Discusión:Ferdydurke

Contenido de la página no disponible en otros idiomas.
De Wikipedia, la enciclopedia libre

FERDYDURKE201.255.61.5 (discusión) 10:59 19 abr 2008 (UTC)[responder]


Ferdydurke es la única obra en la que Gombrowicz introduce cuerpos extraños, dos cuentos ajenos a la narración y una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la forma. La novela relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta años y es sometido a las ordalías de tres colapsos: el de la escuela, el del amor y el de la familia, pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es también la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a los dos mundos, el del rango social y el de la intelligentsia, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos. Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en “Ferdydurke” ve en el pasado, la extinción de su familia y de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice. “Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia a la que Schulz le presta la mayor atención: “Gombrowicz no ha llegado a ello por la fácil vía de una especulación intelectual, sino por la camino de la patología, de su propia patología (…) los tormentos de los hombres en un lecho de Procusto: el de la forma”. Cuando Gombrowicz empieza a escribir “Ferdydurke” quería probar sus alcances como artista y sabía que no tenía que medir sus fuerzas por sus intenciones sino sus intenciones por sus fuerzas. Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus sufrimientos y sus rebeliones más esenciales. A pesar de este llamado a la profundidad que aparece en los prefacios de “Ferdydurke”, en los diarios y en “Testamento” la obra mantiene un curso ligero que a duras penas puede ocultar la actividad de esa conciencia agudísima que malogra el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan en comportamientos hilarantes la mayor parte de las veces. No es un libro en el que Gombrowicz se proponga destruir los valores existentes, es más bien un intento de ponerlos entre paréntesis, no nos está proponiendo una moral nueva, le está dando una buena paliza a la que ya tenemos para que se eche a andar, para divertirse con él mismo y para que nosotros nos divirtamos con él. Si bien no andaba muy bien que digamos con Dante por la ruindad de su idea de una castigo eterno bajo el resplandor de un amor divino e ilimitado, pone al comienzo de “Ferdydurke” algunas palabras de la “Divina Comedia”: “En la mitad del camino de mi vida me encontré en una selva oscura” Es difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz. La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en esta novela traspone, aunque no demasiado, las torturas que había sufrido en el colegio a un lenguaje artístico. El instituto Kostka era muy aristocrático, estaba plagado de Radziwill, Potocki, Tyszkiewicz, Plater, aunque también había adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres lo enviaron a esa escuela. Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron muy dolorosos, como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes y puntapiés, y de torturas sofisticadas como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson... No había día en que no fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una parte baja de la pierna. Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo escribía.


FERDYDURKE


La novela comienza cuando el protagonista treintiañero es raptado de su casa en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada. En el medio de la narración el protagonista tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle el triunfo a sus ideas. En el colegio se habían formado dos bandos irreconciliables, el de los muchachones que representaban ideales bajos, y el de los adolescentes que representaban ideales sublimados. Si Polilla, el líder de los ideales bajos, realizaba su plan de violar la inocencia de Sifón, el líder de los ideales sublimados, la realidad se convertiría en una pesadilla y el protagonista ni siquiera podría soñar con la huida. Pepe le está comentando en voz baja a un compañero que sería mejor disuadirlos de la violación, pero Polilla se da cuenta: –¿Por qué te metes? ¿Quién te permitió chismear de nuestros asuntos con Kopeida? ¡A él eso no le interesa! ¡No te atrevas a hablar de mí con él!; –Polilla, no hagas eso con Sifón; –¿Por qué no?; –Porque no; –¿Sabes dónde te tengo con Sifón? ¡Te tengo en el ... ¡Perdón! ¡En mi mejor estimación!; –No hagas eso, no se metan en eso. ¿Acaso no te ves haciendo eso? Oye, ¿tú te has imaginado eso?, ¿tú te has visto?, Sifón atado en el suelo y tú violado su inocencia a la fuerza y por las orejas. ¿No te ves en eso?; –Veo que tu