custodia.
[editar] Últimos días de la Asamblea Constituyente
Aun cuando existía una fuerte corriente política que favorecía la monarquía constitucional, al final venció la tesis de mantener al rey como una figura decorativa. Jacques Pierre Brissot introdujo una petición insistiendo en que, a los ojos del pueblo, Luis XVI había sido depuesto por el hecho de su huida. Una inmensa multitud se congregó en el Campo de Marte para firmar dicha petición. Georges Danton y Camille Desmoulins pronunciaron discursos exaltados. La Asamblea pidió a las autoridades municipales guardar el orden. Bajo el mando de La Fayette, la Guardia Nacional se enfrentó a la multitud. Al principio, tras recibir una oleada de piedras, los soldados respondieron disparando al aire; dado que la multitud no cedía, Lafayette ordenó disparar a los manifestantes, ocasionando más de 50 muertos.
Tras esta masacre, las autoridades cerraron varios clubes políticos, así como varios periódicos radicales como el que editaba Jean-Paul Marat. Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y Marat permanecieron escondidos.
Mientras tanto, la Asamblea había redactado la Constitución y el rey había sido restituido, aceptándola. El rey pronunció un discurso ante la Asamblea, que fue acogido con un fuerte aplauso. La Asamblea Constituyente cesó en sus funciones el 29 de septiembre de 1791.
[editar] La Asamblea Legislativa y la caída de la monarquía
Georges-Jacques Danton
El calendario republicano
10 de agosto de 1792, Comuna de París
Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una monarquía constitucional. El rey tenía que compartir su poder con la Asamblea, pero todavía mantenía el poder de veto y la potestad de elegir a sus ministros.
La Asamblea Legislativa se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791, degenerando en un caos un año después. La componían: Derecha: 264 diputados feuillants (dirigidos por Barnave, Duport y Lameth) y girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. Centro: 345 diputados independientes, carentes de programa político definido. Izquierda: 136 diputados inscritos en el club de los jacobinos o en el de los cordeliers. Escasa influencia en la Asamblea, manipulada por los girondinos. Gran influencia sobre las masas populares, de las que reciben constante apoyo. Mientras los jacobinos tienen detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers cuentan con el apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses. Por medio de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le Père Duchesne, Marat y Hebert se convierten en sus portavoces.
Este gran número de diputados dio lugar a los partidos políticos o "clubes". El más célebre de entre éstos fue el partido de los jacobinos, dominado por Robespierre. A la izquierda de este partido se encontraban los "cordeleros", quienes defendían el sufragio universal masculino (derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada edad). Los cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de la república. Estaban dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges Danton, representando siempre al pueblo más humilde. El grupo de ideas más moderadas era el de los girondinos, que defendían el sufragio censitario y propugnaban una monarquía constitucional. También se encontraban aquellos que formaban parte de "el pantano", o "el llano", como eran llamados aquellos que no tenían un voto propio, y que se iban por las proposiciones que más les convenían, así ya vinieran de los jacobinos, ya de los girondinos.
En los primeros meses de funcionamiento de la Asamblea, el rey había vetado una ley que amenazaba con la condena a muerte a los "émigrés", y otra que exigía al clero prestar juramento de lealtad al estado. Desacuerdos de este tipo fueron los que llevaron más adelante a la crisis constitucional.
Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a invadir la Francia revolucionaria, lo que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional, dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa. Durante la guerra, la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad hacia la reina María Antonieta (llamada la "austriaca" por ser hija de un emperador de aquel país y "Madame Déficit" por el gasto que representaba al Estado, que no era mayor que la mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi siempre se negaba a firmar leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.
El 10 de agosto de 1792, las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías, y la Asamblea Legislativa volvió a suspender las funciones constitucionales del rey. La Asamblea acabó convocando elecciones con el objetivo de configurar (por sufragio universal) un nuevo parlamento que recibiría el nombre de Convención. Aumentaba la tensión política y social en Francia, así como la amenaza militar de las potencias europeas. El conflicto se planteaba así entre una monarquía constitucional francesa en camino de convertirse en una democracia republicana, y las monarquías europeas absolutas. El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la República. Creó también un nuevo calendario, según el cual el año 1792 se convertiría en el año 1 de la nueva era.
El gobierno pasó a depender de la Comuna insurreccional. Cuando la Comuna envió grupos de sicarios a las prisiones, asesinaron a 1.400 víctimas, y pidió a otras ciudades de Francia que hicieran lo mismo, la Asamblea no opuso resistencia. Esta situación persistió hasta el 20 de septiembre de 1792, en que se creó un nuevo cuerpo legislativo denominado Convención, y que de hecho se convirtió en el nuevo gobierno de Francia.
[editar] La Convención
Artículo principal: Convención Nacional
Ejecución del rey Luis XVI
El poder legislativo de la nueva República estuvo a cargo de la Convención, mientras que el poder ejecutivo recayó sobre el Comité de Salvación Nacional.
En el Manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con otros países europeos. La reina Maria Antonieta, nacida en Austria y hermana del Emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así una revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de toda relación entre ambos países.
[editar] El reino del terror
Artículo principal: Reinado del Terror
La guillotina, que fue el instrumento de ejecución de entre 35.000 a 40.000 personas durante la época del terror
9 de Thermidor, la caída de Robespierre
El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de septiembre de 1792), todas las tropas francesas (formadas por tenderos, artesanos y campesinos de toda Francia) derrotaron por primera vez a un ejército prusiano en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas. El poder fue entregado a un Directorio formado por cinco miembros, acabando aquí el proceso revolucionario.
Sin embargo, la situación económica seguía empeorando, lo cual dio origen a revueltas de las clases más pobres. Los llamados «sans-culottes» expresaban su descontento por el hecho de que la Revolución Francesa no sólo no estaba satisfaciendo los intereses de las clases bajas sino que incluso algunas medidas liberales causaban un enorme perjuicio a éstas (libertad de precios, libertad de contratación, Ley de Chapelier, etc.). Al mismo tiempo se comenzaron a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas regiones de Francia. En la Vendée, un levantamiento popular fue especialmente significativo: campesinos y aldeanos se alzaron por el rey y las tradiciones católicas, provocando la llamada Guerra de Vendée, reprimida tan cruentamente por las autoridades revolucionarias parisinas que se ha llegado a calificar de genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con destruir la Revolución y la República. Todo ello motivó la trama de un golpe de estado por parte de los jacobinos, quienes buscaron el favor popular en contra de los girondinos. La alianza de los jacobinos con los «sans-culottes» se convirtió de hecho en el centro del gobierno.
Los jacobinos llevarían en su política algunas de las reivindicaciones de los «sans-culottes» y las clases bajas, pero no todas sus reivindicaciones serían aceptadas, y jamás se cuestionó la propiedad privada. Los jacobinos no pusieron nunca en duda el orden liberal, pero sí llevaron a cabo una democratización del mismo, pese a la represión que desataron contra los opositores políticos (tanto conservadores como radicales).
Charlotte Corday tras asesinar a Marat, obra de Paul Baudry
Se redactó en 1793 una nueva Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, y una nueva constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal. El Comité de Salvacion Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre y los jacobinos desataron lo que se denominó el Reinado del Terror (1793-1794). No menos de 10.000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que eventualmente la llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron ser hasta 40.000 los que fueron víctimas del Terror
En 1794, Robespierre procedió a ejecutar a ultra-radicales y a jacobinos moderados. Su popularidad, sin embargo, comenzó a erosionarse. El 27 de julio de 1794, ocurrió otra revuelta popular contra Robespierre, apoyada por los moderados que veían peligroso el trayecto de la Revolución, cada vez más exaltada. El pueblo, por otro lado, se rebela contra la condición burguesa de Robespierre que revolucionario antes, ahora persigue a Verlet, Leclerc y Roux. Los miembros de la Convención lograron convencer al "pantano", y derrocar y ejecutar a Robespierre junto con otros líderes del Comité de Salvacion Pública. La Convención aprobó una nueva Constitución el 17 de agosto de 1795, ratificada el 26 de septiembre en un plebiscito.
La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos.
[editar] Napoleón y la toma del poder
Napoleón Bonaparte, Primer Cónsul
La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte, retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de estado (18 de Brumario) instalando el Consulado
[editar] El Consulado
Artículo principal: Consulado (Francia)
Le daba de forma efectiva poderes dictatoriales, cerrando con esto el capítulo histórico de la Revolución Francesa.
El cargo de cónsules lo ostentaron Napoleón Bonaparte, Sieyès y Ducos temporalmente hasta el 12 de diciembre de 1799. Posteriormente, Sieyés y Ducos fueron reemplazados por Jean Jacques Régis de Cambacérès y Charles-François Lebrun, quienes siguieron en el cargo hasta 1804, cuando Napoleón fue coronado Emperador de los Franceses.
[editar] Primer Imperio
Artículo principal: Primer Imperio Francés
El Primer Imperio Francés, conocido comúnmente como el Imperio Napoleónico, cubre el periodo de la poderosa irradiación y dominación de Francia sobre la Europa Continental, bajo el gobierno de Napoleón I, Emperador de los franceses y Rey de Italia. Oficialmente, el término se refiere al periodo comprendido entre el fin del Consulado hasta la Restauración de la monarquía borbónica, aunque posteriormente vivió un epílogo entre el periodo de los Cien Días (1 de marzo de 1815) y la abdicación final de Napoleón, el 22 de junio de 1815. Es este un periodo de la historia de Francia caracterizado por las feroces campañas bélicas que le fueron impuestas a sangre y fuego, promovidas y financiadas todas por Inglaterra, y ejecutadas por procuración por sus aliados continentales a lo largo de 7 coaliciones internacionales. Estos conflictos son conocidos como Guerras Napoleónicas, pero ésta expresión engañosa e incorrecta históricamente ha sido fuertemente rebatida en años recientes, y en la actualidad comienza a difuminarse en provecho del término más apropiado de "Guerras de Coalición".
El nuevo gobierno instaurado, a pesar de ser una monarquía, mejoraba las condiciones de vida del tercer estamento, otorgándoles derechos y obligaciones morales y cívicas iguales a los otros dos estamentos (el clero y los nobles); por lo que Napoleón recibió un gran apoyo popular.
[editar] La Bandera Francesa y los símbolos de la Revolución
Bandera de Francia
Logotipo oficial del gobierno de la República Francesa.
La Marsellesa. Himno nacional de Francia desde 1795.
Terminada la Revolución Francesa surge la República Francesa y convocaron a la Asamblea General que es la reunión de los Tres Estados Franceses: el Clero, la Nobleza, y el Estado Llano. Cuando estos se reúnen se les conoce como Estados Generales; su bandera la crean y perdura hasta nuestros días; en donde el azul representa al Estado Noble, el blanco representa al Clero y el rojo representa al Pueblo Llano o Tercer Estado (lo que en Francia se denomina estado, en España se conoce como estamento).
Otra versión del origen del tricolor francés, es que el azul y el rojo son los colores de la bandera de París y se le añadió el blanco en el medio en representación de Luis XVI, que era de la casa de los borbones, cuya bandera es blanca con tres flores de lis.
Otro símbolo de la Revolución Francesa, aparte de la bandera de Francia, es el gorro frigio (también llamado gorro de la libertad) el cual aparece en los Escudos Nacionales de Francia, Haití, Cuba, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Paraguay y Argentina.
El himno La Marsellesa, letra y música de Claude-Joseph Rouget de Lisle, capitán de ingenieros de la guarnición de Estrasburgo, se popularizó a tal punto que el 14 de julio de 1795 fue declarado Himno Nacional de Francia; originalmente se llamaba Chant de guerre pour l'armée du Rhin (Canto de guerra para el ejército del Rin), pero los voluntarios del general François Mireur que salieron de Marsella entraron a París el 30 de julio de 1792 cantando dicho himno como canción de marcha. Los parisinos los acogieron con gran entusiasmo y bautizaron el cántico como La Marsellesa.
Otros símbolos de la Revolución eran las escarapelas tricolores, el lema nacional Liberté, égalité, fraternité (libertad, igualdad y fraternidad), el nuevo calendario republicano (en sustitución del calendario gregoriano) y la guillotina.
[editar] La Declaración de Derechos
Artículo principal: Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Una de las consecuencias con mayor alcance histórico de la revolución fue la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. En su doble vertiente, moral (derechos naturales inalienables) y política (condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos naturales e individuales), condiciona la aparición de un nuevo modelo de Estado, el de los ciudadanos, el Estado de Derecho, democrático y nacional. Aunque la primera vez que se proclamaron solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados Unidos (Declaración de Derechos de Virginia en 1776 y Constitución de los Estados Unidos en 1787), la revolución de los derechos humanos es un fenómeno puramente europeo. Será la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789 la que sirva de base e inspiración a todas las declaraciones tanto del siglo XIX como del siglo XX.
El distinto alcance de ambas declaraciones es debido tanto a cuestiones de forma como de fondo. La declaración francesa es indiferente a las circunstancias en que nace y añade a los derechos naturales, los derechos del ciudadano. Pero sobre todo, es un texto atemporal, único, separado del texto constitucional y, por tanto, con un carácter universal, a lo que hay que añadir la brevedad, claridad y sencillez del lenguaje. De ahí su trascendencia y éxito tanto en Francia como en Europa y el mundo occidental en su conjunto.
[editar] Referencias
Este artículo incorpora material de las siguientes fuentes bajo dominio público:
• XI edición de la Encyclopædia Britannica, de 1911;
• History of the French Revolution from 1789 to 1814, de François Mignet (1824), tal como es provisto por el Proyecto Gutenberg.
[editar] Bibliografía complementaria
• Calatrava Escobar, Juan: Estudios sobre la Revolución Francesa y el final del Antiguo Régimen. Tres Cantos: Akal, 1980. ISBN 978-84-7339-504-5
• Chartier, Roger: Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa. Barcelona: Editorial Gedisa, 1995. ISBN 978-84-7432-509-6
• Cobban, Alfred: La interpretación social de la revolución francesa. Madrid: Narcea de Ediciones, 1971. ISBN 978-84-277-0003-1
• Furet, François: La revolución a debate. Madrid: Encuentro, 2000. ISBN 978-84-7490-558-8
• Kropotkin, Piotr: Historia de la Revolución Francesa
• Reichardt, Rolf E.: La Revolución Francesa y la cultura democrática: la sangre de la libertad. Madrid: Siglo XXI, 2002. ISBN 978-84-323-1081-2
• Soboul, Albert: La Francia de Napoleón. Barcelona. Crítica. 1993. ISBN 978-84-7423-564-7
• Soboul, Albert: La revolución francesa. Vilassar de Mar: Oikos-Tau, 1981. ISBN 978-84-281-0485-2
• Vovelle, Michel: Introducción a la historia de la Revolución Francesa. Barcelona: Editorial
Revolución francesa
"La Libertad guiando al pueblo", Eugene Delacroix
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• Se conoce como Revolución francesa al proceso social y político ocurrido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales consecuencias fueron:
• — El derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones
— La abolición de la monarquía en Francia
— La proclamación de la Iª República
• El mismo año de 1789, cuando los colonos norteamericanos publicaban su Constitución, estallaba la Revolución en Francia. Esta tuvo una repercusión tal, que se la considera como el inicio de la época Contemporánea.
• Causas
Luis XVI, Rey de Francia
• Las ácidas críticas de los escritores de la Ilustración al sistema político imperante; el descontento general ante el fracaso de la política exterior que obligó a entregar el Canadá a Inglaterra, y las aspiraciones de la alta burguesía a intervenir en el gobierno de la nación, prepararon un clima propicio a la revolución. Ella estalló al agudizarse la crisis económica que venía sufriendo el país desde el final de 1763.
• Las causas más influyentes fueron:
• — La incapacidad de las clases gobernantes (nobleza, clero y burguesía) para hacer frente a los problemas de Estado
— La indecisión de la monarquía
— Los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado
— El empobrecimiento de los trabajadores
— La agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces
— El ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense
• Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había sufrido periódicas crisis económicas motivadas por:
• — Largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV
— Mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV
— Las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa e India (1754-1763)
— El aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783).
• No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Necker y legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de las provincias.
María Antonieta y sus hijos. El temperamento frívolo de la reina concitó contra ella la animosidad del pueblo francés
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• En agosto de 1774, el rey nombró controlador general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyó una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado. Sin embargo, la mayor parte de su política restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las presiones de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María Antonieta de Austria. Su sucesor, el financiero y político Jacques Necker, tampoco consiguió realizar grandes cambios antes de abandonar su cargo en 1781, debido asimismo a la oposición de los mismos grupos.
• La censura quedó abolida durante la campaña y multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Necker, a quien el monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en que el número de representantes del tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a establecer un método de votación.
• A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789.
• Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados.
El pueblo exigía la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea de notables formada por representantes del clero, la nobleza y el tercer estado), cuya última reunión se había producido en 1614, y el rey Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788
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• Las clases sociales que carecían de propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
• La precipitación de los acontecimientos
• Luis XVI convocó a los Estados Generales del Reino (una asamblea consultiva) que no se reunían desde 1614. Esta convocatoria fue exigida por los "privilegiados" (clero y nobleza) quienes se negaban a pagar los tributos indispensables para conjurar la crisis económica. Los burgueses se aprovecharon de estas circunstancias y, ante la amenaza de la nobleza armada que pretendió mantener sus privilegios, movilizaron a toda la nación. El pueblo salió a las calles de París y el 14 de julio de 1789, se apoderaron de la Bastilla. Esta prisión era el símbolo del absolutismo político y del régimen que se deseaba cambiar. En esta jornada, una muchedumbre de artesanos, obreros, tenderos, estudiantes y funcionarios se impusieron a las tropas reales.
El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio
• Durante el transcurso de los diez años siguientes a estos acontecimientos, los ideales revolucionarios demostraron su fuerza. Se obtuvo la libertad política, la dictación de una Constitución que dividía los poderes del Estado para garantizar la libertad individual, para asegurar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y para permitir la expresión de la soberanía popular mediante el sufragio.
• A fin de defender sus conquistas ante la reacción de la nobleza que se alió con los monarcas extranjeros, los burgueses revolucionarios exaltaron el principio de la nacionalidad identificando a la Nación con el Estado. Al comienzo, nadie pensó que la conquista de la libertad desataría la violencia y la destrucción, pero así sucedió. No solamente el Rey fue guillotinado, también muchos protagonistas del proceso revolucionario se transformaron en sus víctimas.
• En la Revolución francesa podemos distinguir cuatro etapas:
• 1.- La Asamblea Constituyente (1789-1791): formada por decisión de los miembros de la burguesía en el seno de la Asamblea de los Estados Generales convocados por el Rey; abolió los privilegios, sometió al clero al poder civil y secularizó sus bienes, ordenó la redacción de la "Declaración de los derechos del hombre", y estableció el imperio de la Constitución de 1791.
• El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Necker fue nuevamente destituido.
• La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del "Gran Miedo"). El clero y la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4 de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos privilegiados.
• La burguesía en París, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional.
La Fayette
• Junto con la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución, sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité, Fraternité" ("Libertad, Igualdad, Fraternidad").
• El 5 y el 6 de octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión.
• 2.- La Asamblea Legislativa (1791-1792): elegida por sufragio censitario y donde se impuso la tendencia republicana de los moderados girondinos y los extremistas jacobinos sobre los defensores de la monarquía; creó el ejército nacional para defender el proceso revolucionario contra los demás monarcas europeos, ya que los nobles que habían emigrado trataban de conseguir la ayuda de Prusia y Austria para restablecer el "Antiguo Régimen".
• El 17 de julio de 1791 los sans-culottes (miembros de una tendencia revolucionaria radical que exigía la proclamación de la república) se reunieron en el Campo de Marte y exigieron que se depusiera al monarca. La Guardia Nacional abrió fuego contra los manifestantes y los dispersó siguiendo las órdenes de La Fayette, vinculado políticamente a los feuillants, un grupo formado por monárquicos moderados.
• El rey fue privado de sus poderes durante un breve periodo, pero la mayoría moderada de la Asamblea Constituyente, que temía que se incrementaran los disturbios, restituyó a Luis XVI con la esperanza de frenar el ascenso del radicalismo y evitar una intervención de las potencias extranjeras.
• El 14 de septiembre, el rey juró respetar la Constitución modificada. Dos semanas después, se disolvió la Asamblea Constituyente para dar paso a las elecciones sancionadas por la Constitución. Durante este tiempo, Leopoldo II y Federico Guillermo II, rey de Prusia, emitieron el 27 de agosto una declaración conjunta referente a Francia en la que se amenazaba veladamente con una intervención armada.
• La Asamblea Legislativa, que comenzó sus sesiones el 1 de octubre de 1791, estaba formada por 750 miembros que no tenían experiencia alguna en la vida política, debido a que los propios integrantes de la Asamblea Constituyente habían votado en contra de su elegibilidad como diputados de la nueva cámara. Ésta se hallaba dividida en facciones divergentes.
• El centro de la cámara acogía al grupo mayoritario, conocido como el Llano, que carecía de opiniones políticas definidas pero que se oponía unánimemente al sector radical que se sentaba en el ala izquierda, compuesto principalmente por los girondinos, que defendían la transformación de la monarquía constitucional en una república federal, un proyecto similar al de los montagnards (grupo que por ocupar la parte superior de la cámara, recibió el apelativo de La Montaña) integrados por los jacobinos y los cordeliers, que abogaban por la implantación de una república centralizada.
María Antonieta ante un Tribunal Revolucionario
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• Antes de que estas disensiones abrieran una profunda brecha en las relaciones entre los girondinos y los montagnards, el sector republicano de la Asamblea consiguió la aprobación de varios proyectos de ley importantes, entre los que se incluían severas medidas contra los miembros del clero que se negaran a jurar lealtad al nuevo régimen. Sin embargo, Luis XVI ejerció su derecho a veto sobre estos decretos, provocando así una crisis parlamentaria que llevó al poder a los girondinos.
• A pesar de la oposición de los más destacados montagnards, el gabinete girondino, presidido por Jean Marie Roland de la Platière, adoptó una actitud beligerante hacia Federico Guillermo II y Francisco II, el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano, que había sucedido a su padre, Leopoldo II, el 1 de marzo de 1792.
• El deseo de entablar una guerra se extendió rápidamente entre los monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en la restauración del Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo sobre los sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la Asamblea Legislativa declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.
Marat, activista revolucionario, miembro de la Convención, contribuyó a la caída de los girondinos.
• 3.- La Convención (1792-1795): que reclamó la República, dio muerte al monarca e impuso un régimen de terror tal, que nadie se sentía seguro después del asesinato de Marat y la ejecución de Dantón, dos líderes revolucionarios. La Convención pretendió borrar todo vestigio del pasado, cambiando el calendario e introduciendo el culto a la diosa Razón; mas, la posición extremista de Robespierre unió a todas las fuerzas contra él y se le ajustició, junto a sus colaboradores que habían llevado la violencia al paroxismo mediante la implantación de ese régimen de terror.
• Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos denominados Constitución civil del Clero:
• —Confiscación de los bienes eclesiásticos
—Se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas
—Que los sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes
—Recibieran una remuneración del Estado
— Prestaran un juramento de lealtad al Estado
—Que las órdenes monásticas fueran disueltas.
Toma de la Bastilla, 14 de julio de 1789
• 4.- El Directorio (1795-99): que fue un gobierno moderado y que, ante el peligro de un retorno de la reacción o de un rebrote del terror, acabó por ceder el poder a un joven general que se había distinguido por sus victorias contra los austríacos en Italia: Napoleón Bonaparte
• Obra de Bonaparte
• Este general dirigió y condujo la política francesa durante quince años. Las campañas militares de sus ejércitos difundieron los principios de la Revolución por todo el continente europeo.
• Gracias al prestigio que le dieron sus campañas de Italia y de Egipto, pudo dar un exitoso golpe de Estado que le permitió derrocar al Directorio y crear el Consulado, en el cual asumió el cargo de Primer Cónsul. Tres años más tarde, se declaró cónsul único y vitalicio, y un decreto senatorial de 1804, ratificado por un plebiscito, lo proclamó "Emperador de los franceses".


