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Pensamiento[editar]

Para Seyyed Hossein Nasr, Frithjof Schuon es «a la vez metafísico, teólogo, filósofo tradicional y lógico», una «autoridad» en «religión comparada» y en «la ciencia del hombre y de la sociedad», «intérprete de las artes y civilizaciones tradicionales [...], guía espiritual y crítico del mundo moderno no sólo en sus aspectos prácticos, sino también en sus dimensiones filosóficas y científicas».[1]

En sus escritos, Schuon aborda principalmente los campos de «la metafísica esencial, por tanto universal, con sus ramificaciones cosmológicas y antropológicas; la espiritualidad en el sentido más amplio; la ética y la estética intrínsecas; los principios y los fenómenos tradicionales; las religiones y sus esoterismos; y el arte sagrado».[2]

Doctrina[editar]

Perennialismo[editar]

Los principios de lo que se convertiría en la Escuela tradicionalista o perennialista fueron formulados inicialmente en la década de 1920 por René Guénon y en la de 1930 por Frithjof Schuon. Los metafísicos y especialistas de arte Ananda Coomaraswamy y Titus Burckhardt fueron asimismo eminentes representantes de esta corriente intelectual.[3]​ Según el escritor perennialista William Stoddart, «la idea central de la filosofía perenne es que la Verdad divina es una, intemporal y universal, y que las diferentes religiones no son más que lenguajes diferentes que expresan esta única Verdad» y de ahí el título que Schuon dio a su primer libro en francés: De la unidad transcendente de las religiones.[4]​ Para Patrick Laude, un autor perennialista es «aquel que afirma la universalidad y la primordialidad de los principios metafísicos fundamentales, y la perennidad de la sabiduría que actualiza estos principios en el hombre, tal como los expresan todas las grandes revelaciones y las principales enseñanzas de los sabios y los santos a través de los tiempos».[5]

Según Harry Oldmeadow, esta verdad o sabiduría primordial «ha recibido numerosos nombres: Philosophia Perennis, Lex Aeterna, Hagia Sophia, Dīn al-Haqq, Akālika Dhamma, Sanātana Dharma, etc.».[6]​ Schuon señala que esta sabiduría primordial está claramente presente en Adi Shankara, Pitágoras, Platón, Plotino y otros representantes del esoterismo quintaesencial.[7]

En Tras las huellas de la religión perenne, Schuon distingue las tres nociones de filosofía (philosophia), sabiduría (sophia) y religión (religio) perennes para mostrar tanto su concordancia como sus particularidades :

El término de philosophia perennis, que apareció a partir del Renacimiento, y del que la neoescolástica ha hecho uso ampliamente, designa la ciencia de los principios ontológicos fundamentales y universales; ciencia inmutable como estos mismos principios, y primordial por el hecho mismo de su universalidad y su infalibilidad. Utilizaríamos de buen grado el término de sophia perennis para indicar que no se trata de «filosofía» en el sentido corriente y aproximado de la palabra —la cual sugiere simples construcciones mentales, surgidas de la ignorancia, la duda y las conjeturas, e incluso del gusto por la novedad y la originalidad— o, también, podríamos emplear el término de religio perennis, refiriéndonos entonces al lado operativo de esta sabiduría, o sea a su aspecto místico o iniciático.[8]

Para Laude, lo que caracteriza la enseñanza de Schuon no es tanto la noción de «unidad transcendente de las religiones» como una «reformulación de la Sophia perennis, o Religio perennis, entendida como la conjunción de una doctrina metafísica con una vía de realización espiritual».[9]

Metafísica[editar]

Schuon considera la «pura» metafísica como 1) «esencial», es decir, «independiente de toda formulación religiosa»; 2) «primordial», a saber como «la verdad que existía antes de todo formalismo dogmático»; y 3) «universal», en el sentido de que «engloba todo simbolismo intrínsecamente ortodoxo» y «puede por consiguiente combinarse con todo lenguaje religioso».[10]​ Para él, la metafísica pura puede resumirse mediante el siguiente enunciado vedántico: Brahma satyam jagan mithyā jīvo brahmaiva nāparah (Brahma (Brahman) es la Realidad; el mundo es la apariencia; el alma no es distinta a Brahma).[11]