también eres un digno adolescente. Sifón te ha influido, ¿no es cierto? Mientras estaba diciendo esto le dio un punta pie. –¿Acaso porque Sifón es inocente tú tienes que ser indecente? Polilla se sumergió en dolorosos pensamientos dejando por un momento la trivialidad y la vulgaridad y el rostro se le descongestionó, pero cambió inmediatamente: –¡Cuculeíto! ¡Cucucaleíto! ¡No, no puedo permitir que consideren a los colegiales unos inocentes! ¡Tengo que violar por las orejas a Sifón! Cuando Pepe le propone la huida, Polilla empieza a soñar con el peón, la fraternización con el peón es su ideal bajo. Pero de repente un rugido sarcástico estalló a dos pasos de ellos. Sifón y Conejo, con algunos otros, se agarraban sus barrigas inocentes carcajeando y rugiendo: –¡Te felicito, Polilla, te felicito! ¡Por fin sabemos qué se oculta en ti! ¡Sueñas con el peón! ¡Finges ser un muchachón brutal, pero en el fondo eres nada más que un sentimental soñador peonal! Polilla se daba cuenta que la balanza se estaba inclinando peligrosamente a favor de Sifón, entonces se le ocurre desafiarlo a un duelo de muecas. Eligen la hora, el lugar y las árbitros. En el momento que lo están designando a Pepe como superárbrito, suena el timbre, se abre la puerta y un hombrecito barbudo entra a la clase y se sienta sobre la tarima... Pasa una hora, termina la clase y los alumnos profieren un rugido salvaje. El viejito pestañeó y salió. El duelo de muecas iba a ser un duelo a muerte y no un palabrerío vano. Conejo lo aconsejaba a Sifón: –¡No te asustes, piensa en tus principios! Teniendo principios puedes en nombre de ellos fabricar fácilmente todas las muecas que quieras, mientras él carece de principios y deberá fabricarlas, no en nombre de ningún principio sino por su propia cuenta. La cara de Sifón resplandecía pues los principios le daban el poder de poder siempre y con cualquier intensidad. Los amigos de Polilla le aconsejaban que no se expusiera a la derrota: –No te eches a perder, ni a ti ni a nosotros, mejor ríndete enseguida, finge que está enfermo y te excusaremos; –No puedo, ya están echados los dados. ¡Fuera! Pero la cara se le alargó y dio muestras de un malestar pronunciado. Los árbitros castañetearon los dientes: –¡Podéis empezar! Parecía que Polilla dominaba, pero de pronto Sifón replicó alzando un dedo, hacia arriba, era un golpe poderoso. Polilla alzó el mismo dedo, lo puso en la nariz, se rascó y escupió sobre él, se defendía atacando, pero el dedo invencible de Sifón permanecía en las alturas. La situación de Polilla se volvía terrible porque ya había gastado todas sus asquerosidades y el dedo de Sifón siempre indicaba hacia lo alto. De repente Polilla rompió el silencio con un grito espantoso; –¡A él! ¡A él! Se arrojó sobre Sifón y le aplicó un flor de sopapo. Los muchachos se arrojaron sobre los adolescentes y los maniataron con los tiradores. –¡Ah, mi adolescentucho inocente, tú creías vencerme! Polilla estaba sentado sobre Sifón: –Dame tu orejita. Por suerte se puede todavía penetrar en el interior por vía de las orejas. Se inclinó sobre él y empezó a soplar. Sifón chilló como un chancho, viendo que no podía zafarse, rugió para tapar las mortíferas palabras de Polilla que lo iniciaban y lo enteraban. Era increíble que los ideales pudieran emitir semejante rugido, pero el verdugo rugió también: –¡Mordaza! ¡Métele mordaza! ¿Qué esperas? Se lo estaba pidiendo a Pepe, era él quien debía ponerle la mordaza. “Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica que efectuó Polilla sobre Sifón, se abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, Pimko, siempre infalible en toda su personalidad excepcional. –¡Qué bien, los niños juegan a la pelota! (...) ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia uno tira la pelota al otro, con qué soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi cara, pálida y crispada por el pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te resulta saludable y la pelota también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Juventona, donde alquilé una pieza para ti”