Napoleón Bonaparte
• La política internacional de Bonaparte estuvo dominada por sus ambiciones imperialistas que lo llevaron a intentar el dominio de Europa. Inglaterra organizó coaliciones para impedir el auge de un rival tan poderoso. El emperador impuso a los países sometidos "el bloqueo continental" para perjudicar los intereses económicos de los ingleses: nadie podría importar ni exportar mercaderías de Inglaterra. Para hacer respetar estas medidas, debió invadir Portugal, hecho que lo llevó a intervenir en España. El pueblo español se levantó contra el "usurpador", organizó guerrillas e infligió las primeras derrotas al ejército imperial (1808).
• Para impedir la alianza anglo-rusa, Bonaparte emprendió personalmente la campaña contra el zar. A pesar de sus triunfos, tuvo que retirarse de Moscú. El invierno diezmó sus fuerzas y no le permitió sofocar los nuevos levantamientos de los pueblos sojuzgados. Sus enemigos lo derrotaron en Leipzig y lo enviaron a la isla Elba. Logró escapar y gobernar a Francia durante cien días. Derrotado en Waterloo, fue desterrado a la isla Santa Elena donde murió en 1821.
• Bonaparte fue, a la vez, un héroe romántico, un hombre de acción y de rápidas decisiones y un revolucionario que consolidó los cambios exigidos por la burguesía al comienzo de la Revolución. Organizó el Estado creando un modelo que fue imitado por muchos países durante todo el siglo XIX. Entre otras medidas, ordenó la redacción del Código Civil, modernizó la administración pública, uniformó el sistema de pesos y medidas aplicando el sistema decimal, organizó la enseñanza fiscal (los liceos, dependientes del Estado, reemplazaron a los colegios de la iglesia) y adecuó la Universidad a las necesidades profesionales del país.

La revolución francesa y el advenimiento de la edad contemporánea
Enviado por latiniando
En la historia del mundo contemporáneo, la revolución francesa significó el tránsito de la sociedad estamental, heredera del feudalismo, a la sociedad capitalista, basada en una economía de mercado. La burguesía, consciente de su papel preponderante en la vida económica, desplazó del poder a la aristocracia y a la monarquía absoluta. Los revolucionarios franceses no sólo crearon un nuevo modelo de sociedad y estado, sino que difundieron un nuevo modo de pensar por la mayor parte del mundo.
INTRODUCCIÓN:
Antes de comenzar a hablar de la Revolución francesa, nos es indispensable hacer una breve referencia a las ideas que la gestaron:
El final del siglo XVIII fue una época de trastornos en muchas partes de hemisferio occidental, trastornos que se pueden atribuir, directa o indirectamente, al fermenrto de las ideas conocidas como la Ilustración. Estas ideas, reflejo de las necesidades y tensiones de una sociedad cambiante se basan en el nuevo conocimiento científico del siglo XVII, que engendró una nueva fe en la razón y en el progreso. por un lado, esto llevó a un rechazo de la autoridad y a una afirmación de los Derechos del Hombre, expresados en la famosa declaración de Rousseau de que el hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado. Por otro lado, las nuevas ideas fueron una inspiración para los monarcas, que , al ternar el siglo XVII, empezaron a concentrar el poder en sus propias manos y a gobernar mediante agentes burocráticos nombrados por ellos. Sin embargo, estas actividades centralizadoras encontraron resistencia en todos aquellos que tenían intereses creados en el Antiguo régimen, Iglesias, gremios y corporaciones y, sobre todo, la aristocracia. Sus líderes recurrieron a las teorías de Montesquieu y Burke para demostrar que la sociedad era una forma orgánica y que sus agrupaciones tradicionales no sólo conferían derechos inalienables a sus miembros sino que producían un equilibrio de poder que resguarda los individuos de la tiranía. Esto junto al deseo de autonomía de la provincias dio origen al descontento. Quedó muy claro entonces que el fermento no se detendría ahí.
Era más probable que ocurriera una rebelión en las regiones en que la aristocracia podía contar con el apoyo de los campesinos; pero en Europa Oriental estos últimos aún eran ciervos, y era poco probable que se revelaran para apoyar a los terratenientes que eran sus opresores directos. Sin embargo, a los campesinos también les desagradaban las innovaciones y a veces luchaban tenazmente por conservar su forma de vida tradicional.
Las revoluciones aparecieron por primera vez en gran escala en las colonias inglesas de América. Recurriendo a la filosofía de Locke sobre el derecho natural, los colonizadores se negaron a pagar un impuesto establecido por el parlamento en Londres, en el que no estaban representados. Para 1775 la disputa había llegado a una guerra declarada. Los hombres moderados que habrían mantenido la antigua estructura de la sociedad fueron sustituidos por otros con objetivos más democráticos y la guerra por la independencia nacional ganó apoyo en todos los estratos sociales. El ejemplo norteamericano fue una inspiración para los rebeldes de los países bajos, así como en Francia, cuyas tropas habían peleado en el lado norteamericano en la guerra.
La Revolución Francesa se encuadra dentro del ciclo de transformaciones políticas y económicas que marcaron el fin de la Edad Moderna y el comienzo de la Edad Contemporánea. La independencia de EEUU y el desarrollo de la Revolución Industrial, iniciada en la Gran Bretaña, son los otros dos grandes procesos que señalan esta transición histórica.
El proceso revolucionarios francés es, sin duda, el más importante dentro del agitado panorama político del siglo XVIII. Es, además, uno de los más polémicos. La historiografía se ha preocupado constantemente de él y son muchos los escritos y los libros que presentan la revolución francesa como una gran gesta o, por el contrario, un acontecimiento perjudicial y hasta innecesario para Francia y la cultura occidental.
Es difícil tratar de sacar a la luz los motivos que nos llevan a esta pasión por el tema. Muchos son los factores que se amontonan en torno a Francia y a la revolución, presentándola como un tema apasionante y tremendamente complejo.
En este trabajo trataremos de explicar y enumerar lo mejor posible las causas y los principales hechos de este proceso que trascendental en la historia de la humanidad.
OPOSICIÓN AL ANTIGUO RÉGIMEN EN FRANCIA
Se denomina Antiguo Régimen al conjunto de costumbres e instituciones políticas y económicas existentes en Francia y en Europa hasta fines del siglo XVIII.
LA VIDA POLÍTICA
La organización política de Francia, hacia 1789, era monárquica. El rey pretendía que su poder derivaba de Dios, a quien únicamente debía cuenta de sus actos. Sus súbditos no tenían ningún derecho, pero sí el deber de obedecer.
El rey declaraba la guerra y hacía la paz; comandaba los ejércitos; determinaba los gastos y fijaba los impuestos; nombraba y destituía a los funcionarios y dirigía la administración entera. Las provincias eran administradas por los intendentes, con poder omnímodo y arbitrario.
El rey hacía las leyes, que eran la expresión de su voluntad personal, pues si bien debía tener en cuenta las "costumbres fundamentales del reino", tales costumbres eran contradictorias y vagas, y hubiera sido difícil definirlas claramente. Además, el rey dirigía la administración de justicia, pues esta se dictaba en su nombre y por funcionarios que el designaba. Se usaba el tormento para lograr la confesión de los acusados, a quienes se juzgaba en secreto y a los que se aplicaban las penas bárbaras de las marcas con hierros candentes, de la picota, del látigo y de la horca.
La libertad individual estaba amenazada constantemente por la policía, que podía aprender a cualquiera con una simple orden del rey, la "carta sellada". No se daba la causa de la detención porque "tal era la voluntad del rey".
Existía la censura previa y no existía la libertad de consciencia.
LA VIDA SOCIAL
En la sociedad francesa se distinguían tres estados o clases:
1) El clero: era la primera de las clases sociales privilegiadas. Conservaba un gran prestigio e influencia. Además recibía los diezmos de los fieles, poseían extensas propiedades, que abarcaban la cuarta parte de la superficie de Francia, y como si fuera poco, no pagaban impuestos.
2) La nobleza: esta era la segunda clase privilegiada formada por un número de personas análogo al del clero, que poseían tierras de parecida importancia y extensión. Percibían de los campesinos, que vivían en sus tierras, los antiguos derechos feudales, y sólo pagaban impuestos en casos especiales.
3) En El Tercer Estado se distinguían distintas categorías, alguna de las cuales había logrado privilegios. La capa superior del estado llano era la burguesía; la inferior, los obreros y campesinos. Estos últimos soportaban pesadas cargas que, en la generalidad de los casos, les privaban de las cuatro quintas partes del fruto de su trabajo. Debían pagar los impuestos al estado, el diezmo a la iglesia y los derechos feudales al señor.
LA VIDA ECONÓMICA
La industria estaba entorpecida con excesivas reglamentaciones e impuestos. Existían aduanas internas; las pesas y medidas variaban según las regiones; algunos artículos, como los cereales, debían consumirse en el lugar de producción; se aplicaban derechos de aduna que en muchos casos anulaban el intercambio.
CAUSAS Y ASPECTOS BÁSICOS:
La revolución francesa abarca un período de 10 años (1789-1799), durante los cuales se establecieron en toda Europa nuevas formas de organización política, social y económica, surgieron nuevos usos y costumbres y triunfaron nuevos modos del pensamiento y nuevas tendencias espirituales.
Las causas substanciales de la revolución francesa fueron en primer término la arbitrariedades y abusos del antiguo régimen, ya mencionadas, y en segundo lugar la acción de los filósofos y enciclopedistas.
Las causas ocasionales de la revolución. francesa fueron la debilidad de carácter del nuevo rey Luis XVI y la grave crisis financiera.
Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había sufrido periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa en India (1754-1763) y el aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783). Los defensores de la aplicación de reformas fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la satisfacción de sus reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI.
Luis XVI, quién contaba con apenas 20 años de edad carecía de condiciones como gobernante pues su carácter era débil, su inteligencia era mediana y se dejo influenciar por su esposa María Antonieta de Austria y por su primo el Duque de Orleans. Dada la grave crisis financiera el rey se vio obligado a llamar al gobierno a dos personajes de reconocida honestidad: R. Jaques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyo una política rigurosa en lo referente a los gastos del estado, y a Malesherves.
Turgot, ministro de hacienda, resumió su plan en esta frase: "Ni banca rota, ni empréstito, ni aumento de impuestos" . Como el plan económico molestaba a la corte Turgot lo presentó gradualmente, pero en 1776, cuando estableció un impuesto que debía ser pagado por todos los dueños de tierras, fuesen o no privilegiados el rey, por instancia de los afectados, lo obligó a renunciar.
Malesherves intentó garantizar los derechos de los ciudadanos, pero también se vio forzado a renunciar. Entonces el antiguo régimen se restableció con todo su vigor.
Para aplacar los ánimos, Luis XVI designó como sucesor de Turgot a Nécker, un banquero ginebrino de sólida fortuna personal y gran reputación como financista. Obtuvo grandes empréstitos que pasajeramente aliviaron la situación financiera. pero estos remedios resultaron ineficaces, porque simultáneamente, aumentaron los gastos públicos como consecuencia de la guerra que estallo entre Inglaterra y Francia, al apoyar esta última a las colonias inglesas de América del Norte. Como los privilegiados no deseaban una reforma de fondo provocaron la caída de Nécker en 1781.
LOS ESTADOS GENERALES:
En 1788, la gravedad de la situación obligó a Luis XVI a llamar nuevamente a Nécker, este sugirió al rey la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea formada por representantes del clero, la nobleza, y el tercer estado), exigida también por el pueblo.
Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788. La censura quedó abolida durante la campaña y multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Nécker, a quien el monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en que el número de representantes del Tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a establecer un método de votación.
A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al procedimiento se prolongaron durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17 de junio. Este abierto desafío al gobierno monárquico, que había apoyado al clero y la nobleza, fue seguido de la aprobación de una medida que otorgaba únicamente a la Asamblea Nacional el poder de legislar en materia fiscal. Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea de su sala de reuniones como represalia. Ésta respondió realizando el 20 de junio el denominado Juramento del Juego de la Pelota, por el que se comprometía a no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia. En ese momento, las profundas disensiones existentes en los dos estamentos superiores provocaron una ruptura en sus filas, y numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales abandonaron sus respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.
LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE Y EL INICIO DE LA REVOLUCION:
El rey se dirigió en persona a la "pretendida Asamblea Nacional" cuyos actos declaró nulos y sostuvo que los tres ordenes debían secionar por separado. La asamblea no acató la indicación . Esto significaba que la monarquía había sido vencida por la asamblea, pues el poder legal quedaba virtualmente limitado por el de ésta.
Los revolucionarios fundaron en Versalles una sociedad política a la moda inglesa, popularmente conocido como el Club de los Jacobinos, porque se reunía en el antiguo y deshabitado convento de ese nombre.
El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Nécker fue nuevamente destituido. El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio.
Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares de Francia esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles opresores que alarmaron a los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois y otros destacados líderes reaccionarios, sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron del país, convirtiéndose en el grupo de los llamados émigrés. La burguesía parisina, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Nécker y legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de las provincias.
Otras de las consecuencias de la toma de la bastilla fue la revolución agraria y social en la campiña francesa. Los campesinos en armas asaltaron castillos y residencias señoriales; incendiaron los edificios de las oficinas de recaudación de los impuestos, que tan desconsideradamente les gravaban. Los campesinos destruyeron así, violentamente el régimen feudal; la asamblea al saberlo lo aniquiló legalmente.
La redacción de una constitución
La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero y la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4 de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos privilegiados.
A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal tarea, la redacción de una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución, sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité, Fraternité" ("Libertad, Igualdad, Fraternidad"). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez mayor en la corte y la Asamblea. El radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la implantación de una monarquía constitucional como régimen político, aún se mantenía.
El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas fastuosas ceremonias, a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de julio de 1790. Este documento suprimía la división provincial de Francia y establecía un sistema administrativo cuyas unidades eran los departamentos, que dispondrían de organismos locales elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios con jurado en las causas penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación francesa. Con respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto, la Constitución disponía que el electorado quedara limitado a la clases alta y media. El nuevo estatuto confería el poder legislativo a la Asamblea Nacional, compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el rey seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto tenía un carácter meramente suspensivo, y era la Asamblea quien tenía el control efectivo de la dirección de la política exterior. El poder judicial sería desempeñado por jueces elegidos por el pueblo. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos denominados Constitución civil del Clero, el más importante de los cuales suponía la confiscación de los bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la Constitución estipulaba que los sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran una remuneración del Estado, prestaran un juramento de lealtad al Estado y las órdenes monásticas fueran disueltas.
Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador constitucional por parte de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones entre las fuerzas de la Francia revolucionaria experimentaron profundas transformaciones. Éstas fueron motivadas, en primer lugar, por el resentimiento y el descontento del grupo de ciudadanos que había quedado excluido del electorado. Las clases sociales que carecían de propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Al igual que la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo había dado refugio a gran número de émigrés y no había ocultado su oposición a los acontecimientos revolucionarios que se habían producido en Francia. El recelo popular con respecto a las actividades de la reina y la complicidad de Luis XVI quedó confirmado cuando la familia real fue detenida mientras intentaba huir de Francia en un carruaje con destino a Varennes el 21 de junio. El grupo más exaltado de revolucionarios halló en la traición del rey un argumento decisivo para abolir la esclavitud y establecer la república, pero la asamblea quiso limitar los poderes del rey sin suprimir la monarquía.
Luego de más de 2 años de trabajo para poder redactar una constitución moderada, para una monarquía liberal, el rey aceptó la constitución y juró solemnemente acatarla y cumplirla en todos sus detalles. Finalmente, el 30 de setiembre de 1791, los constituyentes declararon terminada su misión, iniciándose el nuevo régimen.
LA ASAMBLEA LEGISLATIVA (1791/1792):
Dentro del nuevo sistema de gobierno, el poder legislativo lo desempeñaba la Asamblea Legislativa, compuesta por una sóla cámara por 745 diputados, políticos, noveles sin la experiencia de los constituyentes, ya que a propuesta de Robespierre, la anterior asamblea aprobó la prohibición de reelegir a sus miembros.
A la asamblea legislativa le tocó aplicar la constitución de 1791.
La monarquía constitucional no alcanzó a durar un año, pues la inestabilidad interior y el comienzo de las guerras de la Revolución con Europa, provocaron una segunda revolución en agosto de 1792, que acabó con la reyecía y estableció la primera república.
Diversas circunstancias crearon un ambiente desfavorable para la consolidación de la monarquía constitucional.
En primer término, el propio rey, quien buscó ayuda extranjera para acabar con la revolución.
En segundo lugar, los nobles difamaron el nuevo régimen y trataron de conseguir la invasión de Francia por las fuerzas imperiales.
En tercer lugar, los católicos, indignados con la constitución civil del clero, se sublevaron en algunas regiones de Francia.
Por último, los mismos revolucionarios estaban divididos. Los constitucionales o fudenses, sostenían la aplicación estricta de la constitución y el mantenimiento integral de los poderes del rey. Los jacobinos buscaron reformar la constitución, reduciendo los poderes del rey. Entre los jacobinos se destacó un núcleo de diputados llamados girondinos, que provenían del departamento de la Gironda, y se convirtieron en dirigentes de la Asamblea Legislativa. Los llamados cordeleros o franciscanos, de tendencia republicana, acaudillados por Danton, joven abogado de gran popularidad, y por el periodista Marat, carecían de influencia en la asamblea, pero la tenían entre el pueblo de París.
El grupo girondino desarrolló una política cada vez más violenta contra Luis XVI. Para desenmascarar al rey, y con la ilusión de extender por Europa los principios revolucionarios, los girondinos propiciaron la guerra, convencidos de que con ella unificarían a los patriotas frente a enemigos comunes.
El deseo de entablar una guerra se extendió rápidamente entre los monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en la restauración del Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo sobre los sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la Asamblea Legislativa declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.
La lucha por la libertad
Los ejércitos austríacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austríacos gracias a ciertos errores del alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La posterior invasión de Francia provocó importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población se canalizó en un asalto a las Tullerías, la residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea Legislativa declaró el estado de excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la guerra contra Francia. Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se solicitaron voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de Marsella llegaron a París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como La Marsellesa. El descontento popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían expresado su apoyo a la monarquía y habían rechazado la acusación de deserción presentada contra La Fayette, hizo aumentar la tensión. El malestar social, unido al efecto que generó el manifiesto del comandante aliado, Charles William de Ferdinand, duque de Brunswick, en el que amenazaba con destruir la capital si la familia real era maltratada, provocó una insurrección en París el 10 de agosto. Los insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la capital y voluntarios nacionales que se dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a la Guardia suiza del rey. Luis XVI y su familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones de la Asamblea Legislativa, que no tardó en suspender en sus funciones al monarca y ponerle bajo arresto. A su vez, los insurrectos derrocaron al consejo de gobierno parisino, que fue reemplazado por un nuevo consejo ejecutivo provisional, la denominada Comuna de París.
La revolución popular del 10 de agosto tuvo grandes consecuencias:
1.- Se suspendió al rey , cesando por consiguiente la vigencia de la constitución de 1791.
2.- Se nombró un consejo Ejecutivo provisional, encargado de las funciones ejecutivas, dirigido por Dantón, verdadero jefe del nuevo gobierno.
3.- Se elegiría, por sufragio universal una convención encargada de revisar la constitución.
4.- Se reconocía la Comuna de París como poder legítimo del estado. Esta comuna estaba en mano de los jacobinos , dirigidos por Roberspierre y Marat.
Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil monárquicos y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados. Los elementos desencadenantes de las denominadas 'Matanzas de Septiembre' fueron el temor de la población al avance de los ejércitos aliados contra Francia y los rumores sobre conspiraciones para derrocar al gobierno revolucionario. Un ejército francés, dirigido por el general Charles François Dumouriez, obtuvo una importante victoria en la batalla de Valmy frente a las tropas prusianas que avanzaban hacia París el 20 de septiembre.
LA CONVENCIÓN:
Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional recién elegida. La primera decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía y la proclamación de la I República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la Convención no fue más allá de la aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo, ninguna facción se opuso al decreto presentado por los girondinos y promulgado el 19 de noviembre, por el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos oprimidos de Europa. Las noticias que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas francesas habían pasado al ataque después de la batalla de Valmy y habían conquistado Maguncia, Frankfurt del Main, Niza, Saboya y los Países Bajos austríacos. Sin embargo, las disensiones se habían intensificado seriamente en el seno de la convención, donde el Llano dudaba entre conceder su apoyo a los conservadores girondinos o a los radicales montagnards. La primera gran prueba de fuerza se decidió en favor de estos últimos, que solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo de traición y consiguieron que su propuesta fuera aprobada por mayoría. El monarca fue declarado culpable de la acusación imputada con el voto casi unánime de la Cámara el 15 de enero de 1793, pero no se produjo el mismo acuerdo al día siguiente, cuando había de decidirse la pena del acusado. Finalmente el rey fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334 votos en contra. Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero.
La influencia de los girondinos en la Convención Nacional disminuyó enormemente tras la ejecución del rey. La falta de unidad mostrada por el grupo durante el juicio había dañado irreparablemente su prestigio nacional, bastante mermado desde hacía tiempo entre la población de París, más favorable a las tendencias jacobinas. Otro factor que determinó la caída girondina fueron las derrotas sufridas por los ejércitos franceses tras declarar la guerra a Gran Bretaña, las Provincias Unidas (actuales Países Bajos) el 1 de febrero de 1793, y a España el 7 de marzo, que se habían unido a la Primera Coalición contra Francia. Las propuestas de los jacobinos para fortalecer al gobierno ante las cruciales luchas a las que Francia debería enfrentarse desde ese momento fueron firmemente rechazadas por los girondinos. No obstante, a comienzos de marzo, la Convención votó a favor del reclutamiento de 300.000 hombres y envió comisionados especiales a varios departamentos para organizar la leva. Los sectores clericales y monárquicos enemigos de la Revolución incitaron a la rebelión a los campesinos de La Vendée, contrarios a tal medida. La guerra civil no tardó en extenderse a los departamentos vecinos. Los austríacos derrotaron al ejército de Dumouriez en Neerwinden el 18 de marzo, y éste desertó al enemigo. La huida del jefe del ejército, la guerra civil y el avance de las fuerzas enemigas a través de las fronteras de Francia provocó en la Convención una crisis entre los girondinos y los montagnards, en la que estos últimos pusieron de relieve la necesidad de emprender una acción contundente en defensa de la Revolución.
El Reinado del Terror
El 6 de abril, la Convención creó el Comité de Salvación Pública, que habría de ser el órgano ejecutivo de la República, y reestructuró el Comité de Seguridad General y el Tribunal Revolucionario. Se enviaron representantes a los departamentos para supervisar el cumplimiento de las leyes, el reclutamiento y la requisa de municiones. La rivalidad existente entre los girondinos y los montagnards se había agudizado durante este periodo. La rebelión parisina, organizada por el periodista radical Jacques Hébert, obligó a la Convención a ordenar el 2 de junio la detención de veintinueve delegados girondinos y de los ministros de este grupo, Pierre Henri Hélène Marie Lebrun-Tondu y Étienne Clavière. A partir de ese momento, la facción jacobina radical que asumió el control del gobierno desempeñó un papel decisivo en el posterior desarrollo de la Revolución. La Convención promulgó una nueva Constitución el 24 de junio en la que se ampliaba el carácter democrático de la República. Sin embargo, este estatuto nunca llegó a entrar en vigor. El 10 de julio, la presidencia del Comité de Salvación Pública fue transferida a los jacobinos, que reorganizaron completamente las funciones de este nuevo organismo. Tres días después, el político radical Jean-Paul Marat, destacado líder de los jacobinos, fue asesinado por Charlotte de Corday, simpatizante de los girondinos. La indignación pública ante este crimen hizo aumentar considerablemente la influencia de los jacobinos en todo el país. El dirigente jacobino Maximilien de Robespierre pasó a ser miembro del Comité de Salvación Pública el 27 de julio y se convirtió en su figura más destacada en poco tiempo. Robespierre, apoyado por Louis Saint-Just, Lazare Carnot, Georges Couthon y otros significados jacobinos, implantó medidas policiales extremas para impedir cualquier acción contrarrevolucionaria. Los poderes del Comité fueron renovados mensualmente por la Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de 1794, un periodo que pasó a denominarse Reinado del Terror.
Desde el punto de vista militar, la situación era extremadamente peligrosa para la República. Las potencias enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Los prusianos habían recuperado Maguncia, Condé-Sur-L'Escaut y Valenciennes, y los británicos mantenían sitiado Tolón. Los insurgentes monárquicos y católicos controlaban gran parte de La Vendée y Bretaña. Caen, Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban bajo el poder de los girondinos. El 23 de agosto se emitió un nuevo decreto de reclutamiento para toda la población masculina de Francia en buen estado de salud. Se formaron en poco tiempo catorce nuevos ejércitos —alrededor de 750.000 hombres—, que fueron equipados y enviados al frente rápidamente. Además de estas medidas, el Comité reprimió violentamente la oposición interna.
María Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre, y 21 destacados girondinos murieron guillotinados el 31 del mismo mes. Tras estas represalias iniciales, miles de monárquicos, sacerdotes, girondinos y otros sectores acusados de realizar actividades contrarrevolucionarias o de simpatizar con esta causa fueron juzgados por los tribunales revolucionarios, declarados culpables y condenados a morir en la guillotina. El número de personas condenadas a muerte en París ascendió a 2.639, más de la mitad de las cuales (1.515) perecieron durante los meses de junio y julio de 1794. Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más severas en muchos departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la insurrección monárquica. El tribunal de Nantes, presidido por Jean-Baptiste Carrier, el más severo con los cómplices de los rebeldes de La Vendée, ordenó la ejecución de más de 8.000 personas en un periodo de tres meses. Los tribunales y los comités revolucionarios fueron responsables de la ejecución de casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El número total de víctimas durante el Reinado del Terror llegó a 40.000. Entre los condenados por los tribunales revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el 14% pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos. Fue el clero católico el que sufrió proporcionalmente las mayores pérdidas entre todos estos grupos sociales. El odio anticlerical se puso de manifiesto también en la abolición del calendario juliano en octubre de 1793, que fue reemplazado por el calendario republicano. El Comité de Salvación Pública, presidido por Robespierre, intentó reformar Francia basándose de forma fanática en sus propios conceptos de humanitarismo, idealismo social y patriotismo. El Comité, movido por el deseo de establecer una República de la Virtud, alentó la devoción por la república y la victoria y adoptó medidas contra la corrupción y el acaparamiento. Asimismo, el 23 de noviembre de 1793, la Comuna de París ordenó cerrar todas las iglesias de la ciudad —esta decisión fue seguida posteriormente por las autoridades locales de toda Francia— y comenzó a promover la religión revolucionaria, conocida como el Culto a la Razón. Esta actitud, auspiciada por el jacobino Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (entre ellos Hébert), acentuó las diferencias entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los fanáticos seguidores de Hébert, una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de París.
Durante este tiempo, el signo de la guerra se había vuelto favorable para Francia. El general Jean Baptiste Jourdan derrotó a los austríacos el 16 de octubre de 1793, iniciándose así una serie de importantes victorias francesas. A finales de ese año, se había iniciado la ofensiva contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin, y Tolón había sido liberado. También era de gran relevancia el hecho de que el Comité de Salvación Pública hubiera aplastado la mayor parte de las insurrecciones de los monárquicos y girondinos.
La lucha por el poder
La disputa entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por Hébert, concluyó con la ejecución de éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos semanas después, Robespierre emprendió acciones contra los seguidores de Danton, que habían comenzado a solicitar la paz y el fin del reinado del Terror. Georges-Jacques Danton y sus principales correligionarios fueron decapitados el 6 de abril. Robespierre perdió el apoyo de muchos miembros importantes del grupo de los jacobinos —especialmente de aquéllos que temían por sus propias vidas— a causa de estas represalias masivas contra los partidarios de ambas facciones. Las victorias de los ejércitos franceses, entre las que cabe destacar la batalla de Fleurus (Bélgica) del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos austríacos, incrementó la confianza del pueblo en el triunfo final. Por este motivo, comenzó a extenderse el rechazo a las medidas de seguridad impuestas por Robespierre. El descontento general con el líder del Comité de Salvación Pública no tardó en transformarse en una auténtica conspiración. Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores fueron apresados el 27 de julio de 1794 (el 9 de termidor del año III según el calendario republicano) y decapitados al día siguiente. Se considera que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República de la Virtud.
La Convención Nacional estuvo controlada hasta finales de 1794 por el 'grupo termidoriano' que derrocó a Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los clubes jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y precios de los productos. Después de que la Convención volviera a estar dominada por los girondinos, el conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios tumultos, en los que el pueblo reclamaba alimentos, y manifestaciones de protesta que se extendieron a otros lugares de Francia. Estas rebeliones fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias contra los jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.
La moral de los ejércitos franceses permaneció inalterable ante los acontecimientos ocurridos en el interior. Durante el invierno de 1794-1795, las fuerzas francesas dirigidas por el general Charles Pichegru invadieron los Países Bajos austríacos, ocuparon las Provincias Unidas instituyendo la República Bátava y vencieron a las tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de derrotas provocó la desintegración de la coalición antifrancesa. Prusia y varios estados alemanes firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea el 5 de abril de 1795; España también se retiró de la guerra el 22 de julio, con lo que las únicas naciones que seguían en lucha con Francia eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se produjo ningún cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con las Guerras Napoleónicas.
Se restableció la paz en las fronteras, y un ejército invasor formado por émigrés fue derrotado en Bretaña en el mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una nueva Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El mandato de un director y de un tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de 1797, y el derecho al sufragio quedaba limitado a los contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su distrito electoral. La nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el distanciamiento de la democracia defendida por los jacobinos. Este régimen no consiguió establecer un medio para impedir que el órgano ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que provocó constantes luchas por el poder entre los miembros del gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la ineficacia en la dirección de los asuntos del país. Sin embargo, la Convención Nacional, que seguía siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó precauciones para evitar la restauración de la monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los primeros directores y dos tercios del cuerpo legislativo habían de ser elegidos entre los miembros de la Convención. Los monárquicos parisinos reaccionaron violentamente contra este decreto y organizaron una insurrección el 5 de octubre de 1795. Este levantamiento fue reprimido con rapidez por las tropas mandadas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos revolucionarios de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con el nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la Convención concluyó el 26 de octubre y el nuevo gobierno formado de acuerdo con la Constitución entró en funciones el 2 de noviembre.
Desde sus primeros momentos, el Directorio tropezó con diversas dificultades, a pesar de la gran labor que realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand-Perigord y Joseph Fouché. Muchos de estos problemas surgieron a causa de los defectos estructurales inherentes al aparato de gobierno; otros, por la confusión económica y política generada por el triunfo del conservadurismo. El Directorio heredó una grave crisis financiera, que se vio agravada por la depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor). Aunque la mayoría de los líderes jacobinos habían fallecido, se encontraban en el extranjero u ocultos, su espíritu pervivía aún entre las clases bajas. En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus miembros hacían campaña abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las agrupaciones políticas burguesas, decididas a conservar su situación de predominio en Francia, por la que tanto habían luchado, no tardaron en apreciar las ventajas que representaba reconducir la energía desatada por la población durante la Revolución hacia fines militares. Existían aún asuntos pendientes que resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el absolutismo, que por naturaleza representaba una amenaza para la Revolución, continuaba dominando la mayor parte de Europa.
El ascenso de Napoleón al poder
No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando comenzó la primera fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras Napoleónicas. Los tres golpes de Estado que se produjeron durante este periodo —el 4 de septiembre de 1797 (18 de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de floreal) y el 18 de junio de 1799 (30 de pradial)—, reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones políticas burguesas. Las derrotas militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano de 1799, las dificultades económicas y los desórdenes sociales pusieron en peligro la supremacía política burguesa en Francia. Los ataques de la izquierda culminaron en una conspiración iniciada por el reformista agrario radical François Nöel Babeuf, que defendía una distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta insurrección, que recibió el nombre de 'Conspiración de los Iguales', no llegó a producirse debido a que Babeuf fue traicionado por uno de sus compañeros y ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8 de pradial). Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de los Quinientos; Fouché, ministro de Policía; Sieyès, miembro del Directorio y Talleyrand-Perigord consideraban que esta crisis sólo podría superarse mediante una acción drástica. El golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general Napoleón Bonaparte, en aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y de los acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24 de diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes dictatoriales, utilizó el entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la involución parcial de la transformación del país se vio compensada por el hecho de que la Revolución se extendió a casi todos los rincones de Europa durante el periodo de las conquistas napoleónicas.
Las transformaciones producidas por la Revolución
Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en Francia. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos. Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el país europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de la pena de prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter prevaleciente de la primogenitura en la herencia de la propiedad territorial.
Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado a aplicarse en el periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad continúa desempeñando prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y representante del Estado francés en lo referente a la política monetaria, empréstitos y depósitos de fondos públicos. La implantación del sistema educativo —secular y muy centralizado—, que se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante el Reinado del Terror y concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y el Institut de France fueron creados también en este periodo. Todos los ciudadanos, independientemente de su origen o fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya consecución dependía de exámenes de concurso. La reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que quedó plasmada en el Código Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y cambios propugnados por la Revolución: la igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y disposiciones para la celebración de juicios justos. El procedimiento judicial establecía la existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las causas penales, se respetaba la presunción de inocencia del acusado y éste recibía asistencia letrada.
La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el periodo revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de derechos civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado.
Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la plataforma de las reformas liberales de Francia y Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones latinoamericanas independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la democracia. No obstante, los historiadores revisionistas atribuyen a la Revolución unos resultados menos encomiables, tales como la aparición del Estado centralizado (en ocasiones totalitario) y los conflictos violentos que desencadenó.