La metafísica expuesta por Schuon se basa en la doctrina de lo que el Advaita Vedānta hindú designa con los términos de Ātmā (Ātman) y Māyā. Ātmā es el Sí, a la vez transcendente e inmanente. En correlación con Māyā, Ātmā designa lo Real, lo Absoluto, el Principio, el Supra-Ser, Brahma; y Māyā, lo ilusorio, lo relativo, la manifestación.[12]​ Schuon desarrolla este principio metafísico, particularmente en Forma y substancia en las religiones, basándose en la doctrina sufí de los grados de realidad, conocida con el nombre de «las cinco Presencias divinas»:[13]

  • El conjunto de los grados 1 y 2 corresponden a Dios, el Principio, lo Absoluto:

1. Ātmā: Supra-Ser, Divinidad impersonal, Principio supremo, Realidad absoluta, Esencia, nirguna Brahma.

  • Los grados 2 a 5 corresponden a Māyā:

2. Māyā in divinis (lo «Absoluto relativo», «Ātmā en cuanto que Māyā»): Ser, Dios personal, Principio creador, Espíritu increado, saguna Brahma, Īshvara.[nota 1]

  • Los grados 3 a 5 corresponden a la manifestación, al cosmos, a la creación:

3. Manifestación supraformal: Espíritu creado (Intelecto, Logos, Buddhi), paraíso, ángeles.

  • Los grados 4 y 5 corresponden a la manifestación formal:

4. Manifestación sutil o anímica: el mundo de los «espíritus» (jinns, sílfides, salamandras, gnomos, etc.).

5. Manifestación grosera o material: el mundo visible.

En el ser humano (el microcosmos), los cinco grados corresponden, en sentido inverso, al cuerpo y al alma sensorial y mortal (5); al alma suprasensorial e immortal (4); al espíritu (o intelecto) creado (3); al espíritu (o intelecto) increado (2); al Sí absoluto e infinito (1).[14][15]​ La presencia en el hombre —«creado a imagen de Dios»— de los tres grados superiores permite comprender la posibilidad de un conocimiento que transciende las limitaciones de la subjetividad y que permite pues «ver las cosas como son», es decir objetivamente: es la gnosis.[16]

Al igual que para Platón en la antigua Grecia, Adi Shankara en el hinduismo, el Maestro Eckhart y Gregorio Palamas en el cristianismo o Ibn Arabī en el islam –por no citar más que algunos ejemplos–, Schuon sostiene que el discernimiento esencial en metafísica es el que se establece entre lo Real y lo no-real (lo ilusorio), Ātmā y Māyā.[17]​ Lo Real o el Supra-Ser, que es absoluto e infinito, es la esencia de todo bien (el Sumo Bien);[18]​ como recuerda san Agustín, comunicarse está en la naturaleza del Bien (Agathón) y de ahí la proyeción de Māyā,[19]​ que es a la vez divina (Īshvara), celestial (Buddhi y Svarga) y «terrenal» —esta última incluye el ámbito de la transmigración (Samsāra)—.[20]​ Todo bien que ofrece el mundo viene de la irradiación del Sumo Bien y todo mal, de su alejamiento.[21]Māyā vela a Dios, lo Absoluto, y lo revela al mismo tiempo.[22]

Esoterismo[editar]

La mayoría de las religiones conllevan a la vez una dimensión exotérica y una esotérica.[23]​ Schuon califica el esoterismo religioso de "relativo" para diferenciarlo del esoterismo «absoluto»[24]​ o «quintaesencial»,[25]​ que no está ni limitado ni totalmente expresado por una forma religiosa o una escuela teológica particulares.[26]

Para Schuon, la metafísica integral —que parte de la distinción entre Ātmā y Māyā (lo Absoluto y lo relativo)—[26]​ es la substancia misma del puro esoterismo[27]​ y debe unirse con un método de realización[28][nota 2]​ pues, como subraya Patrick Laude :