“Había en mí algo oscuro que por nada del mundo aceptaba abrirse a la luz del día. Además, era totalmente incapaz de amar. El amor me fue negado de una vez y para siempre, desde el principio; ahora bien, ¿fue porque no supe encontrarle una forma y expresión propias, o bien porque no lo había en mí? Lo ignoro. ¿No existía, o más bien lo ahogué? Quizá fue mi madre quien mató el amor en mí” A pesar de estas declaraciones sombrías que hace Gombrowicz, el amor es en sus manos un Cupido estrafalario que hiere con sus flechas torcidas a los protagonistas de sus obras, al punto que uno de los capítulos de “Ferdydurke” se llama “El amor”. El profesor Pimko, que había raptado a Pepe para inmadurizarlo en una escuela de adolescentes, ahora se propone fijarlo en la juventud exponiéndolo a un proceso de enamoramiento. Para alcanzar este fin alquila un cuarto en la casa de los Juventones, en la que viven una doctora y un ingeniero con una hija colegiala. En el día de la presentación los recibe la joven de dieciséis años: –¡Beso sus manitas! ¿Estará la mamá en casa? La colegiala no contestó, después de haberse puesto entre los dientes la llave inglesa que llevaba en la mano derecha, tendió a Pimko su mano izquierda: –Mi madre no está en casa pero enseguida volverá. Pasen. Llega la Juventona, una mujer bastante entrada en carnes: –¡Ah, mi estimada señora! Le traje a mi Pepe; –¿Cuántos años tiene este muchacho?; –Dieciséis, querida señora. Tiene un aspecto demasiado serio, quizá una pose para parecer adulto. El profesor y la doctora se alejan un poco para conversar aparte: –Ah, poseur, no me gusta. Un joven viejito blasé y seguramente poco deportivo. Odio la pose, compárelo con mi Zuta –sencilla, sincera, natural–, a esto conducen vuestros métodos anacrónicos de enseñanza, profesor. Pepe observa cómo en la muchacha crece una aguda antipatía hacia él, una antipatía pura: –¿Por qué mira así a Pepe, señorita Zutka?; –Porque todo el tiempo escuchaba. ¡Lo oyó todo! La doctora le comenta al profesor que la juventud de ahora es muy leal, es la moral de la Gran Guerra: –Cómo le brillan los ojitos a Zutka; –¿Ojitos? Mi hija no tiene ojitos, nosotros tenemos ojos. Zutka, quédate tranquila con los ojos. Mientras la madre exclamaba que había que destruir en la patria los viejos lugares y dejar sólo los nuevos, que todo se desmoronaba al ritmo de sacudidas subterráneas, la colegiala le dio una patada a Pepe en la pierna, al estilo de los atorrantes: –¡Le dio una patada!; –¡Zutka!, tranquila con la pierna. No es nada, yo misma fui agredida a patadas por simples soldados cuando los atendía en el frente. Pepe no podía tomar parte en la conversación: –¿Por qué te callas, Pepe? ¿Te enojaste con la señorita? La colegiala hacía burlas: –Zutka, pídele disculpas al caballero. El caballero se ofendió contigo. Después de arreglar las condiciones económicas de la pensión se despidieron. Pimko le besa la frente a Pepe: –Adiós, muchacho, no llores, te vendré a visitar los domingos y en la escuela tampoco te perderé de vista.. Pepe meditaba, no sólo había sido confundido con un adolescente de dieciséis años, ahora además se encontraba en una habitación contigua a la de la colegiala. Tenía que aparecérsele, ¿pero con qué pretexto? Pasando por el comedor tomó un escarbadientes, se lo puso en la boca y apareció, la joven estaba hablando por teléfono en el hall, Pepe se apoyó en el marco: –¿Quiere hablar por teléfono?; –No. Su propósito era que se diera cuenta que tenía derecho a pararse en la puerta durante su conversación telefónica como compañero en el modernismo e igual edad. La colegiala lo ignoró, ni se dignó mofarse. Inclinada con la pierna en la silla se empeñaba en lustrarse el zapato. Pepe se acercó y empezó a mirarla: –¿Necesita algo?; –No; –¿Son bromas?; –No. Pepe sintió que había conquistado a la colegiala en la salvaje naturalidad del artificio: –¿En qué puedo servirle? Pepe se alejó: –¡Chiflado! Pensó que tenía que entrar al cuarto de la muchacha y mostrársele a ella como chiflado y embromador para que supiera que todo lo anterior no era nada más que una consciente y expresa bufonada, y que había sido él quien le había tomado el pelo, y no ella. Abrió la puerta de su cuarto y metió la cabeza: –Se ruega golpear antes de entrar; –Su siervo y su esclavo; –¡Es usted un mal educado!; –Me tiendo a sus pies. La colegiala se dirigió a la puerta, pero Pepe saltó y la atajó: –¿Qué quiere? Se acercó a ella, pensaba que tenía que agarrarle la carita, se estaba enamorando. Frente a la idiotez de Pepe, ella no perdía su gracia, pálida y jadeante de miedo, en vez de afearse se embellecía. De repente un chillido, era Polilla que atacaba a la sirvienta, se había encontrado a solas con ella y quería violarla. La belleza de Zutka lo hacía sufrir, al extremo de llegar a soñar con su destrucción física. Se empezó a preparar para atacar la hermosura de la moderna adolescente. Al día siguiente en la cena: –Zuta, ¿quién es ese muchacho que te acompañó a casa?; –No sé, se me pegó en la calle; –¿A lo mejor tienes una cita con él? ¿A lo mejor quieres pasar el week-end con él y quedarte toda la noche? Quédate entonces; –Como no, mamá. El ingeniero se tomó el atrevimiento de continuar con las insinuaciones de la Juventona: –¡Claro está que no hay nada de malo en eso! Zuta, si deseas tener un hijo