La Revolución Francesa fue el cambio político más importante que se produjo en Europa, a fines del siglo XVIII. No fue sólo importante para Francia, sino que sirvió de ejemplo para otros países , en donde se desataron conflictos sociales similares, en contra de un régimen anacrónico y opresor, como era la monarquía. Esta revolución significó el triunfo de un pueblo pobre, oprimido y cansado de las injusticias, sobre los privilegios de la nobleza feudal y del estado absolutista.
Durante el reinado de Luis XIV (1643-1715) (foto), Francia se hallaba bajo el dominio de una monarquía absolutista, el poder de rey y de la nobleza era la base de este régimen, pero en realidad el estado se encontraba en una situación económica bastante precaria, que se agravó por el mal gobierno de Luis XV (bisnieto de Luis XIV), y que tocó fondo durante el reinado de Luis XVI, gobernante bien intencionado, pero de carácter débil, por lo que se lo llamaba el buen Luis.
"Los gastos militares y un lustro de malas cosechas crearon una gravísima situación social. La mayoría de la población se vio en la miseria mientras el lujo y el despilfarro del rey y la nobleza continuaban como si nada. Luis XVI se negó a realizar cualquier tipo de reforma y defendió los privilegios de la aristocracia frente al hambre de sus súbditos, que se estaban hartando de la injusticia." Fuente: Felipe Pigna
El mantenimiento de un estado absolutista demandaba mucho dinero, ya que:
* Existía un gran número de funcionarios en el gobierno y cada uno buscaba su propio beneficio
* Se tenía que mantener un gran ejército permanente.
* La corte vivía rodeada de lujos.
Algunos ministros de Hacienda trataron de encontrar una solución a esta crisis, pero sus medidas sólo complicaron más la situación.
Aparece un nuevo problema:
• En envió de tropas a América de Norte, para defender su posiciones territoriales, antes el avance de gobierno inglés, en la guerra de los Estados Unidos.
• Consecuentemente la monarquía se endeudó mucho más.
Soluciones Propuestas:
• Se recurrió al tradicional intento de aumentar los impuestos.
• Se trató de conseguir que la nobleza también aporte su correspondiente diezmo, medida que provocó la ira y oposición de esta última clase social, que estaba dispuesta a defender sus privilegios feudales, hasta el punto de enfrentar la monarquía.
• Para que no se empeorara su situación económica la nobleza trató de acaparar más cargos en la burocracia estatal, y además, aumentó la explotación de los campesinos que trabajaban en sus tierras, exigiéndoles mayores contribuciones.
Resumiendo:
a- La economía del país estaba arruinada.
b- Los nobles consecuentemente sufrían dramas financieros.
c- El clero no recibía el diezmo por parte del pueblo.
d- La burguesía quería acceder a cargos públicos.
e- Los campesinos estaban cansados del poder feudal.
La sociedad estaba compuesta por tres sectores sociales llamados estados.
El primer estado era la Iglesia; sumaba unas 120.000 personas, poseía el 10% de las berras de Francia y no pagaba impuestos. Recibía de los campesinos el “diezmo”, es decirla décima parte del producto de sus cosechas. Sólo la Iglesia podía legalizar casamientos, nacimientos y defunciones, y la educación estaba en sus manos.
El segundo estado era la nobleza, integrada por unas 350.000personas. Dueños del 30 % de las tierras, los nobles estaban eximidos de la mayoría de los impuestos y ocupaban todos los cargos públicos. Los campesinos les pagaban tributo y sólo podían venderles sus cosechas a ellos. Tenían tribunales propios, es decir que se juzgaban a sí mismos.
El tercer estado comprendía al 98% de la población, y su composición era muy variada. Por un lado estaba la burguesía, formada por los ricos financistas y banqueros que hacían negocios con el estado; los artesanos, funcionarios menores y comerciantes. Por otra parte, existían campesinos libres, muy pequeños propietarios, arrendatarios y jornaleros. El proletariado urbano vivía de trabajos artesanales y tareas domésticas. Finalmente estaban los siervos, que debían trabajo y obediencia a sus señores. El tercer estado carecía de poder y decisión política, pero pagaba todos los impuestos, hacia los peores trabajos y no tenía ningún derecho. La burguesía necesitaba tener acceso al poder y manejar un estado centralizado que protegiera e impulsara sus actividades económicas, tal como venia ocurriendo en Inglaterra.
Viendo la difícil situación económica que se asomaba, la nobleza exigió que se llamara a Estados Generales, para el tratamiento de una ley de impuestos. La monarquía prácticamente arruinada económicamente y sin el apoyo de gran parte de la nobleza, estaba en la ruina.
Cuando se reunieron en los Estados Generales (1789), la situación de Francia estaba sumamente comprometida, ya que el pueblo no soportaba más tan penosa vida, y existía un gran descontento social. Como se dijo, las clases sociales existentes en ese momento eran: la nobleza, el clero y la burguesía, pero al contar los votos de la nobleza y del clero, que pertenecían a un estamento privilegiado, superaban en número a la burguesía, y por lo tanto siempre se tomaban las decisiones que a esta sector le convenía. Solucionado este sistema de conteo, el tercer estamento (la burguesía) pudo tomar el control de la situación, y comenzó a sesionar como Asamblea Nacional, y juraron solemnemente que ésta no se disolvería hasta tanto no se logre conformar una Constitución Nacional.
En 14 de Julio de 1789, la burguesía se vio apoyada por un gran sector explotado por la nobleza, los campesinos, que en medio de una agitada multitud revolucionaria formada por hombres y mujeres, saturados de injusticias y de hambre, se dirigen violentamente a la Bastilla, símbolo del régimen absolutista, donde funcionaba como cárcel de los opositores al sistema de gobierno, y toman la toman por la fuerza. Esta demostración atemorizó a los partidarios del antiguo sistema, y sirvió para inclinar la balanza en favor de los revolucionarios, desplazando así del poder a los nobles y partidarios del absolutismo.
Paralelamente se produjo en las zonas rurales levantamientos de los campesinos contra los señores feudales, lo cuales fueron asesinados, y sus castillos saqueados e incendiados. A este movimiento social por la justicia y fraternidad de los hombres en 1789, se lo conoce como el Gran Miedo.
La Asamblea Nacional estaba formada por la burguesía, que inicialmente para luchar contra la monarquía, lo hizo en forma unificada, pero en realidad la burguesía no era una clase social homogénea, sino que estaba dividida en la alta burguesía –banqueros, financistas, comerciantes, propietarios- y en la baja burguesía formada por los profesionales (abogados y médicos), pequeños comerciantes y dueños de talleres.
Cuando llegó el momento de decidir por la forma de gobierno, la alta burguesía apoyó a los girondinos, oriundos de la provincia de La Gironda, que querían llegar a un acuerdo con la monarquía e instaurar una monarquía constitucional, es decir, tenía una actitud moderadora respecto a los cambios políticos.
Por otro lado estaban los jacobinos, que tenían ideas más revolucionarias y de cambios radicales, con tendencia a la instauración de una república democrática, con derechos a la participación política y con la aplicación de medidas más equitativas para la repartición de la riqueza y la lucha contra el hambre popular. Dicho nombre proviene de que se reunían en asambleas, llamadas clubes , en un convento ubicado sobre la calle San Jacobo.
Los diputados de la asamblea, decidieron eliminar los privilegios de la nobleza, se les obligó a pagar impuestos y se eliminó el diezmo a la Iglesia. Pocos días después la asamblea dicta la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, esta proclama se transformó en la síntesis de las ideas revolucionarias, basadas en tres banderas: igualdad, fraternidad y libertad.
Les interesaba la libertad para comerciar, la defensa de la propiedad privada y la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
El 3 de Septiembre de 1789, se proclamó la Constitución de carácter moderado, en donde la alta burguesía había logrado prevalecer sus ideales, de negociar con el antiguo régimen, quedando a cargo del poder ejecutivo el rey (Luis XVI), el poder legislativo lo ejerció una asamblea formada por la burguesía y el poder judicial, se compuso de jueces electos. Se estableció que sólo podían votar aquellos que pagaban ciertos impuestos, y de esta manera se pone en evidencia que las banderas de igualdad proclamada por los revolucionarios tenía ciertas limitaciones.
La nobleza de esta manera se vio con sus poderes recortados, lo que los motivó a tratar de crear alianzas y buscar apoyos en otros países con gobiernos absolutista, y de paso tratar de evitar que estos movimientos se expandan a otros reinos, y para ello no había mas remedio que la guerra. Países como Austria y Prusia, atacaron a los franceses en los límites de su territorio y lograron contenerlos, pero los cuidados que tuvieron los países limítrofes con Luis XVI, hicieron evidente de la alianza que existía entre éste y la intervención extranjera, de esta manera el pueblo francés destronó al rey, y luego se lo decapitó. Más tarde fue ejecutada su mujer: María Antonieta. La asamblea nacional fue desplazada y un nuevo cuerpo de representantes reunidos en una Convención, comenzó a dirigir el nuevo gobierno republicano, liderado por la baja burguesía, dependiente del partido jacobino.
El cambio de mayor importancia es que ahora los representantes podían ser elegidos mediante el sufragio universal, permitiendo una mayor participación de sectores humildes y populares, llamados sans culottes (sin calzones).Desde 1792 los jacobinos lograron el control de la Convención, y sus principales activistas fueron: Dantón, Robespierre, Marat y Saint Just.
La república jacobina en el plano exterior debió frenar el avance de los ejércitos extranjeros, en el plano interior debió combatir la aristocracia, y terminar con la resistencia de los girondinos, que se oponían a la nueva forma de gobierno. Para tomar mejor partido de su control, los jacobinos hicieron alianzas con los sans-culottes, y durante 1793, se creó una institución destinada a establecer un rígido control de los opositores, y castigarlos duramente y aplicar la pena de muerte a todos aquellos que no apoyaban el sistema de gobierno republicano. Este instrumento fue dirigido en persona por Robespierre.
Se trataba de mantener dominados a sus opositores, a través del miedo, por lo que se lo llamó: El terror revolucionario
La medidas tomadas por la Convención no pudieron atender a todas las exigencias del sector popular, que seguían sufriendo la crisis económica. Se trató de llevar un control de precios para los alimentos básicos, aplicando severa penas a quienes no las acataban, pero no se logró el efecto deseado, lo que llevó al sector de los sans-culottes a romper su alianza con los jacobinos, creando una fisura y debilidad al partido gobernante.
Conociendo la debilidad de este gobierno, la alta burguesía aprovechando la situación, y deseosos de terminar con los “excesos del populacho” en Julio de 1794, produjeron un golpe de estado, desplazando la república y creando un Directorio, que para lograr su autoridad se apoyaron en los militares. Los líderes de la Convención fueron guillotinados.
El Directorio, eliminó la libertad política de votar a los más humildes, se eliminó el control de precios y se tomaron medidas que favorecieron a los comerciantes y especuladores.
De todas maneras, el sector popular siguió pasando por las misma penurias de siempre y míseras condiciones de vida.
Entre los militares que apoyaban al Directorio, se encontraba Napoleón Bonaparte, que no tardó en hacerse del poder, mediante un golpe militar, aprovechando el gran prestigio que se había ganado en las diversas victorias militares en otros países. En 1799 se apoderó del gobierno se Francia, y se coronó como Primer Cónsul, concentrando cada vez más poder, hasta llegar a emperador en 1804. Con el tiempo la burguesía lo apoyó, ya que conservó muchos de los principios declarados en la Constitución, especialmente aquellos que beneficiaban a la burguesía más acomodada. A su vez estos lo apoyaban, porque evitaban el regreso de la república jacobina y del antiguo régimen aristocrático.
Consecuencias de la Revolución Francesa
1-Se destruyó el sistema feudal
2-Se dió un fuerte golpe a la monarquía absoluta
3-Surgió la creación de una República de corte liberal
4-Se difundió la declaración de los Derechos del hombre y los Ciudadanos
5-La separación de la Iglesia y del Estado en 1794 fue un antecedente para separar la religión de la política en otras partes del mundo
6-La burguesía amplió cada vez más su influencia en Europa
7-Se difundieron ideas democráticas
8-Los derechos y privilegios de los señores feudales fueron anulados
9-Comenzaron a surgir ideas de independencia en las colonias iberoamericanas
10-Se fomentaron los movimientos nacionalistas
La tendencia del intervencionismo del Estado es un rasgo que caracteriza la historia de Europa desde la Revolución francesa.
Julián Marías
En ocasiones leo o escucho tildar incomprensiblemente a la Revolución francesa de liberal. Lo que habitualmente descubro finalmente es que tal adjetivación es debida a la desesperante polisemia que acompaña siempre a la palabra liberal. Espero poder aportar un poco de luz a este asunto.
No hay nada peor que los clichés históricos al indagar e intentar comprender la historia. No nos dejan ver. Uno de ellos es que el Antiguo Régimen fue oprobioso y nefando y que, gracias a la Revolución francesa, se superó aquella oscura fase histórica. El Ancien Régime tuvo sus luces y sus sombras pero qué duda cabe que el siglo XVIII francés es mucho más interesante de lo que comúnmente se suele creer. Con respecto a la Revolución "liberadora" por excelencia, no es oro todo lo que reluce.
El hecho más relevante fue que cambió el orden social existente hasta entonces. No sólo cambió la forma del poder (Monarquía por República, aunque luego salió Imperio) sino la forma entera de entender la sociedad, implantando el control político sobre todas las esferas de actuación de la sociedad civil y la extensión de unos nuevos valores entre las gentes. La política empezaría a ocupar, desde entonces, todo el espectro social.
La Revolución francesa fue un proceso histórico violento que, pese a sus diversas etapas [Estado Generales, Monarquía controlada por Asamblea Constituyente (jun.1789-sept.1791), Monarquía controlada por Asamblea Legislativa (sept.1791-sept.1792), decapitación real (21 enero 1793), Convención (sept. 1792-oct.1795), Directorio (oct.1795-nov.1799) y Consulado (1799-1804)] forma parte de un todo ininterrumpido -no todos los excesos se cometieron en tiempos de la Convención- que se fue sucediendo inexorablemente una vez que se volaron por los aires todas las normas (buenas y malas), costumbres, usos, derechos y tradiciones del Antiguo Régimen para formar una sociedad nueva desde sus raíces. El parlamentario whig británico-irlandés Edmund Burke contempló con verdadero horror aquella cascada de sucesos que se iban produciendo en el país vecino. Le bastaron apenas dos años de observar lo que allí se implantaba para analizar y preconizar con inusitada precisión lo que iba a devenir todo aquello en su obra Reflexiones sobre la Revolución francesa.
Los historiadores no van muy desencaminados al marcar con la Revolución francesa el comienzo de la Edad Contemporánea. Fue, sin duda, el Acontecimiento. De alguna manera somos hijos en buena parte de todo lo acaecido a partir de 1789 en suelo francés.
Desmontando mitos del Antiguo Régimen francés. El crucial siglo XVIII
En el Antiguo Régimen reinaba más libertad que en nuestros días.
Alexis de Tocqueville
Antes de su Revolución por antonomasia, Francia existía como una nación portentosa; con sus aciertos y genialidades así como con sus abusos y privilegios. A lo largo de centurias, durante las dinastías de los capetos, valois y los borbones, se fue creando una nación que despuntó de las demás por méritos propios (a pesar del incipiente centralismo instaurado por Richelieu y del proteccionismo heredado de Colbert y demás ideólogos del mercantilismo). En las escuelas francesas y en las conmemoraciones del 14 de julio pareciera que la moderna nación francesa surgió con la Revolución francesa. Esto es cierto en parte, pero omite otros hechos indiscutiblemente importantes y minusvalora la realidad histórica del país vecino.
En Francia la Iglesia era durante el Antiguo Régimen omnipresente en toda la sociedad. Durante siglos de historia había forjado todo un entramado social que la hacía insustituible. Su acción llegaba a la educación de la población, la asistencia de enfermos en hospitales, de huérfanos en orfanatos y al socorro de los más necesitados de la sociedad.
Francia era durante los siglos XVII y XVIII una de las naciones más prosperas de Europa (si no la más). Su poderío militar y esplendor económico eran envidiados por todo el mundo. Su corte versallesca se intentaba emular por todo gran señor o monarca europeo. No en vano sus fronteras sustentaban la sociedad más populosa de aquellos momentos –28 millones de personas– imposible de mantener en aquellos tiempos de no haber existido una estructura productiva pujante y un cierto desarrollo comercial. Su prosperidad era indiscutible. No obstante, había situaciones injustas como los privilegios fiscales o la pervivencia de ciertas servidumbres (i.e. trabajos forzados como la corvée); hechos que, por lo demás, no diferían demasiado de lo que sucedía en otros países de su entrono por entonces. Eso sí, Inglaterra empezaba a despuntar (a pesar de contar con un tercio de la población de Francia) como verdadero rival y posible vencedora en el terreno internacional.
Por otra parte, los monarcas franceses nunca tuvieron un poder omnímodo sobre sus súbditos. En teoría su poder era "absoluto", pero en la práctica sus competencias no interferían en un gran número de asuntos que hoy consideraríamos de interés público. Siempre habían respetado, desde el mismo momento de las respectivas coronaciones, las propiedades, fueros, corporaciones municipales, los parlamentos regionales, las asociaciones de todo tipo, los gremios profesionales, los derechos locales, las diversas jurisdicciones, la variedad de lenguas, los usos y costumbres de su abigarrado y muy plural reino francés. Esto se acabó con el rasero igualitario y unificador de la Revolución.
Las estadísticas de los títulos de propiedad y los documentos testamentarios nos indican que la propiedad privada no dejó de aumentar continuamente a lo largo del siglo XVIII. Se estima que alrededor del 70% de la superficie de Francia estaba en manos privadas de burgueses, hombres de negocios y campesinado (sí han leído bien; el campesino francés siempre mostró una tendencia acusada a poseer, si podía, su terruño aunque fuese pequeño). El resto (30%) estaba en manos de aristocracia, clero o eran posesiones reales.
Pese a todo ello, a finales del siglo XVIII el Estado francés estaba próximo a la bancarrota debido a los elevados y crecientes gastos militares. La costosa guerra de los Siete Años y, muy especialmente, su posterior intervención y apoyo en la guerra de Independencia americana, habían producido un alarmante déficit estatal. Ante esto, nada se hacía más intolerable que la situación de la nobleza y el clero que disfrutaban del privilegio de no pagar los impuestos que el resto de mortales sí apoquinaba. Había un fuerte sentimiento generalizado de las clases no privilegiadas para que dichos estamentos también contribuyeran a esos pagos.
Luis XVI quiso desde el inicio de su reinado poner orden a las cuentas públicas. Mediante sus diversos ministros intentó revertir esta situación pero sin éxito. Turgot fue nombrado responsable máximo de las finanzas del Estado el mismo año (1774) en que fue coronado Luis XVI. De todos sus ministros, fue el más capaz; era mucho más que un mero fisiócrata. Propuso una igualdad sin excepciones en el pago de los impuestos, la contención del endeudamiento estatal, la reducción de los gastos públicos y, por ende, de las cargas innecesarias al resto de la población, la liberación del comercio y de la industria en un marco de libre competencia, la devolución al súbdito de gran parte de la iniciativa económica, el derecho (natural) de cualquier hombre a trabajar sin imposiciones o trabas gremiales, el otorgamiento de mayor independencia a los parlamentos regionales y la limitación del Estado a sus funciones esenciales de garante del orden establecido.
Pero sobre todas las cosas, Turgot recomendó a Luis XVI que no interviniese en la guerra de Independencia americana en ciernes pues ello agravaría aún más las menguadas arcas estatales, no traería beneficios reales a Francia y colapsaría irremediablemente las cuentas públicas. Era, sin duda, lo más juicioso pero –por desgracia– se le hizo caso omiso.
Turgot pisó demasiados callos; fue lo que determinó su caída (1776). Craso error del monarca Luis XVI el dejarse ganar dicha batalla de reformas necesarias. De haberse llevado a cabo, tal vez la Revolución francesa no se hubiera producido. Ningún monarca del Antiguo Régimen tuvo jamás un consejero tan preclaro.