La perspectiva esotérica no es reducible a una comprensión conceptual, puesto que es esencialmente una conformidad intelectiva y «existencial» con la Realidad, o una asimilación espiritual y moral de la naturaleza de las cosas. Como a menudo ha recordado Frithjof Schuon, conocer es ser. El esoterismo vivo es, en su cumbre, la sabiduría en la que ser y conocer coinciden.[29]

Hay pues continuidad entre el exoterismo y el esoterismo cuando este se manifiesta como la dimensión interior de aquel y adopta por consiguiente su «lenguaje», y hay discontinuidad cuando el esoterismo trasciende toda religión:[30]​ es la religio perennis, el esoterismo intemporal, esencial, primordial y universal.[31]​ Esta constituye «la unidad transcendente de las religiones» y se basa, por lo que respecta al método, en una de las revelaciones, a la vez que tiene por objeto la Verdad una, común a todas ellas.[32]

Sufismo[editar]

Para Schuon, el sufismo (tasawwuf en árabe) —«la médula del islam»— es esencialmente «la sinceridad de la fe»; «en el plano de la doctrina», esta sinceridad es fruto de una «visión intelectual» que saca de la idea de la unidad «las consecuencias más rigurosas; el resultado de ello es no sólo la idea del mundo-nada, sino también la de la Identidad suprema».[33]​ Laude subraya la distinción que Schuon establece entre un sufismo «quintaesencial», puramente esotérico, y un sufismo «medio» que, aunque tienda hacia el esoterismo, depende de la mentalidad exotérica y es propenso, por consiguiente, a «la intensificación de los actos piadosos, a la exteriorización emocional, al celo obedencial y a la acentuación excesiva de los escrúpulos formales y del temor de Dios».[34]​ Para Laude, «la definición schuoniana más precisa y sucinta» del sufismo quintaesencial —como de cualquier otra espiritualidad en su dimensión esencial— es «la díada doctrinal fundamental de Schuon, a saber, el discernimiento entre lo Absoluto y lo relativo, y el método correspondiente de concentración exclusiva en lo Absoluto».[35]

Schuon considera que «[t]odo el sufismo [...] puede resumirse en estas cuatro palabras: Haqq, Qalb, Dhikr, Faqr: "Verdad", "Corazón", "Recuerdo", "Pobreza"».[36]

  • al-haqq (la verdad, la realidad) «coincide con la Shahādah, el doble Testimonio»[36]​ («lā ilāha illā Llāh, Muhammadun rasūlu Llāh: no hay más dios que Dios, Muhammad es el enviado de Dios»),[37]​ que enuncia «la Verdad metafísica, cosmológica, mística y escatológica».[36]​ Resumiendo el pensamiento de Schuon, Laude señala que el primer testimonio significa teológica o exotéricamente que no hay más que un Dios y, metafísicamente, que Él es la única realidad.[38]​ Esta segunda acepción —la de los sufíes— significa para Schuon no solamente «que sólo Dios es real, contrariamente al mundo, el cual, siendo contingente, es ilusorio», sino también «que ninguna existencia puede situarse fuera de Dios; que todo lo que existe "no es distinto de Él", pues, de lo contrario, el mundo precisamente no existiría».[39]​ Este último sentido, añade Laude, se desprende también del segundo testimonio que, esotéricamente, enuncia la relación unitiva entre «lo condicionado y lo Incondicionado, lo relativo y lo Absoluto».[40]
  • al-qalb (el corazón) es «el centro existencial e intelectual» del ser humano,[41]​ la «sede de la presencia divina y por lo tanto de la certeza metafísica»[42]​ y también, más comúnmente, la sede de la fe.[43]​ «Él representa el intelecto en el doble aspecto del conocimiento y del amor»[44]​ y «desemboca, gracias al prodigio de la Inmanencia, en el "Sí" divino y en la infinitud a la vez extintiva y unitiva de lo cognoscible, luego de lo Real».[45]​ Así, la verdad (al-haqq) «debe ser aceptada, no solamente con el pensamiento, sino con el Corazón, luego con todo lo que somos».[36]
  • al-dhikr (el recuerdo, la mención, la invocación), para Schuon, es «la actualización permanente, por medio de la palabra sacramental, de [la] fe o de [la] gnosis» que reside en el corazón.[36]​ Pese a que la palabra dhikr abarca toda práctica dirigida hacia Dios, Harry Oldmeadow subraya que Schuon, cuando se trata de sufismo, utiliza siempre este término en su acepción más elevada: la invocación del nombre «Allāh».[46]​ Laude sostiene que Schuon, siguiendo la tradición sufí, considera este rito —sometido a autorización[47]​— «como la práctica central del tasawwuf».[48]​ A la pregunta: «¿por qué invocar?», Schuon contesta: «la respuesta más profunda sería sin duda: "porque existo", porque la Existencia es en cierta manera la Palabra de Dios, mediante la cual se nombra a Sí mismo. Dios pronuncia su Nombre para manifestarse —para "crear"— en la dirección de la "nada", y el ser relativo pronuncia este Nombre para "ser", es decir, para "volver a ser lo que él es", en la dirección a la Realidad.»[49]​ «El Nombre supremo», cualquiera que sea la vía espiritual practicada, «es a la vez Verdad metafísica y Presencia salvadora».[50]
  • al-faqr (la pobreza espiritual) es «la simplicidad y la pureza del alma, las cuales hacen posible» la actualización de la fe o de la gnosis, «confiriéndole la sinceridad sin la cual no hay acto válido».[36]​ Comentando la obra schuoniana, Laude define al-faqr como «la humildad en cuanto ausencia de todo egocentrismo y en cuanto vacío por Dios».[51]​ Schuon ve en esta actitud de «santa pobreza» o de «anulación de sí», «la virtud espiritual por excelencia», actitud que implica «el desapego, la sobriedad, la paciencia, [...] el contento», «la resignación a la Voluntad de Dios y la confianza en su Misericordia», y que es «como una anticipación de la extinción en Dios».[52]