natural, ¡sírvete nomás! El culto a la virginidad se acabó, es una idea anacrónica propia de estancieros. Pepe se empezó a imaginar el parto, la nodriza y también una criatura que, con su calor infantil y con su leche, iba a aniquilar muy pronto la hermosura de la muchacha, transformándola en una madre pesada y tibia. Se inclinó de un modo miserable hacia la colegiala y dijo: Mamita. Y de golpe y porrazo el Juventón se mandó una risotada, algo se le debió asociar con el cabaret o, quizás, con el desván del género humano. Las gafas se le cayeron de la nariz: –¡Víctor! Pepe echó más leña al fuego: –Mamita, mamita; –Perdón, el ingeniero seguía risoteando, perdón. La muchacha había sido alcanzada: –Me extraña, Víctor, los comentarios de nuestro viejito no son nada jocosos; –Mamita, mamita; –¡Hágame el favor de no meterse en la conversación! Pepe, para consolidarse en su miseria, empezó a chapotear en la compota, le metía todo lo que tenía a mano y la revolvía con el dedo; –¿Qué hace?... ¿Por qué el caballero ensucia la compota?; –Yo lo hago así nomás... me da igual. El ingeniero otra vez chilló con una risa de cabaret: –¡Es una pose! ¡No comas, Zuta, no permito! ¡Víctor, impídeselo! La colegiala se levantó y se fue, la Juventona salió tras ella. Huían, el risoteo subterráneo del Juventón le había devuelto a Pepe la capacidad de resistencia, tenía que aniquilar el modernismo de la colegiala, rellenándola con elementos extraños como había hecho con la compota. Sin embargo, el éxito que había tenido en la cena era dudoso, era más bien un triunfo sobre los padres, la muchacha había salido sin un daño serio. Pepe se había quedado solo en la casa, tenía que entrar al cuarto de la colegiala para afearla. Lo único que le llamó la atención fue un clavel metido dentro de una zapatilla de tenis. Agudizaba su amor por el deporte con el amor. Asociando el sudor deportivo con la flor despertaba una atracción hacia su sudor. Tenía que neutralizar el hechizo de la flor. Atrapó una mosca, le arrancó las patas y las alas, hizo una bolita sufriente, pavorosa y metafísica, y la puso dentro de la zapatilla. La mosca sufriente descalificaba todo lo que estaba dentro del cuarto de la colegiala. Revisó los cajones, enseguida encontró la correspondencia amorosa de la colegiala. Había cartas amorosas de los escolares, de los universitarios, pero ninguna mencionaba los muslos, se referían a otras cosas. Los políticos se agregaban a la lista de los que ocultaban los muslos, también los poetas. Después de meditar un rato Pepe logró traducir a un idioma comprensible el contenido de uno de los poemas: Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ desde allí/ Tomo el último trago insaciable/ De mi primavera cotidiana. En la versión de Pepe el poema quedaba así: Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos Pero también los jueces, abogados y procuradores, farmacéuticos, comerciantes, estancieros, médicos le escribían cartitas. La madurez les resultaba pesada y a escondidas de sus esposas y de sus hijos le mandaban largas epístolas a la moderna colegiala de segundo año, pero tampoco en ellas se podían encontrar muslos. “¡Oh, el pandemonium de la colegiala moderna! ¡Qué contenidos encerraba aquel cajón! Sólo entonces me enteré de cuán terribles misterios son dueñas las contemporáneas colegialas y qué pasaría si alguna quisiera traicionar lo que se le ha confiado. Pero esos misterios se hunden en las jóvenes como una piedra en el agua, son demasiado lindas, demasiado hermosas como para poder contarlos... y aquellas que no están enmudecidas por la belleza no reciben tales cartas... Hay algo ultraconmovedor en eso de que sólo las personas sujetas a la disciplina de la hermosura tienen acceso a ciertos vergonzosos contenidos psíquicos de la humanidad” ¿Alcanzaría la mosca metafísica para afearla? Tenía que atacar a la colegiala en todos los frentes para derrumbar su modernidad. Reflexiona un poco y decide mandar dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia prepara una trampa para que un colegial y Pimko se encuentren a la medianoche en el dormitorio de la muchacha, ninguno de los tres lo sabe. Pero antes que llegue la medianoche decide volver a espiar. Quiere sorprenderla en el baño, listo para el salto psicológico bestializado, verla saliendo del sueño, tibia y descuidada, para aniquilar en él su hermosura. La muchacha salta a la bañadera, abre la ducha fría, empieza a sacudirse la mechas y su cuerpo proporcionado tirita y temblequea bajo el agua. Se echa agua fría para recuperar su belleza diurna. Cuando cierra el grifo y se queda desnuda, mojada y jadeante, es como si hubiera empezado a existir de nuevo. No debía espiar más, esto podría perderlo.