Francia hacía poco que había perdido gran parte de su imperio colonial en beneficio de Inglaterra con motivo de la guerra de los Siete Años y ahora se le presentaba la ocasión de desquitarse con su rival en sus posesiones de América. La tentación para reparar el orgullo patrio y los grandes negocios relacionados con ultramar era demasiado fuerte para no caer en ella. Se enviaron, pues, numerosas tropas y durante años se mantuvo un costoso ejército de apoyo a los insurgentes americanos. La bancarrota del Estado francés sobrevino irremediablemente al final de los años 80. Nada pudieron hacer los ministros de finanzas que sucedieron a Turgot (Necker, Calonne, Brienne, Necker de nuevo) sino intentar extender el impuesto a todos los estamentos y renegociar la deuda imposible de amortizar con los banqueros internacionales de París, Amsterdam, Génova o Hamburgo.
El siglo XVIII fue una centuria de vital importancia para Occidente. En ella se produjo un verdadero auge agrícola debido a las mejoras de sus técnicas, un avance en la mecánica y en las ciencias aplicadas, en la medicina clínica y en otros oficios técnicos que llevó aparejado una mejora de la productividad, una expansión del comercio internacional y un aumento progresivo de la población. Estas invenciones y mejoras no fueron más que un tímido avance de lo que sería la Revolución industrial y el posterior maquinismo del siglo XIX. Esto llevó a un desajuste progresivo con aquellos mercados cerrados y gremios que trabajaban con toscas herramientas y técnicas ancestrales. La tensión social estaba servida. Durante el siglo XVIII se produjeron innumerables motines por doquier. Recordemos unos pocos ejemplos: los motines de Madrid (durante Carlos III), los de Viena (de José II), las revueltas de los cosacos capitaneadas por Pugachev, el motín del Té (precursor de la Independencia americana), las "guerra de la harina" en la propia Francia... En aquellas regiones del planeta donde iban penetrando dichos progresos se iba haciendo más insoportable las caducas estructuras del Antiguo Régimen. La Revolución francesa fue la revuelta social más importante por su alcance y sus consecuencias.
Inventos de la Revolución francesa heredados por las democracias modernas
Todo malhechor que ataca el derecho social... se convierte en traidor a la patria.
J.J. Rousseau
La Revolución francesa ha despertado (y sigue despertando) grandes simpatías tanto en pensadores de izquierda como en partidarios de la democracia. Es lógico, pues terminó con el denostado Antiguo Régimen, impuso la igualdad ante los impuestos, se estableció la asamblea representativa como forma de gobierno, se suprimieron las fronteras interiores al comercio, se uniformizaron los pesos y las medidas y se acabó con los privilegios de clase y los trabajos forzados como la corvée. Supuso un hito para el asentamiento posterior de regímenes democráticos. El problema es que si se escarba un poco en dicho suceso histórico comprobamos que no todas las herencias recibidas de aquella Revolución fueron ni mucho menos favorables a la libertad. Veamos:
Asamblea nacional: Aunque no fue una innovación de la Revolución francesa, fue el símbolo del poder político del nuevo régimen que encarnaba la nación, si bien pronto aparecieron diferentes facciones dentro de la misma (hubo entre los diputados verdaderas luchas a muerte, en su sentido literal, por controlar dicha cámara). Sucesora de los Estados Generales a los que ninguneó al autoproclamarse representante del pueblo, en un principio su estructura era sólo unicameral, luego devino bicameral para poner un poco de freno a los excesos producidos. Según el artículo 3º de la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano,"la nación es esencialmente la fuente de toda soberanía; ningún individuo ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella". Esta soberanía nacional pronto se convertiría en soberanía popular, en virtud de la cual la Asamblea no encontraría límites para gobernar pues era la "voz del pueblo", al que no era legítimo poner cortapisas. La libertad de todas las minorías quedaría desde entonces amenazada.
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: Mientras turbas enfurecidas del pueblo llano saqueaban castillos y abadías, prendían fuego a las casas y tomaban las calles de las ciudades con picas adornadas con cabezas humanas debido al "gran miedo", la Asamblea Constituyente redactó una declaración solemne de derechos naturales e inalienables del hombre de alcance universal que fue aprobada el 26 de agosto de 1789. Debería ser el embrión de todo Estado constitucional que se preciara. No obstante, los líderes de la Revolución francesa (especialmente los jacobinos), en su búsqueda de la virtud republicana y la igualdad social, no tuvieron reparo alguno en violar sistemáticamente dichos derechos humanos.
Además, se olvida que dicha Declaración consistía en leyes o enunciados dirigidos exclusivamente a los hombres, es decir, los machos. La consideración de la mujer en la época de nuestros impetuosos revolucionarios franceses de finales del siglo XVIII dejaba mucho que desear: a pesar de la parte activa que tomaron algunas mujeres en las revueltas populares o en las calles de las ciudades, no tenían derecho pleno de propiedad, de trabajar libremente en lo que desearan o de votar, y su papel no era otro que cuidar del hombre y formar una familia al modo ejemplar de las matronas romanas.
La declaración de manera extraoficial de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana vino de la mano de la francesa Olimpia de Gouges, en 1791. Seguramente fue una de las iniciativas más interesantes que produjo la Revolución; lástima que la tal Olimpia fuera más tarde guillotinada por girondina. Desengañémonos, los derechos de las mujeres no empezarían a tomarse verdaderamente en serio hasta bien entrado el siglo XIX con la aparición de las sufragistas británicas gracias al nivel de vida alcanzado en su país mediante el capitalismo.
Pese a que la declaración francesa no fue del todo original, pues se inspiró en la Declaración de independencia americana de 1776, sirvió de referencia ineludible para la redacción posterior de otros derechos del hombre. Más tarde, el Estado de bienestar alemán completó ese elenco de derechos con la idea de "justicia social" y el New Deal de Roosevelt diluyó esos mismos derechos individuales y sagrados en difusos derechos económicos y sociales de nueva generación legitimando, por tanto, el empleo de la fuerza estatal contra individuos pacíficos si era por el bien común, es decir, para lograr los objetivos señalados por el legislador social (echando, pues, por la borda los derechos individuales de las declaraciones del siglo de la luces y de la tradición liberal clásica). Actualmente los derechos individuales están condicionados a los planes circunstanciales que desarrolle cada Gobierno y pueden ser violados si el interés general fijado por el Gobierno de turno así lo exige. Podemos decir que los derechos naturales del hombre han quedado ensombrecidos por la profusión del "derechos humanos" otorgados desde el Poder.
Departamentos, centralización administrativa y revueltas federalistas: El diseño de la organización territorial de Francia por parte de la Revolución francesa dio como resultado un Estado unitario y centralizado que se asentaba sobre un complejo sistema jerarquizado de administración en varios niveles. Los ochenta y tres departamentos fueron creados en 1790 de forma bastante artificial por decisión de la Asamblea con el fin de que toda persona pudiera dirigirse en una jornada de caballo como máximo a sus representantes. Se suprimió de un plumazo la tradicional división provincial de Francia. Con el nuevo sistema administrativo se crearon estas nuevas unidades que ejercerían un férreo control sobre los diferentes territorios. Cada departamento tendría luego, por deseo de Napoleón en febrero de 1800, una prefectura, dependiente del Ministerio del interior.
En septiembre de 1792, meses antes de guillotinar a Luis XVI, la Convención declaró formalmente "la abolición de la realeza". De este modo, y sin más ceremonias, la I República hacía su entrada en la historia de Francia. Hubo menos unanimidad a la hora de determinar si debía tener un carácter centralista o bien federal.
Los girondinos sentían una fuerte hostilidad contra el centralismo ejercido desde París y la influencia de su Comuna. La mayoría de los diputados girondinos procedían de las grandes ciudades portuarias de Francia (Nantes, Burdeos o Marsella), escenarios de prosperidad comercial. Eran partidarios de la federación de los departamentos. Por el contrario, los diputados montañeses (es decir, los jacobinos) y los agitadores sans-culottes eran fuertes en París y sus alrededores. Estaban alejados de los negocios internacionales y de las finanzas y se identificaban más con la pequeña burguesía de las ciudades y las clases populares urbanas (artesanos y pequeños comerciantes). Eran partidarios, por tanto del centralismo y el proteccionismo. Mostraron, por ende, un odio feroz contra todo lo que implicase descentralizar el poder o tomar las medidas liberalizadoras solicitadas por los fisiócratas.
Ante el centralismo indisimulado de París surgió una fuerte resistencia por parte de ciertas provincias. Aconteció lo que dio a llamarse el levantamiento federalista contra el centralismo del Gobierno. Se extendió con rapidez por Bretaña, Normandía, en el Mediodía y en el Franco-Condado. Muchas autoridades departamentales se unieron a los federalistas. Fue una guerra civil en toda regla. Las plazas que más se resistieron fueron Lyon, Marsella, Caen y Burdeos. La represión oficial fue contundente. Al final, los gobernantes jacobinos se impusieron con su ejército.
Los últimos restos del federalismo girondino (que nunca constituyó un peligro real) fueron definitivamente laminados tras la caída de la municipalidad de Burdeos (18 septiembre de 1793) y la toma de Lyon (9 de octubre de1793). Desde entonces, el "peligro federalista" no fue sino un recurso propagandístico para concentrar poder.
La Convención, pues, se decantó enseguida por un modelo centralizado: "La República Francesa es una e indivisible", rezaba el art. 1º de la Constitución de 1793. Para que no hubiera duda se estableció la pena de muerte contra cualquiera que intentara romper la unidad de la República o defendiera la autonomía de las provincias o departamentos. Desde entonces todos los gobiernos franceses han tenido, casi sin excepción, un fuerte carácter centralista y, por tanto, antiliberal.
Los clubes (proto-partidos políticos): Siguiendo la tradición británica se crearon durante el siglo XVIII una serie de clubes o sociedades de pensamiento en las ciudades más importantes. Cuando la Revolución estalla serán sus motores aquellos en que se discutía periódicamente de política, se redactaban propuestas y programas políticos y se daban las directrices pertinentes a los diputados que pertenecían a los mismos para que los presentaran a la Asamblea. Sobresalieron el club de los fuldenses, el de los girondinos, el de los jacobinos (radicales) y el de los cordeliers, más extremistas aún que los jacobinos. Más adelante se organizó el neo-jacobino club del Panteón.
El club de los jacobinos se convirtió pronto en el paradigma de todos ellos. Se transformó en una perfecta maquinaria de poder; un entramado que, en palabras de uno de sus dirigentes, Desmoulins, "abarcaba en su correspondencia con sus sociedades filiales todos los rincones y recovecos de los ochenta y tres departamentos franceses". Esa estructura, perfectamente coordinada bajo la dirección de la matriz parisina, dispuso desde el principio de una capacidad operativa muy superior a la de cualquier otra organización de su tiempo. De hecho, y aunque no adoptara ese nombre, se trataba del primer partido político de la era moderna. La capilaridad del club jacobino era impresionante: llegó a contar con una red de tres mil sociedades y alrededor de cuarenta mil comités repartidos a todo lo ancho del país. Muchos de sus miembros medraron a expensas de la Revolución con negocios adosados al poder, acumulando patrióticamente y en poco tiempo riquezas enormes.
Desde entonces, las propuestas de los partidos políticos y las consecuencias de llevarlas a cabo han conseguido tener una omnipresencia en la sociedad civil impensable en tiempos del Antiguo Régimen. Digamos que dada la influencia de los partidos políticos en todo el quehacer humano, el progreso espontáneo de las sociedades ha desaparecido casi por completo desde la aparición de aquéllos en la Edad Contemporánea.
Laicidad y descristianización: Pese a que durante el siglo XVIII hubo expulsiones de jesuitas de las instituciones educativas en diversos países, nada fue comparable con la planificación de descristianización de la sociedad llevada a cabo por la Revolución. El 11 de agosto de 1789 se suprime el diezmo que permitía a la Iglesia costear su extensa misión social en escuelas, hospitales, orfanatos y casas de acogida a menesterosos y que, al mismo tiempo, le permitía mantener una independencia con respecto al Estado. Todo esto se acaba con la Revolución. El 2 de noviembre de 1789 se nacionalizan todos los bienes del clero para su posterior venta en beneficio del Estado. A partir de entonces, la asistencia social y la educación pasa a manos del Estado por verse la Iglesia impedida a realizar dichas labores al no tener recursos materiales para desarrollarlos. En febrero de 1790 se impone a todo el clero del primer juramento de obediencia (hubo otros más) al nuevo régimen, pretendiendo así "nacionalizar" las voluntades de los religiosos y ponerlos a las órdenes del Estado. Ese mismo mes se suprimieron todas las órdenes religiosas (así, por las bravas), se exclaustra a todos los monjes y monjas (se incautan y queman conventos). También fueron objeto de violencia y acoso los templos y las personas religiosas de las minorías protestante y judía.
El 12 de julio de 1790 se aprueba por la Asamblea la constitución civil del clero que sirve para organizar la iglesia conforme a los nuevos departamentos administrativos, lo que implicó la desaparición de 53 diócesis y más de cuatro mil parroquias al no coincidir con la nueva planificación administrativa del territorio francés. También supone el nombramiento de obispos con el plácet político. Se lleva a cabo la reorganización completa de la Iglesia francesa por el Estado sin contar con Roma.
Todas estas medidas (mientras aún existe la Monarquía teledirigida por la Asamblea de diputados) consiguen que la manutención de la Iglesia dependa del Estado. Su función ahora se nacionaliza y los miembros de la Iglesia pasan ahora a cobrar del Estado como cualquier otro funcionario público.
Más de dos tercios del clero es contrario (refractario) al juramento que se le impone de fidelidad a los nuevos idearios de la Revolución y se resiste a romper con Roma. Asimismo, de los ciento treinta obispos hubo sólo cuatro que se mostraran dóciles a los dictados del Estado; entre ellos, sobresaldría en la carrera política y diplomática Talleyrand, obispo de Autun. Esto originó la existencia de dos Iglesias en Francia: una clandestina, sostenida por donaciones voluntarias, y otra oficial, protegida y financiada por el Estado.
A todos los refractarios se les pone bajo vigilancia y en mayo de 1792 se vota incluso un decreto por el que se deportará a todo eclesiástico al que veinte ciudadanos denuncien como no juramentado. En agosto de 1792 un decreto permitió las deportaciones (mayormente al penal de Guayana) de todos los enemigos de la revolución (incluidos, cómo no, los religiosos refractarios). Por fin llega lo inevitable: en marzo de 1793 se declaran condenados a muerte todos aquellos eclesiásticos que no hayan formalizado su juramento oficial de fidelidad al Estado. Más de 40.000 religiosos abandonan Francia, pero muchos no consiguen huir y son ejecutados.
"Nadie debe ser hostigado por sus opiniones, aún religiosas, siempre que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley". Así rezaba el art. 10 la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789. Los libros de texto resaltan que, a instancias del incorruptible Robespierre, se aprobó el decreto de diciembre de 1793 por el que se establece la tolerancia religiosa (sic) en Francia. A esas alturas, todo ello era papel mojado. Los enemigos de la libertad religiosa y de conciencia se impusieron sin reservas.
Como broche final de esta descristianización impuesta, al año siguiente de que Napoleón invadiera Italia (1798) su ejército entró en Roma. Apresaron al papa Pío VI y lo deportaron a Francia. En el ínterin del viaje se les murió el pontífice (en Valence).
Con estos mimbres surge así el primer Estado laico de la modernidad. Francia dejó de ser la "hija primogénita de la Iglesia" para convertirse en el estandarte del laicismo moderno.
Ley Le Chapelier y supresión de cuerpos intermedios: Promulgada el 17 de junio de 1791, esta ley suprimió durante casi un siglo toda corporación o asociación de profesionales –obreros, tenderos, profesionales libres, trabajadores o empresarios, etc.– como grupos intermedios (tan estimados por Montesquieu) entre individuos, por una parte, y el Estado, por otra. Los sujetos estarían ligados, por tanto, sólo al abstracto interés general, expresado mediante la voluntad general de la que hablara Rousseau, sin verse desvirtuada por intereses espurios.
Asimismo esta ley establecía como nulo por inconstitucional todo acuerdo entre empresarios o profesionales dirigido a fijar precios en el mercado. Esto supone un claro precedente de toda la perjudicial legislación antimonopolio defensora de una irreal competencia perfecta y estática (existente únicamente en las mentes de los políticos) que actualmente padecemos.
Por su parte, otras muchas asociaciones no profesionales serán gradualmente erradicadas de la sociedad civil (como el fin de las congregaciones religiosas de seculares por ley en agosto de 1791). Excepto lo relacionado con los clubes políticos (y no todos), la Revolución francesa supuso un ataque directo contra la libertad de asociación del individuo para perseguir más eficazmente sus propios fines. No era necesaria según los revolucionarios, pues el poder político era el que velaba por los intereses de todos y determinaba los objetivos comunes de la sociedad. Esto es el antiliberalismo por excelencia.
Años después Tocqueville, durante su viaje a América, le llamaría la atención la cantidad tan grande de asociaciones civiles –que perseguían todo tipo de fines– existentes en América en comparación con Europa y, muy especialmente, con su país. La Revolución francesa sencillamente las había eliminado. El individuo se encontraría dependiente del Estado que acudiría en su ayuda. La frase de Mussolini: "Nada fuera del Estado, nada contra el Estado, nada sobre el Estado" es la culminación de aquel proceso tendente a dejar desamparado al individuo frente al Estado.
Los asignados o emisión incontrolada de billetes contra bienes confiscados: El colapso de las cuentas del Estado fue, con mucho, la peor herencia que la monarquía dejó a los revolucionarios en el poder. Éstos tuvieron que hacerse cargo de ella a regañadientes (una cosa era enemistarse con las monarquías de Europa y otra muy distinta era hacerlo con los banqueros internacionales a los que, sin duda, tendrían que recurrir para financiar sus gastos futuros).
No era posible acceder a nuevos empréstitos (no se presta dinero al que está en bancarrota) y la creación de nuevos impuestos tampoco podía ser la solución (¿no se había iniciado la revolución debido a un asunto de impuestos?). Les quedaba un recurso fácil, a saber, los bienes de la Iglesia. Dicho y hecho. En noviembre de 1789 la Asamblea nacional expropió todos los bienes de la Iglesia. Con la confiscación y venta de los bienes de la Iglesia se lograban varios objetivos al mismo tiempo: se daría conformidad a sus deudores nacionales e internacionales, destruiría el poder económico de la Iglesia en Francia, su único rival serio de asistencia social, y crearía una nueva clase de propietarios leales a la Revolución que se enriquecieron con dicho expolio.
La venta de dichos bienes no dio los resultados esperados: muchos bienes quedaron sin vender. La emisión posterior de unos billetes garantizados contra los bienes no vendidos supuso el "último remedio" para la insolvencia fiscal del Estado. En marzo de 1790, por tanto, se emitieron numerosos billetes inconvertibles de curso forzoso contra dichos bienes. A estos papelillos se les denominó asignados (assignats). Se emitieron ni más ni menos que 400 millones de libras en papel de asignados. Los pocos economistas sensatos que quedaban recordaron a los diputados revolucionarios las desastrosas consecuencias que conllevaría dicha medida recordando la experiencia de la burbuja de John Law a principios de ese mismo siglo: depreciación de la moneda, subida de precios, especulación rampante, sensación de escasez de dinero, postración del comercio y la industria, caída del ahorro... Los revolucionarios contestaron que las leyes económicas no les afectarían. Además, en última instancia estaba todo el extenso territorio de la Francia para hacerse cargo de ello. J. B. Say recordaría con amargura cómo cada vez que en la Asamblea nacional se tocaban temas relacionados con el comercio o las finanzas acababan maldiciendo a los economistas.
La segunda emisión vino en verano de ese mismo año de 1790: 800 millones de libras de nada. Los políticos prometieron que, esta vez, iba a ser la última. Luego, por supuesto, vinieron más emisiones de asignados: junio 1791 (600 millones), dic. 1791 (300 milloncetes), abril 1792 (otros 600 millones, esta vez contra los bienes confiscados de los que habían huido de Francia para salvar sus cabezas). Burke señalaría con disgusto que se había cometido un robo a una parte de la sociedad (expropiación de los bienes de la Iglesia) para, a continuación, cometer un fraude a toda la sociedad (dinero-papel fiat de curso forzoso).