Método[editar]

Vía espiritual[editar]

Según Ali Lakhani, director de la revista Sacred Web, para Schuon, el sentido de la vida no es más que la búsqueda de Dios o de la Verdad que reside en todo ser humano.[53]​ Schuon afirma que el hombre es «un puente entre la Tierra y el Cielo»[54]​ y que «la noción de lo Absoluto y el amor de Dios constituyen la esencia misma de la subjetividad humana —esta subjetividad que es una prueba tanto de nuestra inmortalidad como de Dios, y que es propiamente una teofanía—».[55][nota 3]

Schuon recuerda que la vida espiritual comprende tres vías fundamentales, que corresponden a otros tantos temperamentos humanos: 1) la vía de la acción, de las obras, del ascetismo y del temor (el karma-mārga o karma-yoga del hinduismo); 2) la vía del amor, de la devoción (bhakti-mārga); y 3) la vía de la gnosis, de la contemplación unitiva (jñāna-mārga); en el sufismo: makhāfah, mahabbah, ma`rifah. Las dos primeras son dualistas y exotéricas[nota 4]​, y se basan en la revelación, mientras que la vía del conocimiento es monista y esotérica, y se basa en la intelección[56]​ apoyada por la revelación.[57]​ Al igual que la vía del amor no puede prescindir de la acción y del temor reverencial, de igual manera la vía esotérica o metafísica no puede excluir los otros dos modos.[56]

Según Schuon, la vía esotérica –la del conocimiento o de la gnosis– se encuentra en el corazón de todas las grandes religiones. Consiste esencialmente en: 1) el discernimiento entre lo Real y lo ilusorio, Ātmā y Māyā, Nirvāna y Samsāra, lo Absoluto y lo relativo, o Dios y el mundo; 2) la concentración en lo Real, y 3) la moralidad intrínseca, la virtud.[58][59]​ Este discernimiento sería puramente teórico sin la concentración en lo Real por los ritos y la oración,[60][61][62]​ es decir sin un vínculo efectivo con Dios, el «Sumo Bien»,[60]​ basado en una piedad auténtica y un desapego suficiente del mundo y del ego.[63]​ Schuon subraya que esta vía hacia Dios «implica siempre una inversión: de la exterioridad hay que pasar a la interioridad, de la multiplicidad a la unidad, de la dispersión a la concentración, del egoísmo al desapego, de la pasión a la serenidad».[64]