La única obra en la que Gombrowicz hace un relato del amor conyugal con detalles de alcoba es “Ferdydurke”. El protagonista se propone descubrir el talón de Aquiles de los Juventones y decide espiarlos. “Agucé los sentidos. ¡Bestializado espiritualmente, era como un salvaje animal civilizado en el Kulturkampf! Cantó el gallo. Primero apareció Juventona en una robe de chambre a medio peinar” Entró al closet-water y salió de allí más orgullosa que al entrar. De este templo sacaban su poder las modernas esposas de los ingenieros y los abogados. Salían de ese lugar más perfectas y culturales, llevando en alto la bandera del progreso, de ahí provenían la inteligencia y la naturalidad con las que la Juventona atormentaba al protagonista. Enseguida apareció el Juventón trotando en pijama, carraspeando y escupiendo ruidosamente. Al ver la puerta del closet-water risoteó y entró jugueteando. Salió desmoralizado, con una cara lujuriosa y vil, parecía un tonto. A Pepe le extrañó que mientras el clost-water ejercía una influencia constructiva sobre la esposa, sobre el esposo actuaba destructivamente. Mientras tanto la doctora se había bañado, se secaba y hacía ejercicios. . Hizo doce cuclillas hasta que los senos sonaron, al protagonista le empezaron a bailar las piernas en un bailoteo infernal y cultural. La intranquilidad de los perseguidos aumentaba porque se sentían mirados. La doctora trataba de organizar a ciegas una defensa y toda la tarde se dedicó a la lectura de Russell, mientras al esposo se le dio por leer a Wells. No conseguían ubicar su desasosiego, no podían permanecer sentados pero tampoco podían permanecer de pie, el Juventón buscaba la complicidad de Pepe guiñándole un ojo. Se acercaba la noche y con ella la hora decisiva. Los Juventones entraron al dormitorio y el protagonista corrió para escuchar detrás de la puerta y mirar por el ojo de la cerradura. El ingeniero en calzoncillos y sumamente risueño le contaba a la doctora anécdotas del cabaret: –¡Basta, cállate!; –Espera, chinita, enseguida terminaré; –No soy ninguna chinita, me llamo Juana, sácate los calzoncillos o ponte los pantalones; –¡Calzoncillitos!; –¡Cállate!; –Enciende la luz, vieja; –No soy ninguna vieja. Juana se preguntaba qué les estaría pasando, le pedía al esposo que volviera en sí, que juntos iban hacia los tiempos nuevos como luchadores y constructores del mañana: –Así es, una gorda, gorda langosta conmigo se acuesta. A pesar de su gordura es muy soñadura. Pero a él no se le antoja porque ya es muy floja. La doctora lo convoca a que piense en la abolición de la pena de muerte, en la época, en la cultura, en el progreso: –Victorcito trotando pega brincos; –¡Víctor! ¿Qué dices? ¿Qué te picó? ¡Hay algo malo! ¡Algo fatal en el aire! La traición; –La traicioncita; –¡Víctor! ¡No uses diminutivos!; –La traicionzuelita. Empezaron a manotearse, uno prendía y otro apagaba la luz, la Juventona jadeaba y el ingeniero jadeaba y chillaba de risa: –¡Espera que te dé una palmadita en el cuellito!; –¡Jamás, suelta o morderé! Víctor echó de sí todos los diminutivos amorosos de alcoba. El infernal diminutivo que tan decisivamente había pesado en el destino del protagonista ahora le hacía sentir sus garras a los Juventones. El paso de Pepe para descalabrar a la modernidad estaba dado, había preparado todo para el derrumbe final.