Entre tanto, la Revolución declaró la guerra a Europa (abril 1792) y, lógicamente, vinieron más emisiones posteriores: en 1793 se emiten 1.200 millones, en 1794 3.000 millones y en 1795, la orgía, 33.000 millones de libras en billetes asignados (dinero fiat). Se consiguió lo que sólo los políticos alcanzan: de la paridad inicial con el franco/oro se pasa a que 600 asignados se acabarían cambiando por 1 franco/oro (eso sí que es magia). Las consecuencias del derrumbamiento general del poder adquisitivo de dicho envilecimiento de la moneda se repartirían con criterios de igualdad y fraternidad entre todos los miembros de la sociedad francesa. El tercer principio según el lema revolucionario, la libertad, hacía tiempo que se había enterrado. Por supuesto entre medias también se decretaron (en vano) las diversas leyes de Máximum de control estatal de precios (ver abajo) y la prohibición de comerciar con monedas.
Durante el Gobierno del corrupto Directorio se quiso mejorar la caótica situación con un nuevo dinero fiduciario, los billetes denominados mandatos (mandats). Se fijó el cambio oficial de 30 assignats por 1 mandat. No arregló nada pues se hicieron diversas emisiones de mandats. Llegó lo inevitable: una inflación galopante y el repudio generalizado de ambos billetes "revolucionarios".
Sólo con la llegada de Napoleón, como primer Cónsul, se pudo introducir racionalidad al asunto al volver a la moneda respaldada (y disciplinada) con el patrón oro. Sin embargo, fue también el corso el que fundó el Banco central de Francia en 1800 (al tiempo que establecía su residencia en las Tullerías) que sería el instrumento de futuras emisiones monopolistas de dinero fiat de curso forzoso cuando se abandonase definitivamente el patrón oro.
La escuela republicana: La educación se hace pública y laica. Deja de estar en manos de la Iglesia para pasar a otras manos, esta vez las del Estado. Durante la Convención se debaten diversos proyectos educativos de la escuela primaria. De entre ellos, sobresale el proyecto de Lepeletier (defendido por Robespierre) que no pudo llevarse a cabo por falta de medios (habría sido necesario elevar los impuestos y no era cuestión, por el momento; además había que hacer frente a otras partidas más perentorias en materia de gastos militares). El proyecto Lepeletier intentó crear por toda Francia centros educativos (de niños y niñas, separados, de cinco a doce años) diseminados por ciudades y cantones para aleccionar a los infantes en las virtudes republicanas y su odio a todo lo que desde el poder se decretase como enemigo de la Revolución (clero, monarquía, federalistas, girondinos...). Dichos centros educativos serían en régimen de internado para que el adoctrinamiento de los pequeños se hiciese fuera de su entorno familiar o social a modo espartano y favoreciese, así, el desarrollo físico y el fortalecimiento el espíritu republicano. A falta de presupuesto para llevar a cabo esta progresista iniciativa de internados se tuvieron que contentar los diseñadores políticos con emplear las antiguas escuelas de la Iglesia o casas de curas (que para eso habían sido expropiadas) como escuelas del nuevo régimen. La enseñanza primaria fue obligatoria a partir de los cinco años. Como libro de texto utilizaron el conocido catecismo republicano en el que se explicaban a modo de breviario laico –con preguntas y respuestas– las virtudes y los principios de la revolución y de la patria.
En los estudios secundarios existía un afán eminentemente práctico por lo que las clases, además del maestro público, contaban con la asistencia de albañiles, canteros, carpinteros, artesanos y otros profesionales para impartir clases. Asimismo se obligaba a maestro y alumnos a participar en todo tipo de actos públicos y asistir estos últimos a los debates políticos en que participaran sus padres para imbuirse de "espíritu ciudadano". Las escuelas eran frecuentemente inspeccionadas por jacobinos para cerciorarse que todo esto era así.
En cuanto a la enseñanza superior, se procedió a crear la Escuela Politécnica de París, que fue la joya de la corona de la Revolución francesa en materia educativa. Su nivel científico fue sobresaliente y admirado en todo el mundo. Lástima que sus teóricos sociales aplicaran también el método científico a su ámbito de estudio dando origen a los planificadores sociales, a los positivistas, saintsimonianos y demás diseñadores de la sociedad que tanta influencia ejercerían en el resto de colegas de otros países. Asimismo destacaron las llamadas escuelas normales (de entre las cuales despuntaría la Escuela Normal de París creada en 1794) en las que se preparaban los futuros docentes. Una vez terminados sus estudios, tenían obligación de abrir una escuela en su distrito en la que poder transmitir –a modo de replicantes– el amor por la enseñanza pública y los principios de la revolución, así como los métodos didácticos aprendidos.
Al producir conciencia ciudadana a través de la educación y sus" valores orientadores" era inevitable un adoctrinamiento.La educación republicana convierte al Estado en una mater nutriente de las conciencias de los infantes de la patria. Hoy en día, ídem.
Politización de las masas y agitadores populares de la calle (sans-culottes): La hegemonía de la facción jacobina en los centros de poder institucional iba acompañada de una estrategia política extraordinariamente eficaz, basada en granjearse el apoyo de las masas a través del radicalismo populista, un papel hábilmente interpretado por demagogos de la talla de Danton (que era cordelier), Saint-Just o Robespierre.
El 14 de julio de 1789, la gente de París tomó la prisión real conocida como la Bastilla, con lo que se dio por iniciado el movimiento revolucionario y un comité de ciudadanos se hizo cargo del gobierno de dicha ciudad (la Comuna). Sabemos que los días 5 y 6 de octubre de 1789 la muchedumbre se desplaza a Versalles , asesinan a todos los guardias reales y llevan al rey y a su familia a las Tullerías de París. Años más tarde, el 10 de agosto de 1792, asaltan las Tullerías y encierran a la familia real al completo en la torre-calabozo del Temple de París.
Una vez decapitado el monarca, la Asamblea se vio permanentemente presionada por este nuevo "poder" que había aparecido el 14 de julio. Los diputados se vieron así intimidados desde las calles (especialmente las de París, donde se encontraba ubicada la Asamblea, y en cuya urbe el Gobierno revolucionario y municipal de la Comuna se hizo verdaderamente poderoso) dejando en demasiadas ocasiones el camino libre a los políticos más osados. Recordemos que fue constante este acoso: una muchedumbre armada de agitadores asaltó la Asamblea en mayo de 1795 y decapitó al diputado Feraud mostrando su cabeza a la Asamblea pidiendo "pan y Constitución de 1793" (una peculiar forma de hablar del pueblo).
En definitiva, durante toda la Revolución francesa los callejeros sans-culottes y similares (organizados en secciones o asambleas de barrio) fueron los protagonistas de la escena política revolucionaria. Asistían a los debates de las diversas Asambleas y allí alentaban a los representantes radicales que con mayor ardor defendían la fijación de un precio máximo para los productos de primera necesidad o, finalmente cuando esto no daba los resultados esperados, proponían duros castigos para los acaparadores de alimentos. Cuando ciertos anhelos populares se traducen fácilmente en leyes de aplicación general, se producen consecuencias indeseadas muy perjudiciales para la sociedad en su conjunto.
Una vez los jacobinos llegaron al poder, sojuzgaron pronto a aquellos agitadores que no coincidían con sus objetivos políticos, no dudando en ejercer toda la coacción necesaria para acallarlos. No obstante, la bestia había engordado lo bastante como para acallarla del todo. Las masas, mucho antes de que las analizara agudamente Ortega y Gasset, habían hecho su irrupción en la vida política con la Revolución francesa.
Control de precios y legislación contra la especulación: A pesar de que el control de precios había sido empleado por los gobernantes, por lo menos, desde los tiempos de Diocleciano, no se aplicó con verdadero fanatismo hasta la llegada de la Revolución francesa. En todos los casos tuvo siempre idénticos resultados negativos. Debido a las presiones de los sans-culottes y demás agitadores de las calles de las ciudades francesas se aprobaron las leyes de control de precios del grano (loi du Maximum de 4 de mayo de 1793) que acarreó más escasez y consecuencias perjudiciales indeseadas, pero inevitables, según las leyes económicas (y a pesar de sus negadores de siempre).
Los políticos de la Convención creyeron que con mano dura se arreglaría el asunto: se aprobó la Ley contra los especuladores (llamados "acaparadores") de 26 de julio de 1793 que obligaba a los comerciantes a poner en venta todas sus reservas de alimentos según los precios fijados por las autoridades y condenaba a muerte a todos aquellos especuladores de productos alimenticios que mantuvieran stocks clandestinos. Asimismo, extendieron la guillotina por todas las poblaciones. Se decapitó a marchas forzadas. La mayoría de las cabezas sesgadas durante la Revolución fueron de campesinos y comerciantes (y no tanto de aristócratas y religiosos, como comúnmente se cree).
La economía nos enseña que, una vez se comienzan a controlar los precios de ciertos productos, viene la escasez y no se tarda mucho en extender dicho control a todos los demás bienes y servicios. En efecto, por presiones de los agitadores profesionales (y al tiempo que los girondinos eran encarcelados y veinte de ellos ejecutados) la Loi du Maximum général de 29 de septiembre de 1793 decretó el control de precios generalizado sobre productos alimentarios y materias primas y otra ley de 22 de febrero de 1794 ponía topes a los precios de transporte y a los beneficios de los comerciantes mayoristas y minoristas. Como es lógico tuvo consecuencias indeseadas: los agricultores producían y los comerciantes intercambiaban lo justo para subsistir y la escasez se hizo aún más aguda.
El ciudadano virtuoso era patriota, servía en el ejército, usaba los asignados como signo monetario y se sometía a la Ley del Máximum y demás ocurrencias de la Asamblea. La mejor demostración de todo ello era su pobreza. Todo esto llevó a la economía francesa a un dirigismo económico suicida que bien podría ser considerado como un claro precedente de la economía de compulsión que sufrieron los alemanes durante el nazismo.
Idolatría de la Naturaleza: Rousseau fue su profeta con su anhelada "vuelta a la naturaleza". En verano de 1793 Robespierre instaura por decreto el culto a la Diosa Razón (ver abajo) y a la diosa Naturaleza. Ésta estaría por encima incluso de la civilización del hombre que le debería sumisión. Los actuales ecologistas son hijos directos de dicho culto.
Prensa controlada a favor de la causa: Durante la Revolución hubo una verdadera eclosión de la prensa francesa. Se publicaron más de quinientos periódicos y miles de panfletos. La libertad de expresión no tuvo, por fortuna, serias restricciones durante los primeros años. Parecía que el art. 11º de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano iba en serio. La figura del periodista moderno se perfila en la Francia revolucionaria.
Sin embargo, pronto se producen represiones contra los que mostraran opiniones favorables a los monárquicos o a los federalistas. Las primeras ejecuciones son de periodistas realistas. Por último, se implanta la censura por motivos de seguridad pública. Hubo periodos intermitentes de libertad de expresión pero fue Napoleón el que acabó finalmente con ella: sólo autorizó la publicación de trece periódicos y estableció la censura previa.
Asistencia social: La Constitución de 1793 es, de todas las constituciones de la Revolución, la preferida por los progresistas, socialdemócratas antiliberales y gente de izquierdas debido a que reconocía el derecho al trabajo, a la asistencia social y a la enseñanza "gratuita" para todos. Otra cosa es que la Convención no pudiera hacer realidad tan excelsos deseos por falta de recursos y por otros problemas que entonces le acuciaban. Como quiera que la Constitución de 1795 derogara la de 1793, quedó esta última como hito imborrable y referencia constitucional para la posteridad socialdemócrata.
Canciones y teatros populares a favor de la revolución: El espectáculo de distracción por excelencia era el teatro y, por lo tanto, pronto se politizó (no existía aún el cine). Algunos personajes encarnaron a los monárquicos, religiosos o federalistas que les tocaba desempeñar, lógicamente, el papel de malos. Una de las obras teatrales que más éxito tuvo fue el Juicio final de los Reyes. En ella se hace desfilar encadenados a todos los monarcas europeos y al Papa bajo la guardia atenta de los sans-culottes. Se les hace trabajar con su esfuerzo físico y se acaban peleando por un mendrugo de pan. El Papa intenta incluso reproducir sin éxito el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Al final un volcán los devora a todos sin excepción. Fin de la historia. El Gobierno subvencionaba a los autores de obras que defendían este tipo de argumentos (se valoró mucho el que resaltaran también las virtudes republicanas; i.e. el alistamiento en el ejército).
Por su parte, las canciones fueron un vehículo idóneo para la difusión de las ideas revolucionarias. Se cantaban por doquier (tuvieron resonancia nacional canciones como Ça ira, Le chant du départ, La Carmagnole y La Marsellesa). El Gobierno comprendió pronto la importancia de controlar los autores de dichas canciones y los agasajó (recuérdese la letra de la célebre Ça ira: todo se solucionará con la labor del legislador, el catecismo (cívico) verdadero nos iluminará y se mandará a los aristócratas a las farolas). Se pagaron fuertes sumas de dinero público a autores, cantantes y coros con orquestas. Nada nuevo bajo el sol.
Servicio militar obligatorio (conscripción): El 20 de abril de 1792 la Asamblea legislativa francesa declara la guerra al recién llegado al trono Francisco I, rey de Bohemia y Hungría (y posteriormente emperador de Austria). Todos los diputados revolucionarios (fuesen, girondinos, fuldenses, jacobinos o los del valle), pese a sus múltiples diferencias, estaban de acuerdo en una cosa: en atacar alguna monarquía extranjera no muy poderosa para presionar a Luis XVI a tomar partido por la revolución. Se iniciaron, por tanto, las hostilidades bélicas por motivos meramente internos que servirían, además, de propaganda de la causa (la exportación de la revolución para liberar a los pueblos). El 28 de abril las tropas francesas de Rochambeau invadían Bélgica. Si los dirigentes de la Revolución pensaron que sería una intervención corta, se equivocaron. Con dicha agresión, Francia entraría en un conflicto con el resto de Europa de forma casi ininterrumpida durante veintitrés años que sólo cesó con la derrota de Waterloo y la posterior ocupación del país.
Debido a la extensión y prolongación de estas guerras, los dirigentes de la Convención republicana acabaron por declarar que la patria estaba en peligro y reclamaron poderes extraordinarios concentrados en el Comité de Salvación pública. Se decretaron, entre otras muchas medidas coercitivas, una serie de levas masivas (mediante sorteo) en repetidas ocasiones (febrero y agosto de 1793) para dotar de carne fresca a los ejércitos revolucionarios. La población no siempre respondió a estos llamamientos con el ardor patriótico que cabía esperar, pues hubo muchos desertores, desaparecidos, automutilados e, incluso, rebeldes que se sublevaron frente a tales medidas (en Pitou, Bretaña y Normandía, pero fue especialmente resistente en la zona de La Vendée). Además, como buena parte de los afectados eran campesinos, los fisiócratas vieron en ello un modo perverso de empobrecer la economía del país.
Habiendo sido abandonado el recurso a las milicias, propias del Antiguo Régimen, las levas supusieron el medio más eficaz para dotar de nuevos reemplazos al ejército republicano, pero fueron un verdadero dolor de cabeza para las autoridades político-militares. Durante el Directorio, el general y diputado Jean-Baptiste Jourdan propondría a la cámara legislativa un modelo de reclutamiento totalmente novedoso hasta entonces: el servicio militar obligatorio y universal (sistema de conscripción) para todos los varones entre los 20 y 25 años por un período de cinco años.
Finalmente se aprobó dicha propuesta con el nombre de Ley Jourdan-Delbrel el 5 de septiembre de 1798. Su artículo primero establecía que "todo francés es un soldado y se debe a la defensa de la patria". Con ello se acabó con el angustioso azar de los sorteos, con el escaqueo mediante pago y con los mercenarios. Se cumplía así el sueño de Maquiavelo y de Rousseau, que detestaban los ejércitos profesionales y veían en los ejércitos compuestos sólo de ciudadanos la forma moralmente más elevada de defender una sociedad.
Con este invento de la Revolución francesa se democratizaron las obligaciones militares y se cimentaron las bases de la Grande Armée de la que Napoleón supo aprovecharse sobradamente. Con su "nación en armas" puesta en marcha organizó el mayor ejército jamás visto antes en Europa e infligió notables derrotas a los sorprendidos ejércitos de los antiguos regímenes. Durante el Imperio del corso más de dos millones y medio de franceses fueron reclutados. Las guerras napoleónicas produjeron enormes daños y se llevaron por delante alrededor de un millón de almas en todos los campos de batalla; más de la mitad eran ciudadanos "libres" franceses.
Las guerras limitadas de los ejércitos relativamente pequeños del Antiguo Régimen dieron paso -con la conscripción y el posterior nacionalismo interventor del Estado moderno- a las guerras ilimitadas que, en lo sucesivo, se desplegarían con toda su crudeza. Se despejaba el camino para la aparición posterior de la guerra total en la historia en que todos y cada uno de los recursos de la nación se pondrían sin discusión al servicio de la contienda (circunstancia impensable para los "déspotas" del Antiguo Régimen). El arte de la guerra devino un asunto de la nación entera.
Nueva fiscalidad progresiva: Como ya se ha dicho, la Revolución francesa terminó con los privilegios de la nobleza y el clero e implantó la igualdad ante los impuestos del Estado; bueno, no del todo... Pese a los fuertes gastos que la Asamblea nacional tuvo que hacer frente, tales como obras públicas, subsidios al pan y, sobre todo, la amortización de la deuda nacional heredada de la monarquía, la gente en general no estaba por la labor de pagar nuevos impuestos y, mucho menos, pagar más. Ciertamente algunos de ellos habían creído –cándidamente- que con la Revolución iban a cesar los impuestos y el opresivo aparato recaudatorio del Estado desaparecería. Inicialmente los dirigentes revolucionarios expropiaron todos los bienes de la Iglesia y emitieron contra éstos los famosos assignats de los que hemos hablado anteriormente.
Con todo y con ellos los gastos del Estado no cesaban de crecer, por el desarrollo de las guerras revolucionarias. Entre las medidas de urgencia tomadas por el Comité de Salvación pública, se encuentra el decreto de 20 de mayo de 1793 por el que impuso a los ricos préstamos forzosos y se establece un impuesto progresivo sobre todas las rentas (un tramo mínimo quedaba exento a partir del cual se empezaba con el tipo del 10% hasta alcanzar el 50%) para sufragar los gastos de la guerra. En repetidas ocasiones a lo largo de la Revolución (23 sep. 1793, dic. 1795 y junio 1799) se echó mano a dicha financiación coactiva, en la que cada vez se rebajaba más el tramo exento para que más ciudadanos "libres" contribuyeran al mismo. La progresividad será a partir de entonces un hito que no olvidarán los inmorales progresistas de todos los partidos.
Ideología igualitaria: La ideología igualitarista (la defendida por los igualitarios, hebertistas, enragés, Babeuf y demás hierbas parejas) les parecía poca cosa la igualdad formal ante la ley (postulado básico del liberalismo). Querían que los individuos fuesen igualados en otros aspectos (materiales) que implicaba una creciente desigualdad en el trato legal hacia los individuos (contribución a las arcas del Estado mediante la progresividad, por ejemplo). La igualdad impuesta por el Estado siempre incrementa la sumisión y dependencia al mismo. Más aún, cuando no hay restricciones para el contenido de la ley, la ideología igualitaria ha extendido la coacción y los abusos por doquier.
Marat, Robespierre y Saint-Just fueron los apóstoles de la igualdad mediante una redistribución forzosa de la riqueza que liberaría a los pobres de su esclavitud (la guillotina fue a menudo el destino final de aquellos que no aceptaban sus diseños redistributivos). Esta doctrina no tardaría en dar la vuelta al mundo como parte de los ideales de la Revolución. Todavía hoy subsiste e impregna casi toda la doctrina político-social dominante en forma de pensamiento único. Es un postulado indiscutible el de que uno de los objetivos de la tarea del Estado democrático es la redistribución de la riqueza, sin cuestionarse si esto acarrea o no otras injusticias o grandes costes de oportunidad.