Schuon considera que el método de toda vía espiritual se basa en los ritos exotéricos y esotéricos de la religión practicada y de ninguna otra.[65][nota 5]​ La oración es su elemento central pues sin ella el corazón no puede asimilar o realizar —con la ayuda de la gracia divina— lo que la mente ha podido captar.[66]​ Schuon recuerda los tres modos de oración: la oración personal en la que el orante se abre de modo espontáneo e informal a Dios; la oración canónica, impersonal, prescrita por su tradición; y la oración invocatoria u oración del corazón (japa, dhikr)[67]​ que «es ya una muerte y un encuentro con Dios y nos sitúa ya en la Eternidad; es ya algo del Paraíso e incluso, en su misteriosa e "increada" quintaesencia, algo de Dios».[68]​ Esta forma de oración es la invocación de un nombre divino, de una fórmula sagrada, de un mantra;[nota 6] concilia la trascendencia y la inmanencia de la verdad [69]​ pues si, por una parte, esta supera infinitamente lo humano,[70]​ el gnóstico sabe, escribe Schuon, que está igualmente «inscrita en la propia substancia de su espíritu».[71]​ Dios es a la vez lo más alto y lo más profundo [72]​ y el conocimiento que un ser «realizado» puede tener de Él es, en realidad, el conocimiento que Dios tiene de sí mismo a través de este ser.[73]

Virtudes[editar]

Schuon insiste en sus escritos sobre el hecho de que las dos exigencias que son la doctrina y el método serían inoperantes sin un tercer elemento, la virtud[74]​, pues la vida espiritual tiene que integrar necesariamente las tres facultades humanas: la inteligencia (doctrina, verdad, discernimiento), la voluntad (método, oración, concentración) y el alma (carácter, virtud, conformidad moral).[75]​ Para él, la virtud es, en efecto, «la forma inicial de la unión espiritual; sin ella, nuesto conocimiento y nuestra voluntad no nos sirven para nada».[76]​ Tener una virtud, según Schuon, «es, antes que nada, no tener el defecto que le es contrario, pues Dios nos ha creado virtuosos, nos ha creado a su imagen, los defectos están sobreañadidos». Pero en realidad, precisa, no somos nosotros «quienes poseemos la virtud, la virtud es quien nos posee»; es «como una reverberación del Sumo Bien, en la que participamos mediante nuestra naturaleza o por nuestra voluntad, fácil o difícilmente, pero siempre por la gracia de Aquel que es».[77]

La humildad, la caridad y la veracidad, es decir, la anulación del ego, el don de sí y la adhesión a la verdad son, para Schuon, virtudes esenciales, que corresponden asimismo a las tres etapas de la vía espiritual: purificación, plenitud y unión.[78]​ El sentido de nuestra pequeñez, el sentido de lo sagrado y la piedad son condiciones indispensables para que florezcan las virtudes.[79]​ Resumiendo al autor, James Cutsinger señala que la virtud perfecta coincide con las verdades metafísicas y que realiza estas verdades existencialmente.[80]​ Dicho de otro modo, como subraya Schuon, «se necesita la verdad para la perfección de la virtud, como se necesita la virtud para la perfección de la verdad».[81]

Belleza[editar]

Aunque Schuon considera que las bases de toda vía espiritual son la verdad, la oración y la virtud,[nota 7]​ insiste también en la importancia de un cuarto elemento: la belleza.[82]​ Para él, la interiorización de la belleza presupone la nobleza de carácter y al mismo tiempo la produce.[83]​ Su función «es actualizar en la criatura inteligente y sensible el recuerdo de las esencias y abrir así la vía hacia la Noche luminosa de la Esencia una e infinita».[84]