Promediando el relato el profesor había llevado al protagonista a la casa de los juventones arrojándolo en los brazos de la colegiala para que se enamore de ella y retenerlo así en su inmadurez. Las aventuras con la colegiala, los juventones y el profesor desembocan en el derrumbe del amor por la colegiala, el otro ideal bajo y mitológico, y en la descomposición de las máscaras maduras de los adultos en una de las escenas más logradas de la novela cuando el profesor sale a la medianoche de un armario del dormitorio de la colegiala mientras les explica a los juventones que había entrado a la casa de apuro para evacuar en el jardín. Las cosas ocurren más o menos así. El protagonista, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala preparándose para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala. –¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega! La carta que le había enviado el protagonista lo había embriagado. –¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la diferencia de edad, de posición social... Y aquí el protagonista, que está detrás de la puerta, da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado por un cordel y logró alcanzar un armario. El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió en otro armario. Entran los juventones y Pepe sigue echando leña al fuego: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Pepe levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga? Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Pepe abre de un puntapié uno de los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida. –Ah, Zutka. Los juventones se ríen, estaban satisfechos, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los ojos felices de la modernidad. La joventona se propone hacerle morder el polvo de la derrota a Pepe: –¿Por qué está aquí el caballero? ¡Al caballero esto no le importa! El protagonista abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú... Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad: –¿Qué hace usted aquí a esta hora?; –Le ruego que no levante la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi casa? Un semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Pepe le había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere aquel hombre?; –Una ayudita por favor; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya! Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: –¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente! La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón! ¡creo que soy el padre! Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa esto? La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores, niña. –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto! Así que la depravaban, a Pepe le pareció que la situación se volvía a favor de la muchacha: –¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Pepe maniobra para terminar de hundirlo: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar. La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la casa por un momento. Pimko cobardemente se asió a esta explicación. –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada. Pepe fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse poco a poco, sin perder de vista la situación. El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los saludos. –¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada. Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y lo agarró por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco. La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas lo que provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso. La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a Kopeida. –¡Mamita! ¡Papito! El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró el pie por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba. En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero empujaba al colegial, después de lo cual se deslizó por un segundo el muslo de la joven sobre la cabeza de la madre. Al mismo tiempo el profesor que estaba en el rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda tampoco podía. Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, agarró al juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Pepe terminó de colocar sus cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo que ya no existe. “Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio, despojador de alas de moscas, espía en el baño (...) Que anduve con cuculeito, facha, muslo (...) No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo (...) Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe, Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía apresuradamente los zapatos”