Endiosamiento del Estado: El Estado lo podrá todo; se encargará, por tanto, de todo. En los regímenes teocráticos se piensa que Dios y sus representantes en la tierra están legitimados para mantener el orden establecido y los dictados que imponga la religión dominante. Con la Revolución francesa, habiendo desterrado todo signo de religión tradicional se produjo, empero, un sucedáneo bastardo de teocracia: la estatolatría o el endiosamiento del Estado, firmemente presente en buena parte de las conciencias actuales.
La consecuencia de ello es la creencia en el poder omnímodo entregado a los representantes del Estado y la generación de los "estado-adictos". Cuanto más intervenga el Estado para producir bienes públicos o proporcionar asistencia, tanto más indispensable parecerá. La intervención estatal ahogará los esfuerzos voluntarios o de beneficencia privados y la iniciativa de las empresas privadas para colmar las necesidades de la gente. Los individuos, a su vez, se acostumbrarán a contar con la asistencia del Estado y planificarán sus asuntos de acuerdo con esas expectativas de derechos y de ayuda.
Inventos de la Revolución francesa heredados por los totalitarismos modernos
No se trata tanto de castigarlos como de aniquilarlos.
Diputado Georges Couthon
Los totalitarismos modernos hicieron suyas todas y cada una de los inventos sociales relatadas en el apartado anterior. Pero es que, además, tomaron otros muchos no heredadas por nuestros actuales regímenes políticos.
Este apartado trata de las innovaciones de la Revolución francesa que, por salirse de madre, no se han incorporado a las socialdemocracias de la actualidad. Esto no quiere decir que no se tomaran en consideración en otros momentos históricos -como sucedió con la Revolución bolchevique, con el fascismo mussoliniano o con el nazismo- que se inspiraron o replicaron fielmente algunas experiencias políticas extremas vividas durante la Revolución francesa. Recordemos algunas de ellas:
Ley de Sospechosos: Cuando una revolución destroza buena parte de los puntos de referencia de una población (tanto los abusivos e injustos como los que cohesionan la sociedad) es lógico que algunos de sus miembros se resistan a aceptarlo y ofrezcan resistencia. Es entonces cuando la figura denominada "contrarrevolucionario" o "traidor al pueblo" entra en juego. Los revolucionarios sienten como verdadero peligro a aquellos que no se domestican o que cuestionan, si bien sea levemente, los dogmas o ideas que sustentan su revolución. No conocen de acuerdos o componendas. La Comuna de París tuvo el dudoso honor de inaugurar el primer Terror de la Revolución en agosto de 1792 con la creación del Tribunal revolucionario y el acoso violento a diputados moderados y miembros del clero. Las matanzas perpetradas por bandos revolucionarios incontrolados contra más de mil presos indefensos en septiembre de 1792 no fueron sino consecuencia del ambiente de odio y desconfianza que se respiraba.
Dedican, por ello, todas sus fuerzas y recursos a perseguirlos para finalmente eliminarlos. Se produce lo que se denomina limpieza ideológica. El 17 de septiembre 1793 se aprueba, por fin, la famosa ley de Sospechosos en la que se declara como apestados a colectivos enteros por considerarse enemigos de la revolución (clero refractario, monárquicos, federalistas, especuladores, etc.). Es más, Saint-Just llegó a proclamar que se debería perseguir a todo aquél que fuera tibio con la Revolución y no mostrara una adhesión activa e inquebrantable a la misma. No se había visto nada parecido hasta entonces, ni siquiera en los peores tiempos de las guerras de Religión de Francia. La moda de llevar puesto el gorro frigio o la escarapela tricolor empezó a difundirse "espontáneamente" entre los franceses.
Éstos eran sus procedimientos: se redactaba una lista de sospechosos por parte de los comités de vigilancia de cada municipio (ver abajo), se les interrogaba en el tribunal revolucionario correspondiente, se les encarcelaba o se les manda guillotinar (pocos quedaban exculpados). El sentimiento de inseguridad se extendió entre la población. Según Robespierre, gran admirador de Rousseau, sólo los republicanos serían considerados ciudadanos, todo el resto sería tratado como mero extranjero o, mejor, enemigo del pueblo.
Nueva religión: Robespierre fue el inventor de una religión civil disfrazada de un vago deísmo, pero que no era más que un medio para adoctrinar en los valores producidos por la propia república cívica. En verano de 1793 se instaura por decreto el culto a la Diosa Razón y a la diosa Naturaleza, transmutados posteriormente en un roussoniano Ser Superior. Se consagran templos (incluida la catedral de Notre Dame) y se organizan fiestas cívicas en su honor. El Estado contaba, por fin, con su religión nacional. Sin duda los jacobinos habían tenido en cuenta las palabras de Voltaire en su Diccionario filosófico: "Si tenéis una aldea que gobernar le hace falta una religión con la intención de mantener el orden social". Los ingenieros sociales cuando se ponen a diseñar inventos para aplicar en sociedad son únicos.
El campesino observó estas invenciones con perplejidad. Pese a los afanes de su Gobierno, en el medio rural se continuó descansando los domingos (no el décadi) y se celebraron las fiestas patronales como Dios mandaba y habían hecho sus ancestros desde hacía siglos.
Nuevo calendario: Entró en vigor el 24 de octubre de 1793, diseñado por matemáticos y astrónomos. Los nombres de sus días y meses fueron ideados por el poeta Fabre d’Églantine. Sustituye las semanas por décadas y el día festivo será el décadi, ya no el domingo. Tres décadas formarían un mes (enseguida que se echen las cuentas salen tres días de descanso por mes revolucionario; el trabajador republicano se debía a la nación y no a la molicie). Los meses serán rebautizados con nombres conforme a características meteorológicas propias de dicho mes (vendimia/vendimiario, escarcha/frimario, bruma/brumario, calor/termidor, fruta/fructidor, etc.). Por su parte, el recuento de los años comienza con el nacimiento de la República (septiembre de 1792).
Esta nueva cronología no persigue sino borrar la antigua división del tiempo instituido por el cristianismo. Lo malo era que no resolvía tan agudamente el problema del exceso de horas por año juliano que magistralmente resolvió el calendario gregoriano en el siglo XVI mediante el ajuste de los años bisiestos. Además, este nuevo cómputo revolucionario del tiempo, necesitaba comenzar el año en cada equinoccio otoñal (que es cambiante) lo cual suponía un verdadero lío y chocaba, además, con los ritmos seculares de ferias y mercados agrícolas. En enero de 1806 fue abolido por Napoleón que era revolucionario, pero no tanto. Algunos nostálgicos siguieron usando ocasionalmente dicha cronología (Marx entre ellos).
Comités municipales de vigilancia: Creados por la Convención, se les dio potestad absoluta para vigilar a los extranjeros y sospechosos. Bajo el control del Comité de Salvación Pública y del Comité de Seguridad General colaboraron activamente en la política del terror mediante la presentación de cargos a los tribunales revolucionarios. Expedían certificados de civismo republicano. La no tenencia del mismo implicaba la exclusión de los censos electorales o la imposibilidad de acceder a cargos públicos. Habrá unos veinte mil por todo el país. Llegaron a todos los rincones de Francia.
El Terrorismo de Estado y la guillotina: Tras diversas maniobras políticas, el 10 de octubre de 1793 el joven jacobino Saint-Just emitió un informe a la Convención en el que se diseñaban las pautas de un deseado Gobierno totalitario y criminal. La Asamblea, lejos de desecharlo por bárbaro, lo adoptó mediante el Decreto del 14 Frimario (4 Diciembre 1793). Con ello se consagró definitivamente la dictadura despótica del Terror a raíz del cual quedaron suspendidas la Constitución, la división de poderes y los derechos individuales, lo que, sumado a la creación de un Tribunal Revolucionario sumarísimo, dio paso al primer ensayo totalitario de la era moderna.
Los pretextos esgrimidos eran los peligros internos y externos, pero la finalidad buscada era no poner límite en el ejercicio absoluto del poder. El terror sistemático organizado desde el Estado fue otro invento de la Revolución francesa. La Ley de 22 Prairial del año siguiente (ver abajo) dejaría traslucir a las claras cuán sanguinarias eran las intenciones del Gobierno revolucionario. Por vez primera se llevaba a cabo desde el poder la disparatada (por infantil) y criminal idea de que para alcanzar la seguridad y bienestar en una sociedad era necesario extirpar una buena parte de la misma como si fuese un cáncer maligno (los bolcheviques y los nazis fueron hijos directos de estas alucinadas ideas).
A través de los dos organismos que asumieron los poderes excepcionales, el Comité de Salvación Pública (máximo órgano ejecutivo desde abril de 1793) y el Comité de Seguridad General, la burguesía jacobina pudo instaurar un régimen de dominio cuya naturaleza difería cualitativamente de todo lo conocido hasta entonces. De hecho se trataba de una forma de Poder que tanto por sus resortes ideológicos como por sus procedimientos rebasaba ampliamente los viejos esquemas del absolutismo del Antiguo Régimen. Ningún monarca francés oprimió jamás de modo semejante y de forma tan masiva a sus súbditos.
Se pasa a controlar centralmente todo el quehacer de la sociedad civil, desde el dirigismo de toda la economía del país o el señalamiento de los objetivos sociales que se debían conseguir hasta regular los aspectos más nimios (por ejemplo, el 8 de noviembre de 1793 se decreta el uso obligatorio del tuteo en el idioma francés, con independencia de la categoría del interlocutor).
La guillotina, por lo demás, devino el estandarte por excelencia de la Revolución francesa. El médico y diputado Joseph Ignace Guillotin, muy influido por las ideas de la Ilustración, propuso dicho mecanismo (no inventado por él) para que la ejecución fuese más "humana". La pena por decapitación (décollation), normalmente con espada, había sido reservada desde antiguo a la nobleza como signo distintivo. Al populacho generalmente se le ejecutaba mediante diversos métodos de tortura, ahorcamiento, asfixia o quema. Gracias a la Revolución, pues, se democratizaría igualitariamente y se pondría dicho privilegio al alcance de cualquier mortal. Por cierto, al reo se le rasuraba la nuca para que todo fuese más higiénico (era el progreso). Llegó a formar parte de la vida rutinaria de aquellos años y se extendió tanto su uso que se acabaron fabricando numerosos platos, tazas, jarrones, juguetes y otros enseres con dicho símbolo macabro.
No olvidemos que en sus diarios el médico Marat, el "amigo del pueblo", para asegurar la tranquilidad pública primero pidió 10.000 cabezas, luego 40.000 y, por último 270.000 sacrificios en dicho altar de la justicia revolucionaria. Cuando denunciaba en los periódicos a alguien por traidor no olvidaba nunca poner su nombre completo y su dirección (tal fue el caso de su rival científico, el famoso químico Lavoisier) Fue Marat un verdadero "patriota".
Un mito potente de la célebre Revolución francesa es que mató a muchos nobles y curas. Siendo cierto, no es el dibujo completo de la realidad. Se estima que cerca de treinta mil cabezas rodaron durante la Revolución francesa. Sin embargo, cuando se hace balance de las clases afectadas, el resultado es sorprendente: 5% fueron políticos, intelectuales y profesionales varios, 7% miembros del clero, 9% aristócratas, 20% comerciantes y/o especuladores, 28% campesinos y 31% obreros o artesanos. Como siempre sucede en toda revolución o guerra, las capas más humildes de la sociedad se llevaron la peor parte. Esto sin contar con las numerosas matanzas debidas a las represiones contra todo tipo de sublevaciones acaecidas por todo el país.
Ley del 22 Prairial o suspensión de los derechos de defensa del acusado: Durante los diez meses que duró la dictadura de Robespierre (el Gran Terror), fueron encarceladas medio millón de personas de forma preventiva y trescientas mil fueron confinadas en sus domicilios a la espera de ser juzgados o ejecutados. Era evidente que se estaba produciendo un cuello de botella en la justicia revolucionaria y había que resolver pronto el asunto so pena de colapso general.
Por esta razón el diputado de la Convención Georges Couthon promovió la ley de 22 Prairial (10 de junio de 1794), la cual establecía que en caso de comparecer ante un tribunal revolucionario (que con dicha ley duplicaba sus efectivos), el acusado sería privado de recursos tales como la asistencia de abogado, la presentación de testigos o el derecho de apelación con el pretexto de abreviar lo máximo posible el proceso. La Revolución debía ser, ante todo, eficiente. Resuenan aún las palabras de este íntegro y de buen corazón Couthon a propósito de los enemigos de la Revolución: "No se trata tanto de castigarlos como de aniquilarlos". Su compañero de revolución, Robespierre, lo diría más eufemísticamente: "El terror no es más que la justicia rápida, severa, inflexible."
Genocidio de La Vendée: Reconozco que este es un tema espeluznante y que, tras la decisiva publicación en 1986 del libro de Reynald Secher Le génocide franco-français: La Vendée vengée, empieza a entreverse una de las masacres más desconocidas de la historia contemporánea. Dicha obra levantó mucha polémica en Francia, y sigue haciéndolo. No es para menos.
La Vandée es una zona rural al oeste de Francia, próxima al Atlántico. Al desencadenarse la Revolución francesa muchos de sus habitantes, dicho sea de paso, se decantaron en los primeros momentos por el nuevo régimen revolucionario. No obstante, encajaron mal el regicidio, las políticas contrarias al antiguo orden establecido y a sus tradiciones, así como las abusivas medidas por controlar a los curas no juramentados (que eran especialmente valorados en sus parroquias). La población, alejada de la capital y de las grandes ciudades, observó con creciente desconfianza a los "intelectuales" que apoyaban la revolución y al poder político centralizado en París.
Pero la gota que colmó el vaso e hizo estallar violentas revueltas en aquella zona fue la leva masiva (por sorteo) decretada por la Convención el 24 febrero de 1793 que pretendió movilizar 300.000 jóvenes con el fin de reforzar las tropas republicanas en las guerras de la Convención contra media Europa.
Ya tenía bemoles que los políticos de París quisieran controlar los resortes de todo el poder y las conciencias de sus ciudadanos, pero que quisieran también hacerlo con sus cuerpos para llevarlos a unas guerras no defensivas era sencillamente inaceptable. El sentimiento profundo del campesino (propietario o en arrendamiento), apegado a sus costumbres e intereses locales, rechazaba una solidaridad nacional impuesta de esa manera.
En marzo de 1793 el odio contra el poder tiránico se desató no sólo en la Vendée, sino también en otras zonas campesinas francesas del norte de Pitou, Bretaña y Normandía. Pero fue en la zona de la Vendée (más concretamente en el cuadrante aproximado entre las poblaciones de Nantes, Angers, Poitiers y Lucon) donde la resistencia fue más prolongada y tenaz. Empezaba la sangrienta guerra de Vendée, que duraría tres largos años.
La sevicia y la saña del ejército republicano por sojuzgar aquellos campesinos rebeldes iba en aumento a medida que veían cómo éstos lograban defenderse con sus precarios medios (y pese a los errores tácticos de bulto que cometían, como regresar a sus tierras después de combates victoriosos dejando libre el territorio ganado al ejército oficial), tomaban la cruz sobre el sagrado corazón como su propia insignia, se veían secundados por algunos nobles y curas modestos (los obispos de los cuatro departamentos rebeldes, por el contrario, emigrarían) y aumentaban sus fuerzas al unírseles soldados profesionales que desertaban del ejército republicano, aportando su experiencia.
Había llegado el momento de eliminarlos como fuera. Desde la Convención republicana se programaron con brutal eficacia matanzas indiscriminadas, quema de edificios, requisa de alimentos, cultivos, pastos y ganado de aquella "maldita región". Son tristemente célebres las "columnas infernales" organizadas por el general Turreau. Se conserva la carta que el general republicano Westerman dirigió desde la Vandée al Comité de Salvación Pública. Dejarían hoy helado al más bregado en asuntos militares. En un territorio de unos 10.000 kilómetros cuadrados, desaparecieron unas ciento veinte mil personas. Alrededor de diez mil casas fueron derruidas o quemadas. Durante años, la densidad de la población en la región de la Vendée no alcanzaría, ni de lejos, la que había habido antes de la Revolución.
El afán de los dirigentes políticos del momento no fue ya derrotar al oponente, sino de exterminarlo. Buena prueba de ello es que la represión y las matanzas se prolongaron bastante tiempo después de que el grueso de la rebelión hubiese sido aplastada. Los ahogamientos en masa perpetrados en Nantes en diciembre de 1793, con la situación totalmente controlada por el poder republicano desde varios meses antes, son uno de los varios ejemplos que podrían citarse a este respecto. Esto sin contar con el envenenamiento de las aguas que diezmaron la población.
Este es uno de los hechos más macabros de una política que se imponía (qué vergüenza) en nombre de la Razón, La Humanidad y la Tolerancia.
Se hizo, entre otras razones, por odio hacia una fe campesina y católica de resistencia frente a otros dogmas, esta vez, republicanos. Fue el vendeano un verdadero genocidio, pese a que los docentes universitarios y otros mandarines intelectuales (Souboul, Aulard, Mathiez, Lefebvre, Vovelle, Gallo) suelan referirse a lo acontecido en La Vendée como una mera guerra civil.
A pesar de que se destruyeron muchas evidencias de dicho exterminio por los vencedores de aquel enfrentamiento desigual, hay documentos y referencias suficientes para considerarlo tal y como hoy hacen algunos historiadores (Gérard, Secher, Furet, Laffont, Gueniffey, Richet) como el primer genocidio sistemático por motivos ideológicos de la era contemporánea (Lenin lo estudiaría con inusitado interés).
Ley de rehenes: Al fin, después de tanta brutalidad y exceso incontrolado (incluido el "terror blanco" de los termidorianos), se aprobó una Ley "auto-protectora" del final del Directorio del 24 de messidor del 1799, conocida como ley de rehenes (Loi d’otages) por la que los poderes públicos podían arrestar como rehenes a los familiares de los presuntos culpables o enemigos de la revolución a fin de responder civilmente ante las eventuales represalias que esos enemigos del pueblo cometiesen contra los responsables políticos o agentes de autoridad. Otra aberración jurídica más de la errática, masiva y liberticida legislación de la Asamblea revolucionaria.
Conclusión
Las herencias recibidas de la Revolución francesa han marcado a fuego nuestra Edad Contemporánea, a saber: la asamblea legislativa con poderes omnímodos, control de precios (leyes de Máximum) y posterior legislación contra especuladores, la descristianización y laicidad impuesta a golpe de bayoneta, una peculiar forma de emisión descontrolada de dinero fiat de curso forzoso contra bienes confiscados (los assignats), la politización de la sociedad civil mediante la labor capilar de unos proto-partidos políticos (clubes), la intensa centralización administrativa, la implantación de la conscripción, la educación pública y laica mediante catecismos de las virtudes republicanas, la ideología igualitaria, la progresividad en materia fiscal, el control de la prensa, la prohibición de asociaciones profesionales y otros cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado, la idolatría a la naturaleza y, en fin, el endiosamiento del Estado.
Los totalitarismos contemporáneos tampoco quedaron huérfanos de lecciones que sacar de la Revolución francesa: un comité central llegaría a asumir todos los poderes, se crearon tribunales revolucionarios políticos, se instauró un control absoluto sobre la población mediante unos comités municipales de vigilancia asistidos por guardias de secciones repartidos por todo el país, se suspendieron todo tipo de garantías procesales, se cometieron crímenes de Estado, se aprobó una ley de sospechosos para perseguir a los ideológicamente contrarios a la revolución que permitió asesinar legalmente a millares de personas con la "igualitaria" guillotina, llevar a cabo encarcelamientos preventivos masivos y deportaciones a ultramar. Se perpetró también un genocidio ("populicidio" lo llamarían entonces) en la región de La Vendée aún negado hoy por muchos historiadores.
Ante todos estos inventos de la Revolución francesa, se pueden apreciar ahora mucho mejor las diferencias con respecto a las dos revoluciones liberales clásicas por excelencia: la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, que puso freno exitosamente al poder arbitrario del rey para que respetara los contrapesos constitucionales y las tradicionales garantías del Rule of law, por una parte, y la Revolución (de Independencia) americana de tan sólo unos pocos años antes, por otra. Los padres fundadores de la nación americana siempre recelaron del poder e intentaron desde el principio limitarlo. Su Constitución no persigue otra cosa (pese a que el actual Gobierno federal traspase muchos de sus límites).
La Revolución francesa cambió el régimen de gobierno pero no lo limitó; fue cualquier cosa menos una revolución liberal.
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== Causas ==
== Causas ==