A la consciencia de la belleza divina debe corresponder no solo la belleza interior, es decir las virtudes, sino también el sentido de la belleza exterior, ya sea en la contemplación de la naturaleza[85]​ o en la sensibilidad artística,[86]​ sin olvidar el papel interiorizante, en el propio hogar, de un ambiente tradicional hecho de belleza y serenidad, y ajeno a los caprichos de la modernidad.[87]​ «La belleza, cualquiera que pueda ser el uso que el hombre haga de ella, pertenece fundamentalmente a su Creador, que mediante ella proyecta en la apariencia algo de su ser.»[84]​ Para Schuon, estas consideraciones encuentran su fuente y justificación en la naturaleza teomórfica del ser humano,[88]​ que es inmutable y no evolutiva, contrariamente a lo que defiende la ciencia moderna.[89]

Proyecciones (Josep M.: ¿algo mejor? En francés: "Développements")[editar]

Crítica del modernismo[editar]

Resumiendo el pensamiento de Schuon, Seyyed Hossein Nasr recuerda que es en Europa, en el Renacimiento, donde se inicia la visión «modernista» o reductora de la condición humana y del universo, antes de afectar, unos siglos después, a los demás continentes.[90]​ Al reducir cada vez más al hombre a sus aspectos racional y animal en detrimento de su dimensión espiritual y del fin de su vida terrenal,[90]​ el modernismo influye tanto en la filosofía como en la religión, la ciencia o el arte.[91]​ Sus principales características son, según Schuon, el racionalismo, que niega la posibilidad de un conocimiento objetivo de lo supraracional, el materialismo, según el cual solo la materia da un sentido a la vida, el psicologismo, que reduce lo espiritual y lo intelectual a lo psíquico,[92]​ el escepticismo, el relativismo, el existencialismo, el individualismo, el progresismo, el evolucionismo, el cientificismo, el empirismo, sin olvidar el agnosticismo y el ateísmo.[93][94]

Pese a la envergadura de sus descubrimientos en el plano físico, Schuon reprocha a la ciencia moderna el ser «a la vez un racionalismo totalitario que elimina tanto la Revelación como el Intelecto, y un materialismo totalitario que ignora la relatividad metafísica —y por consiguiente la impermanencia— de la materia y del mundo; ignora que lo suprasensible —que está más allá del espacio y del tiempo— es el principio concreto del mundo y que, en consecuencia, también está en el origen de esta coagulación contingente y cambiante que llamamos "materia"».[95]​ Así, también según Schuon, la contradicción del cientificismo, es «querer dar cuenta de lo real sin el concurso de esa ciencia inicial que es la metafísica, luego ignorar que sólo la ciencia del Absoluto da sentido y disciplina a la ciencia de lo relativo».[96]​ Esta concepción de un universo que ignora tanto el principio de «la emanación creadora» como el de la «jerarquía de los mundos invisibles» ha engendrado al «hijo más típico del espíritu moderno», la teoría de la evolución de las especies, con su corolario: la ilusión de un progreso cualitativo de la humanidad.[97][nota 8]

La crítica de Schuon se extiende también a la filosofía –«el amor a la sabiduría»– que, originalmente, era el hecho de «pensar en función del Intelecto inmanente y no con la simple razón».[98]​ La filosofía es «la ciencia de todos los principios fundamentales». Opera con la intuición intelectual —la intelección— «que "percibe", y no con la sola razón, que "concluye"», y de ahí el abismo que separa la certeza del sabio de la opinión del filósofo moderno.[99][nota 9]

Para Schuon, en definitiva, solo hay dos posibilidades: «civilización integral y espiritual, que implica abusos y supersticiones, y civilización fragmentaria, materialista y progresista, que implica —muy provisionalmente— ciertas ventajas terrenales, pero que excluye lo que constituye la razón suficiente y el fin último de toda existencia humana».[100]

Arte sagrado[editar]