“De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. ¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom” Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo. Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social, para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala conciencia. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este problema. Estas reflexiones preliminares nos llevan de la mano a “La fachalfarra o el nuevo atrapamiento”. “Ferdydurke” termina cuando la fraternización con el peón del amigo del protagonista va descomponiendo poco a poco las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando. Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble. El deseo de Polilla de entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos del protagonista empieza a descomponer el estilo de los terratenientes. El tono altanero y aristocrático del tío tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe de donde obtenía sus jugos. Vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un canon, un orden. Después de que Pepe le da un sopapo en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles. Pepe descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre, estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural. El hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara de Polilla, un huesped de señores y un señor, tenía que provocar consecuencias también perversas. La tía estaba conmovida en su interior por una ola que le venía de las profundidades: –El mayordomo me dijo que, según parece, ese compañero tuyo se comunicaba ayer con el servicio. Me imagino que no será un agitador. El primo Alfredo piensa que no es nada más que un teórico: –¡No te preocupes mamá, un teórico no sabe nada de la vida! Llegó a la campaña con teorías, es un demócrata urbano; –¡Alfredo, él no es un teórico, es un práctico! Dice el mayordomo que le daba la mano a Quique, nuestro peón. El tío Eduardo después del almuerzo tomó del brazo a Pepe y lo llevó al fumoir: –Tu amigo, pede... pede... ejem... ¡Persigue a Quique! ¿Has visto? Bueno, ojalá las damas no se enteren. ¡Al príncipe Severino también le gustaba de vez en cuando!; –No es lo que piensas tío, él sólo fra... terniza con él, así no más; –¿A lo mejor quieres decir que agita a la servidumbre? ¿El bolchevismo, eh?; –No, fra... terniza como muchacho con muchacho. La tía les ofreció bombones: –No te irrites Eduardo, él seguramente fraterniza en Cristo, fraterniza en el amor al prójimo; –¡No!, el fraterniza desnudo, sin nada. El tío encendió un cigarrillo, cruzó las piernas y se mesó el bigotito: –Así que, sin embargo, es un pervertido; –No, de ningún modo, Fra... terniza sin nada, sin perversión tampoco. Fraterniza como muchachón; –¿Con Quique y en mi casa? ¿Con mi criado? ¡Yo le mostraré al muchachón! El mayordomo comenta que Quique se había tomado confianza con el joven señorito y ahora la servidumbre chismea de los señores y contra los señores, sin ningún respeto. Los tíos sabían sin duda lo que se decía de ellos en la antecocina, y cómo los veían los ojos airados de esos patanes; lo sabían pero no permitían que esa idea se desarrollara, sino que por orgullo la inhibían, la rechazaban hacia los oscuros sótanos del cerebro. Eduardo temblaba por dentro, pero redobló su amabilidad con Polilla: –Veo que la compañía de Quique le complace a usted: –Me complace; –Parece que usted fra... terniza con Quique; –Fra... ternizo; –Quique será despedido. Lo lamento, pero no tolero a un criado desmoralizado. Polilla se puso furioso y empezó a hablar con Pepe con el leguaje del peón: –¡Dejate de eso, ese no es tu lenguaje! ¿Cómo hablas? ¿Cómo me hablas así?; –Mío, mío... ¡No daré! ¡Mío! ¡Déjelo! ¡Quieren echar a Quique! ¡No permitiré! ¡Mío! Alfredo le comunica a Pepe que se deben ir de la casa al día siguiente, que iba a abofetear a Polilla porque había ofendido a la familia, quería eliminar su cara de la lista de las caras honorables y señoriales. Pero el padre no admite la idea de que Polilla sea otra cosa que un mocoso, a pesar de que durante el almuerzo lo trataba de igual a igual y le festejaba su supuesto homoerotismo brindando con vino. El señor, a quien la historia en su marcha inexorable, quitaba los bienes y el poder, se quedó, sin embargo, con su raza espiritual y corporal. Podía soportar la reforma agraria pero no una fra... ternización de personas: –Hay que darle una paliza en el culeíto. Pero la servidumbre ya se acercaba a la casa, chillaba y tiraba piedras: –¡Eh, dieron al señorito en la facha, dieron en la facha! En las mejillas de Eduardo aparecieron manchas rojas y en silencio sacó la pistola. Pero la tía echó sobre él toda la redondez de su persona, que emanaba un suave calorcito materno y envolvía como un algodón. Se volvían frívolos, el tío por orgullo y la tía por miedo, y sólo a ello se debía que todavía no hubiera disparo, que ni Alfredo disparase su mano contra la facha de Polilla, ni el tío disparase la pistola. Pepe pensaba con alivio en la despedida. –Me moriré antes de irme sin Quique mío. Polilla lloraba e imploraba en la pieza. En ese momento una colosal bofetada estalló detrás de la ventana, en el patio. Los vidrios temblaron. Delante de la casa se delineaba a la luz de la luna el tío Eduardo con la escopeta en la mano y con los ojos hundidos en la oscuridad. Otra vez echó el arma a la cara y disparó, el estampido resonó en la noche y se fue lejos por las regiones oscuras. Después de alguna confusión en medio de la noche Eduardo recuperó su normal y señorial trato con el peón, junto con toda la seguridad en sí mismo: –¡Quieres robar! Ven aquí, ven te digo. El peón estaba tan cerca que