Revisión del 20:13 4 oct 2009

Toma de la Bastilla, 14 de julio de 1789.

Plantilla:Historia de Francia La Revolución francesa fue un conflicto social y político, con diversos periodos de violencia, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a otras numerosas naciones de Europa que enfrentaban a partidarios y opositores del sistema denominado del Antiguo Régimen. Se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en 1799.

Si bien la organización política de Francia osciló entre república, imperio y monarquía durante 71 años después de que la Primera República cayera tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, lo cierto es que la revolución marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del sistema monárquico como tal, más allá de sus estertores, en la medida que le derrocó con un discurso capaz de volverlo ilegítimo.

Antecedentes ideológicos

Los escritores del siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados philosophes, y desde 1751 enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los reyes. Pero ya en el racionalismo de René Descartes puede encontrarse el fundamento filosófico de la Revolución. La sola proposición "Pienso, luego existo" lleva implícito el proceso contra Luis XVI.

La corriente de pensamiento vigente en Francia era la Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la libertad. La ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias norteamericanas para la independencia de su metrópolis europea. Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de "trampolín" ideológico para el desarrollo de la revolución en Francia.

Causas

En términos generales fueron varios los factores que influyeron en la Revolución: un régimen monárquico que sucumbiría ante su propia rigidez en el contexto de un mundo cambiante; el surgimiento de una clase burguesa que nació siglos atrás y que había alcanzado un gran poder en el terreno económico y que ahora empezaba a propugnar el político; el descontento de las clases populares; la expansión de las nuevas ideas liberales; la crisis económica que imperó en Francia tras las malas cosechas y los graves problemas hacendísticos causados por el apoyo militar a la independencia de Estados Unidos. Ésta intervención militar se convertiría en arma de doble filo, pues, pese a ganar Francia la guerra contra Gran Bretaña y resarcirse así de la anterior derrota en la Guerra de los siete años, la hacienda quedó en bancarrota y con una importante deuda externa. Los problemas fiscales de la monarquía, junto al ejemplo de democracia del nuevo Estado emancipado precipitaron los acontecimientos.

Desde el punto de vista político, fueron fundamentales ideas tales como las expuestas por Voltaire, Rousseau o Montesquieu (como por ejemplo, los conceptos de libertad política, de fraternidad y de igualdad, o de rechazo a una sociedad dividida, o las nuevas teorías políticas sobre la separación de poderes del Estado). Todo ello fue rompiendo el prestigio de las instituciones del Antiguo Régimen y ayudaron a su desplome.

Desde el punto de vista económico, la inmanejable deuda del estado fue exacerbada por un sistema de extrema desigualdad social y de altos impuestos que los estamentos privilegiados, nobleza y clero, no tenían obligación de pagar, pero que sí oprimía al resto de la sociedad. Hubo un aumento de los gastos del Estado simultáneo a un descenso de la producción agraria de terratenientes y los campesinos, lo que produjo una grave escasez de alimentos en los meses precedentes a la Revolución. Las tensiones, tanto sociales como políticas, mucho tiempo contenidas, se desataron en una gran crisis económica a consecuencia de los dos hechos puntuales señalados: la colaboración interesada de Francia con la causa de la independencia estadounidense (que ocasionó un gigantesco déficit fiscal) y el aumento de los precios agrícolas.

El conjunto de la población mostraba un resentimiento generalizado dirigido hacia los privilegios de los nobles y el dominio de la vida pública por parte de una ambiciosa clase profesional, para quien el ejemplo del proceso revolucionario estadounidense abrió los horizontes de cambio político. En términos generales fueron varios los factores que influyeron en la Revolución: un régimen monárquico que sucumbiría ante su propia rigidez en el contexto de un mundo cambiante; el surgimiento de una clase burguesa que nació siglos atrás y que había alcanzado un gran poder en el terreno económico y que ahora empezaba a propugnar el político; el descontento de las clases populares; la expansión de las nuevas ideas liberales; la crisis económica que imperó en Francia tras las malas cosechas y los graves problemas hacendísticos causados por el apoyo militar a la independencia de Estados Unidos. Ésta intervención militar se convertiría en arma de doble filo, pues, pese a ganar Francia la guerra contra Gran Bretaña y resarcirse así de la anterior derrota en la Guerra de los siete años, la hacienda quedó en bancarrota y con una importante deuda externa. Los problemas fiscales de la monarquía, junto al ejemplo de democracia del nuevo Estado emancipado precipitaron los acontecimientos.

Estados Generales de 1789

Los Estados Generales estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de deliberar y tenían sólo un voto por estamento. La convocatoria fue un motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia de que no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en juego la idea de Soberanía Nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.

El tercer impacto de los Estados Generales fue de gran tumulto político, particularmente por la determinación del sistema de votación. El Parlamento de París propuso que se mantuviera el sistema de votación que se había usado en 1614, si bien los magistrados no estaban muy seguros acerca de cuál había sido en realidad tal sistema. Sí se sabía, en cambio, que en dicha asamblea habían estado representados (con el mismo número de miembros) la nobleza (Primer Estado), el clero (Segundo Estado) y la burguesía (Tercer Estado). Inmediatamente, un grupo de liberales parisinos denominado «Comité de los Treinta», compuesto principalmente por gente de la nobleza, comenzó a protestar y agitar, reclamando que se duplicara el número de asambleístas con derecho a voto del Tercer Estado (es decir, los «Comunes»). El gobierno aceptó esta propuesta, pero dejó a la Asamblea la labor de determinar el derecho de voto. Este cabo suelto creó gran tumulto.

El rey y una parte de la nobleza no aceptaron la situación. Los miembros del Tercer Estamento se autoproclamaron Asamblea Nacional, y se comprometieron a escribir una Constitución. Sectores de la aristocracia confiaban en que estos Estados Generales pudieran servir para recuperar parte del poder perdido, pero el contexto social ya no era el mismo que en 1614. Ahora existía una élite burguesa que tenía una serie de reivindicaciones e intereses que chocarían frontalmente con los de la nobleza (y también con los del pueblo, cosa que se demostraría en los años siguientes).

Asamblea Nacional

El Juramento del Juego de Pelota, obra de Jacques-Louis David.

Cuando finalmente los Estados Generales de Francia se reunieron en Versalles, el 5 de mayo de 1789 y se originaron las disputas respecto al tema de las votaciones, los miembros del Tercer Estado debieron verificar sus propias credenciales, comenzando a hacerlo el 28 de mayo y finalizando el 17 de junio, cuando los miembros del Tercer Estado se declararon como únicos integrantes de la Asamblea Nacional: ésta no representaría a las clases pudientes sino al pueblo en sí. La primera medida de la Asamblea fue votar la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano». Si bien invitaron a los miembros del Primer y Segundo Estado a participar en esta asamblea, dejaron en claro sus intenciones de proceder incluso sin esta participación.

La monarquía, opuesta a la Asamblea, cerró las salas donde ésta se estaba reuniendo. Los asambleístas se mudaron a un edificio cercano, donde la aristocracia acostumbraba a jugar el juego de la pelota, conocido como Jeu de paume. Allí es donde procedieron con lo que se conoce como el «Juramento del Juego de la pelota» el 20 de junio de 1789, prometiendo no separarse hasta tanto dieran a Francia una nueva constitución. La mayoría de los representantes del clero se unieron a la Asamblea, al igual que 47 miembros de la nobleza. Ya el 27 de junio, los representantes de la monarquía se dieron por vencidos. También por esa fecha grandes contingentes de tropas militares comenzaron a llegar a París y Versalles. Los mensajes de apoyo a la Asamblea llovieron desde París y otras ciudades. El 9 de julio la Asamblea se nombró a sí misma «Asamblea Nacional Constituyente».

Estalla la revolución

La liberté guidant le peuple, pintura de Eugène Delacroix, erróneamente atribuida a representar la revolución de 1789 pese a que corresponde a los sucesos revolucionarios de 1830. Museo del Louvre, París

El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores al igual que la de su hermano, el Conde D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta medida como un auto-golpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo por el miedo de lo que les podria suceder.