casi lo tocaba, entonces lo sopapeó y lo moqueteó. –¡Yo te enseñaré a robar! Alfredo, siguiendo el ejemplo del padre, le dio un sopapo en los dientes: –No robé; –¿No robaste? Eduardo se inclinó en la silla y le aplicó una azotaina en el hocico, y Alfredo también le dio. Terminaron por fin. Se sentaron. El peón tomaba aire, la sangre le corría por la oreja, tenía la facha y la cabeza golpeadas hasta lo último. El padre y el hijo lo hacen servir, lo hacen obedecer órdenes y lo humillan a fondo, estaban amaestrando a un peón campestre para convertirlo en criado. Apareció Polilla en la puerta: –¡Lárgalo! ¡Lárgalo! Detrás de las ventanas había una muchedumbre de peones, de lugareños y aldeanos, atraídos por el bochinche todos miraban. –¡Mocoso! ¡En el culeíto te daré, mocoso!, y junto con Alfredo se arrojó sobre él. Polilla empezó a chillar lleno de furia y saltó detrás del peón. Quique, como si hubiera recuperado el atrevimiento frente a los señores por efecto de la fra... ternización con Polilla, le dio en la facha a Eduardo: –¡Qué quieres! Se había roto la bisagra mística, la mano del servidor cayó sobre el semblante del señor. Eduardo estaba desprevenido y se desplomó. La inmadurez se derramó por todas partes. Cedieron las ventanas, el pueblo se impuso y empezó a penetrar lentamente, la oscuridad se pobló con partes de cuerpo campesinales. El pueblo, animado por la excepcional inmadurez de la escena, perdió el respeto y también deseó la fra... ternización. “Oí todavía el chillar de Alfredo y el chillar del tío, parecía que los tomaban de algún modo entre sí y empezaban con ellos lerda e indolentemente, pero ya no veía por la oscuridad... Salté detrás de la cortina. ¡La tía! ¡La tía! Recordé a la tía. Corrí descalzo al fumoir, atrapé a la tía que, sobre el canapé, trataba de no existir y ¡a tirarla, a empujarla en el montón! para que se mezclara con el montón. –Niño, niño, ¿qué haces? –suplicaba y pataleaba y me convidaba con bombones, pero yo justamente como niño tiro y tiro, tiro al montón a la tía, ya la tienen, ya la agarran. ¡Ya la tía en el montón! ¡Ya en el montón!”


Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. De las criadas Gombrowicz se ocupa en “La escalera de servicio” y de las primas en “Ferdydurke”. Isabel es la prima con la que Pepe huye mientras los padres de la joven se revuelcan en la casona señorial tomada por la plebe: –¿Qué sucedió? ¿Los gañanes asaltaron a papá y mamá? Pepe la mira con una mezcla de preocupación y miedo: –Huyamos. Corrían por un sendero entre los campos, hasta que les faltó el aliento. El resto de la noche lo pasaron a orillas del agua escondidos entre las cañas, temblando de frío y castañeteando. Pepe no sabía qué hacer, no podía explicarle a Isabel lo que sucedía en la estancia, la vergüenza le impedía encontrar las palabras. Tenían que buscar ayuda en alguna estancia vecina, pero cómo presentar la historia. Era mejor admitir que había raptado a Isabel, que juntos habían escapado de la casa paterna. Podrían con ese pretexto alcanzar la estación, tomar el tren para Varsovia y comenzar allá una nueva existencia en secreto. Depositó un beso en sus mejillas y le pidió disculpas por haberla raptado, pero su familia nunca hubiera consentido esa unión, desde el primer momento se había encendido en él el amor por ella y había comprendido que a ella también se le había encendido el amor: –No tuve otro remedio que raptarte, Isabel. Al cabo de media hora de estas declaraciones, Isabel empezó a hacer muecas, a mirarlo y a mover los dedos, se sentía halagada. Por fin había encontrado a alguien que iba a poseerla y que, además, la había raptado. Pepe pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran a Varsovia se libraría de Isabel y comenzaría a vivir de nuevo. Isabel subyugada por los sentimientos que le manifestaba Pepe se volvía cada vez más activa. Había estado esperando a alguien que la amara y la raptara. Destacaba y evidenciaba sus partes del cuerpo que estaban mejores, mientras ocultaba las peores. Y Pepe tenía que contemplar y fingir que le interesaba todo eso. Isabel lo miraba con una mirada clara y tranquila: –Quisiera tanto que todos fueran felices como nosotros; si todos fueran buenos, entonces serían felices. Se acurrucaba y Pepe debía acurrucarse: –Somos jóvenes, nos amamos, el mundo nos pertenece. Existiría en la tierra algo más atroz que ese calorcito femenino: –Me raptaste. Cualquiera no sería capaz de eso. Me amaste y me raptaste no preguntando por nada, me raptaste sin temer a mis padres... me gustan tus ojos atrevidos, valientes, felinos... Se acariciaban las manos, ella cada vez más acurrucada en Pepe, se le unía estrechamente, el joven ya no sabía dónde estaba: –¿Qué región es ésta?; –Ésta es mi región. Pepe quedó agarrado por la garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para desembarazarse de ella: –¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel se acurrucó con más cariño, calor y ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos. Y le acercó la facha. A Pepe le faltaron las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella con su facha había besado la suya.201.255.61.5 (discusión) 10:59 19 abr 2008 (UTC)[responder]