El 14 de julio el pueblo de París respaldó en las calles a sus representantes y, ante el temor de que las tropas reales los detuvieran, asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico pero también punto estratégico del plan de represión de Luis XVI, pues sus cañones apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los insurgentes tomaron la prisión, matando a su gobernador, el Marqués Bernard de Launay. Si bien sólo cuatro presos fueron liberados, la Bastilla se convirtió en un potente símbolo de todo lo que resultaba despreciable en el antiguo régimen. Retornando al Ayuntamiento, la multitud acusó al Alcalde Jacques de Flesselles de traición, quien recibió un balazo que lo mató. Su cabeza fue cortada y paseada por la ciudad clavada en una pica, naciendo desde entonces la costumbre de pasear en una pica las cabezas de los decapitados, lo que se volvió muy común durante la Revolución.

La Revolución se fue extendiendo por ciudades y pueblos, creándose nuevos ayuntamientos que no reconocían otra autoridad que la Asamblea Nacional Constituyente. Los campesinos dejaron de pagar impuestos y destruyeron castillos y todo lo que simbolizara al feudalismo. La Asamblea Nacional, actuando detrás de los nuevos acontecimientos, suprimió por ley las servidumbres personales (abolición del feudalismo), los diezmos, y las justicias señoriales, que ya habían sido suprimidos de hecho por el campesinado, instaurando la igualdad ante el impuesto, ante penas y en el acceso a cargos públicos. El rey, junto con sus seguidores militares, retrocedió al menos por el momento. Lafayette tomó el mando de la Guardia Nacional de París y Jean-Sylvain Bailly, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, fue nombrado nuevo alcalde de París. El rey visitó París el 27 de julio y aceptó la bandera tricolor.

Sin embargo, después de esta violencia, los nobles, no muy seguros del rumbo que tomaría la reconciliación temporal entre el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país, algunos con la intención de fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a las naciones europeas a respaldar al rey. Éstos fueron conocidos como los «émigrés» (los emigrados).

La insurrección y el espíritu de poder popular siguieron extendiéndose por toda Francia. En las áreas rurales se llevaron a cabo actos de quema de títulos sobre tierras, y varios castillos y palacios fueron atacados. Esta insurrección agraria se conoce como «La Grande Peur» (el gran miedo).

El 4 de agosto de 1789, en la llamada "Noche de la locura", la Asamblea Nacional Constituyente abolió el feudalismo, eliminando las prebendas que recibía el clero y los derechos señoriales de la nobles (como, por ejemplo, el privilegio de no pagar impuestos que tenían). En cuestión de horas, los nobles y el clero perdieron sus privilegios. El curso de los acontecimientos estaba ya marcado, si bien llevó cuatro años la implantación del nuevo modelo.

Pérdida de poder de la Iglesia

La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia Católica que paso a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia para imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron también los privilegios del clero y se confiscaron los bienes de la Iglesia. Bajo el Antiguo Régimen la Iglesia era el mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó legislación que convertía al clero en empleados del Estado. Éstos fueron unos años de dura represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. El Concordato de 1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó este proceso y establecieron normas de convivencia que se mantuvieron vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905 cuando la Tercera República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario gregoriano, propio de la religión católica fue anulado por Billaud-Varenne, en favor de un calendario republicano y una nueva era que establecía como primer día el 22 de septiembre de 1792.

Aparición de las facciones

Honore Gabriel Victor Riqueti, Conde de Mirabeau (1749-1791)
Maximiliano Robespierre (1758-1794), líder revolucionario francés

Pronto comenzaron a aparecer facciones dentro de la Asamblea. El aristócrata Jacques Cazales y el abad Jean-Sifrein Maury encabezaron un grupo derechista opuesto a la Revolución. Otros, como Jean Mounier, el Conde de Lally-Tollendal, el Conde de Clemont-Tonnerre y el Conde de Vyrieu, formaron un grupo denominado «Demócratas Realistas», que abogaba por el establecimiento de un régimen parecido al británico. Por otra parte, Mirabeau, Lafayette y Bailly representaban el ala centro-izquierdista de la asamblea. No faltaban los radicales izquierdistas entre los que destacaba el abogado Maximilien Robespierre (ver más abajo).

El 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirándose en gran parte en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo el principio de libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una serie de principios más que una constitución con efectos legales.

Camino a la Constitución

La Asamblea Nacional Constituyente no era sólo un órgano legislativo sino la encargada de redactar una nueva Constitución. Algunos, como Necker, favorecían la creación de una asamblea bicameral en donde el senado sería escogido por la Corona entre los miembros propuestos por el pueblo. Los nobles, por su parte, favorecían un senado compuesto por miembros de la nobleza elegidos por los propios nobles. Prevaleció, sin embargo, la tesis liberal de que la Asamblea tendría una sola cámara, quedando el rey sólo con el poder de veto, pudiendo posponer la ejecución de una ley, pero no su total eliminación.

El movimiento de los monárquicos para bloquear este sistema fue desmontado por el pueblo de París, compuesto fundamentalmente por mujeres (llamadas despectivamente "Las Furias"), que marcharon el 5 de octubre de 1789 sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y su familia se vieron obligados a abandonar Versalles y se trasladaron a Las Tullerías en París.

Desde el aniversario de la toma de la Bastilla hasta la muerte de Mirabeau

Los electores habían escogido a los miembros de los Estados Generales por un periodo de un año, pero de acuerdo al Juramento del Jeu de paume, los miembros del Tercer Estado, también llamados los «comunes», acordaron no abandonar la Asamblea en tanto no se hubiera elaborado una Constitución.

Durante 1790 se intensificó la lucha política e incluso se produjeron movimientos anti-revolucionarios, pero sin éxito. En este periodo se comenzaron a formar «clubes» políticos entre los que destacaban los Jacobinos. En agosto de 1790 existían 152 clubes jacobinos.

Mientras tanto, la Asamblea trabajaba para establecer una nueva Constitución. Una nueva organización judicial dio características temporales a todos los magistrados y total independencia de la Corona. Al rey sólo le quedó el poder ejecutivo. La asamblea, por su parte, eliminó todas las barreras comerciales y suprimió las organizaciones empresariales y obreras; en adelante, los individuos que quisieran desarrollar prácticas comerciales necesitarían una licencia, y se abolió el derecho a la huelga.

A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una legislación contra los franceses que emigraron durante la Revolución («émigrés»). Se pretendía coartar la libertad de salir del país. Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de 1791 Mirabeau fallece, y la Asamblea adopta esta draconiana medida.

El 20 de junio de 1791, Luis XVI, opuesto al curso que iba tomando la Revolución, huyó junto con su familia de las Tullerías. Sin embargo, al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse ver, fue arrestado en Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la guardia. A su regreso a París el pueblo se mantuvo en silencio, y tanto él como su esposa, Maria Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis XVII) y su hermana (Madame Isabel) permanecieron bajo custodia.

Últimos días de la Asamblea Constituyente

Aun cuando existía una fuerte corriente política que favorecía la monarquía constitucional, al final venció la tesis de mantener al rey como una figura decorativa. Jacques Pierre Brissot introdujo una petición insistiendo en que, a los ojos del pueblo, Luis XVI había sido depuesto por el hecho de su huida. Una inmensa multitud se congregó en el Campo de Marte para firmar dicha petición. Georges Danton y Camille Desmoulins pronunciaron discursos exaltados. La Asamblea pidió a las autoridades municipales guardar el orden. Bajo el mando de La Fayette, la Guardia Nacional se enfrentó a la multitud. Al principio, tras recibir una oleada de piedras, los soldados respondieron disparando al aire; dado que la multitud no cedía, Lafayette ordenó disparar a los manifestantes, ocasionando más de 50 muertos.

Tras esta masacre, las autoridades cerraron varios clubes políticos, así como varios periódicos radicales como el que editaba Jean-Paul Marat. Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y Marat permanecieron escondidos.

Mientras tanto, la Asamblea había redactado la Constitución y el rey había sido restituido, aceptándola. El rey pronunció un discurso ante la Asamblea, que fue acogido con un fuerte aplauso. La Asamblea Constituyente cesó en sus funciones el 29 de septiembre de 1791.

La Asamblea Legislativa y la caída de la monarquía

Georges-Jacques Danton
El calendario republicano
10 de agosto de 1792, Comuna de París

Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una monarquía constitucional. El rey tenía que compartir su poder con la Asamblea, pero todavía mantenía el poder de veto y la potestad de elegir a sus ministros.

La Asamblea Legislativa se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791, degenerando en un caos un año después. La componían: Derecha: 264 diputados feuillants (dirigidos por Barnave, Duport y Lameth) y girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. Centro: 345 diputados independientes, carentes de programa político definido. Izquierda: 136 diputados inscritos en el club de los jacobinos o en el de los cordeliers. Escasa influencia en la Asamblea, manipulada por los girondinos. Gran influencia sobre las masas populares, de las que reciben constante apoyo. Mientras los jacobinos tienen detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers cuentan con el apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses. Por medio de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le Père Duchesne, Marat y Hebert se convierten en sus portavoces.

Este gran número de diputados dio lugar a los partidos políticos o "clubes". El más célebre de entre éstos fue el partido de los jacobinos, dominado por Robespierre. A la izquierda de este partido se encontraban los "cordeleros", quienes defendían el sufragio universal masculino (derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada edad). Los cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de la república. Estaban dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges Danton, representando siempre al pueblo más humilde. El grupo de ideas más moderadas era el de los girondinos, que defendían el sufragio censitario y propugnaban una monarquía constitucional. También se encontraban aquellos que formaban parte de "el pantano", o "el llano", como eran llamados aquellos que no tenían un voto propio, y que se iban por las proposiciones que más les convenían, así ya vinieran de los jacobinos, ya de los girondinos.

En los primeros meses de funcionamiento de la Asamblea, el rey había vetado una ley que amenazaba con la condena a muerte a los "émigrés", y otra que exigía al clero prestar juramento de lealtad al estado. Desacuerdos de este tipo fueron los que llevaron más adelante a la crisis constitucional.

Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a invadir la Francia revolucionaria, lo que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional, dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa. Durante la guerra, la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad hacia la reina María Antonieta (llamada la "austriaca" por ser hija de un emperador de aquel país y "Madame Déficit" por el gasto que representaba al Estado, que no era mayor que la mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi siempre se negaba a firmar leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.

El 10 de agosto de 1792, las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías, y la Asamblea Legislativa volvió a suspender las funciones constitucionales del rey. La Asamblea acabó convocando elecciones con el objetivo de configurar (por sufragio universal) un nuevo parlamento que recibiría el nombre de Convención. Aumentaba la tensión política y social en Francia, así como la amenaza militar de las potencias europeas. El conflicto se planteaba así entre una monarquía constitucional francesa en camino de convertirse en una democracia republicana, y las monarquías europeas absolutas. El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la República. Creó también un nuevo calendario, según el cual el año 1792 se convertiría en el año 1 de la nueva era.

El gobierno pasó a depender de la Comuna insurreccional. Cuando la Comuna envió grupos de sicarios a las prisiones, asesinaron a 1.400 víctimas, y pidió a otras ciudades de Francia que hicieran lo mismo, la Asamblea no opuso resistencia. Esta situación persistió hasta el 20 de septiembre de 1792, en que se creó un nuevo cuerpo legislativo denominado Convención, y que de hecho se convirtió en el nuevo gobierno de Francia.

La Convención

Ejecución del rey Luis XVI

El poder legislativo de la nueva República estuvo a cargo de la Convención, mientras que el poder ejecutivo recayó sobre el Comité de Salvación Nacional.

En el Manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con otros países europeos. La reina Maria Antonieta, nacida en Austria y hermana del Emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así una revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de toda relación entre ambos países.

El reino del terror

La guillotina, que fue el instrumento de ejecución de entre 35.000 a 40.000 personas durante la época del terror
9 de Thermidor, la caída de Robespierre

El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de septiembre de 1792), todas las tropas francesas (formadas por tenderos, artesanos y campesinos de toda Francia) derrotaron por primera vez a un ejército prusiano en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas. El poder fue entregado a un Directorio formado por cinco miembros, acabando aquí el proceso revolucionario.

Sin embargo, la situación económica seguía empeorando, lo cual dio origen a revueltas de las clases más pobres. Los llamados «sans-culottes» expresaban su descontento por el hecho de que la Revolución Francesa no sólo no estaba satisfaciendo los intereses de las clases bajas sino que incluso algunas medidas liberales causaban un enorme perjuicio a éstas (libertad de precios, libertad de contratación, Ley de Chapelier, etc.). Al mismo tiempo se comenzaron a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas regiones de Francia. En la Vendée, un levantamiento popular fue especialmente significativo: campesinos y aldeanos se alzaron por el rey y las tradiciones católicas, provocando la llamada Guerra de Vendée, reprimida tan cruentamente por las autoridades revolucionarias parisinas que se ha llegado a calificar de genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con destruir la Revolución y la República. Todo ello motivó la trama de un golpe de estado por parte de los jacobinos, quienes buscaron el favor popular en contra de los girondinos. La alianza de los jacobinos con los «sans-culottes» se convirtió de hecho en el centro del gobierno.

Los jacobinos llevarían en su política algunas de las reivindicaciones de los «sans-culottes» y las clases bajas, pero no todas sus reivindicaciones serían aceptadas, y jamás se cuestionó la propiedad privada. Los jacobinos no pusieron nunca en duda el orden liberal, pero sí llevaron a cabo una democratización del mismo, pese a la represión que desataron contra los opositores políticos (tanto conservadores como radicales).

Charlotte Corday tras asesinar a Marat, obra de Paul Baudry

Se redactó en 1793 una nueva Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, y una nueva constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal. El Comité de Salvacion Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre y los jacobinos desataron lo que se denominó el Reinado del Terror (1793-1794). No menos de 10.000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que eventualmente la llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron ser hasta 40.000 los que fueron víctimas del Terror

En 1794, Robespierre procedió a ejecutar a ultra-radicales y a jacobinos moderados. Su popularidad, sin embargo, comenzó a erosionarse. El 27 de julio de 1794, ocurrió otra revuelta popular contra Robespierre, apoyada por los moderados que veían peligroso el trayecto de la Revolución, cada vez más exaltada. El pueblo, por otro lado, se rebela contra la condición burguesa de Robespierre que revolucionario antes, ahora persigue a Verlet, Leclerc y Roux. Los miembros de la Convención lograron convencer al "pantano", y derrocar y ejecutar a Robespierre junto con otros líderes del Comité de Salvacion Pública. La Convención aprobó una nueva Constitución el 17 de agosto de 1795, ratificada el 26 de septiembre en un plebiscito.

La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos.

Napoleón y la toma del poder

Napoleón Bonaparte, Primer Cónsul

La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte, retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de estado (18 de Brumario) instalando el Consulado

El Consulado

Le daba de forma efectiva poderes dictatoriales, cerrando con esto el capítulo histórico de la Revolución Francesa.

El cargo de cónsules lo ostentaron Napoleón Bonaparte, Sieyès y Ducos temporalmente hasta el 12 de diciembre de 1799. Posteriormente, Sieyés y Ducos fueron reemplazados por Jean Jacques Régis de Cambacérès y Charles-François Lebrun, quienes siguieron en el cargo hasta 1804, cuando Napoleón fue coronado Emperador de los Franceses.

Primer Imperio

El Primer Imperio Francés, conocido comúnmente como el Imperio Napoleónico, cubre el periodo de la poderosa irradiación y dominación de Francia sobre la Europa Continental, bajo el gobierno de Napoleón I, Emperador de los franceses y Rey de Italia. Oficialmente, el término se refiere al periodo comprendido entre el fin del Consulado hasta la Restauración de la monarquía borbónica, aunque posteriormente vivió un epílogo entre el periodo de los Cien Días (1 de marzo de 1815) y la abdicación final de Napoleón, el 22 de junio de 1815. Es este un periodo de la historia de Francia caracterizado por las feroces campañas bélicas que le fueron impuestas a sangre y fuego, promovidas y financiadas todas por Inglaterra, y ejecutadas por procuración por sus aliados continentales a lo largo de 7 coaliciones internacionales. Estos conflictos son conocidos como Guerras Napoleónicas, pero ésta expresión engañosa e incorrecta históricamente ha sido fuertemente rebatida en años recientes, y en la actualidad comienza a difuminarse en provecho del término más apropiado de "Guerras de Coalición".

El nuevo gobierno instaurado, a pesar de ser una monarquía, mejoraba las condiciones de vida del tercer estamento, otorgándoles derechos y obligaciones morales y cívicas iguales a los otros dos estamentos (el clero y los nobles); por lo que Napoleón recibió un gran apoyo popular.

La Bandera Francesa y los símbolos de la Revolución

Bandera de Francia
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Logotipo oficial del gobierno de la República Francesa.
La Marsellesa. Himno nacional de Francia desde 1795.

Terminada la Revolución Francesa surge la República Francesa y convocaron a la Asamblea General que es la reunión de los Tres Estados Franceses: el Clero, la Nobleza, y el Estado Llano. Cuando estos se reúnen se les conoce como Estados Generales; su bandera la crean y perdura hasta nuestros días; en donde el azul representa al Estado Noble, el blanco representa al Clero y el rojo representa al Pueblo Llano o Tercer Estado (lo que en Francia se denomina estado, en España se conoce como estamento).

Otra versión del origen del tricolor francés, es que el azul y el rojo son los colores de la bandera de París y se le añadió el blanco en el medio en representación de Luis XVI, que era de la casa de los borbones, cuya bandera es blanca con tres flores de lis.

Otro símbolo de la Revolución Francesa, aparte de la bandera de Francia, es el gorro frigio (también llamado gorro de la libertad) el cual aparece en los Escudos Nacionales de Francia, Haití, Cuba, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Paraguay y Argentina.

El himno La Marsellesa, letra y música de Claude-Joseph Rouget de Lisle, capitán de ingenieros de la guarnición de Estrasburgo, se popularizó a tal punto que el 14 de julio de 1795 fue declarado Himno Nacional de Francia; originalmente se llamaba Chant de guerre pour l'armée du Rhin (Canto de guerra para el ejército del Rin), pero los voluntarios del general François Mireur que salieron de Marsella entraron a París el 30 de julio de 1792 cantando dicho himno como canción de marcha. Los parisinos los acogieron con gran entusiasmo y bautizaron el cántico como La Marsellesa.

Otros símbolos de la Revolución eran las escarapelas tricolores, el lema nacional Liberté, égalité, fraternité (libertad, igualdad y fraternidad), el nuevo calendario republicano (en sustitución del calendario gregoriano) y la guillotina.

La Declaración de Derechos

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Una de las consecuencias con mayor alcance histórico de la revolución fue la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. En su doble vertiente, moral (derechos naturales inalienables) y política (condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos naturales e individuales), condiciona la aparición de un nuevo modelo de Estado, el de los ciudadanos, el Estado de Derecho, democrático y nacional. Aunque la primera vez que se proclamaron solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados Unidos (Declaración de Derechos de Virginia en 1776 y Constitución de los Estados Unidos en 1787), la revolución de los derechos humanos es un fenómeno puramente europeo. Será la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789 la que sirva de base e inspiración a todas las declaraciones tanto del siglo XIX como del siglo XX.

El distinto alcance de ambas declaraciones es debido tanto a cuestiones de forma como de fondo. La declaración francesa es indiferente a las circunstancias en que nace y añade a los derechos naturales, los derechos del ciudadano. Pero sobre todo, es un texto atemporal, único, separado del texto constitucional y, por tanto, con un carácter universal, a lo que hay que añadir la brevedad, claridad y sencillez del lenguaje. De ahí su trascendencia y éxito tanto en Francia como en Europa y el mundo occidental en su conjunto.

Referencias

Este artículo incorpora material de las siguientes fuentes bajo dominio público:

Bibliografía complementaria

  • Calatrava Escobar, Juan: Estudios sobre la Revolución Francesa y el final del Antiguo Régimen. Tres Cantos: Akal, 1980. ISBN 978-84-7339-504-5
  • Chartier, Roger: Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa. Barcelona: Editorial Gedisa, 1995. ISBN 978-84-7432-509-6
  • Cobban, Alfred: La interpretación social de la revolución francesa. Madrid: Narcea de Ediciones, 1971. ISBN 978-84-277-0003-1
  • Furet, François: La revolución a debate. Madrid: Encuentro, 2000. ISBN 978-84-7490-558-8
  • Kropotkin, Piotr: Historia de la Revolución Francesa
  • Reichardt, Rolf E.: La Revolución Francesa y la cultura democrática: la sangre de la libertad. Madrid: Siglo XXI, 2002. ISBN 978-84-323-1081-2
  • Soboul, Albert: La Francia de Napoleón. Barcelona. Crítica. 1993. ISBN 978-84-7423-564-7
  • Soboul, Albert: La revolución francesa. Vilassar de Mar: Oikos-Tau, 1981. ISBN 978-84-281-0485-2
  • Vovelle, Michel: Introducción a la historia de la Revolución Francesa. Barcelona: Editorial Crítica, 2000. ISBN 84-8432-086-3

Véase también

Enlaces externos




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