En una perspectiva análoga a la de Ananda Coomaraswamy y de Titus Burckhardt,[101]​ Frithjof Schuon recuerda que «el arte sagrado es en primer lugar la forma visible y audible de la Revelación, y después su revestimiento litúrgico indispensable».[102]​ Este arte comunica «verdades espirituales, por una parte, y una presencia celestial, por otra».[103]​ James Cutsinger subraya que, para Schuon, un arte es sagrado «no por la intención personal del artista, sino por el contenido, el simbolismo y el estilo, luego por elementos objetivos», que deben respetar las reglas canónicas propias de la religión del artista.[104][105]​ Este, según Martyn Amugen que cita a Schuon, debe estar «santificado o en estado de gracia» pues el lenguaje de lo sagrado «no puede emanar del simple gusto profano, ni siquiera del genio, sino que debe proceder esencialmente de la tradición»,[106]​ que «no puede ser remplazada, y todavía mucho menos superada, por los recursos de lo humano».[107]​ Así, los pintores de iconos, por ejemplo, «eran monjes que antes de ponerse al trabajo se preparaban mediante el ayuno, la oración, la confesión y la comunión»[108][109][nota 10]​ a fin de dominar los dos escollos que acechan a todo artista: «un virtuosismo que se ejerce hacia el exterior y hacia la superficialidad, y un convencionalismo sin inteligencia y sin alma».[110]

Haciéndose eco del pensamiento schuoniano, Cutsinger señala que las diferentes formas de arte sagrado tienen como objeto la «transmisión de intuiciones intelectuales», que confieren así «una ayuda directa a la espiritualidad», y observa que este arte comunica a la vez «verdades metafísicas, valores arquetípicos, hechos históricos, estados espirituales y actitudes psicológicas».[111]

Al evocar la transición de la Edad Media —con el arte bizantino, románico y gótico primitivo—[112]​ al Renacimiento, Schuon observa que «el Arte cristiano, que era un arte sagrado, simbólico, espiritual» cedió ante la llegada del arte neoantiguo, de carácter naturalista y sentimental, que no respondía «más que a las aspiraciones psíquicas colectivas».[113][114][nota 11]​ Habiendo roto con la tradición, escribe Amugen refiriéndose a Schuon, el arte se hizo «humano, individual, es decir, arbitrario [...], signos infalibles de una decadencia»,[115]​ y toda voluntad de restaurar su carácter sagrado debe pasar necesariamente por el abandono del relativismo individualista para remontarse a las fuentes, que se sitúan en lo intemporal y lo inmutable.[116][117]

Desnudez sagrada[editar]

Autor de un estudio sobre la deiformidad del ser humano en la obra schuoniana, Timothy Scott señala esta idea inicial de Schuon: «La distinción entre lo Absoluto y lo Infinito enuncia los dos aspectos fundamentales de la Realidad, el de la esencialidad y el de la potencialidad; esa es la prefiguración principial más alta del polo masculino y el polo femenino».[118]​ Schuon ve en el cuerpo humano un «mensaje de verticalidad ascendente y unitiva [...]; en modo riguroso, trascendente, objetivo, abstracto, racional y matemático» en el varón, «y en modo dulce, inmanente, concreto, emocional y musical» en la mujer.[119]​ La belleza de la mujer, subraya Patrick Laude, «desempeña un papel preponderante en la alquimia espiritual que emana de la obra y de la personalidad espiritual de Schuon»; este papel concuerda con las «más elevadas expresiones del sufismo gnóstico», como dan fe de ello «Ibn Arabī y Rūzbehān entre muchos otros».[120]

Resumiendo el pensamiento de Schuon, Scott recuerda que la desnudez representa la norma —el hombre primordial estaba desnudo al igual que lo están los pueblos primitivos—[121]​ y que «simboliza el esoterismo quitaesencial […], la Verdad no velada»,[122]​ mientras que el vestido ordinario representa el exoterismo.[121]​ En su biografía de Schuon, luego de poner de relieve las convergencias de puntos de vista que unen a Schuon, Rūzbehān, Omar Khayyam y Henry Corbin sobre el alcance espiritual de la desnudez, Jean-Baptiste Aymard cita este extracto de una carta de Schuon: «Dada la degeneración espiritual de la humanidad, el más alto grado posible de belleza, el cual pertenece al cuerpo humano, no puede desempeñar un papel en la piedad ordinaria; pero esta teofanía puede ser un soporte en la espiritualidad esotérica, como muestra el arte sagrado de los hindúes y de los budistas. La desnudez significa la interioridad, la esencialidad, la primordialidad y por consiguiente la universalidad [...]; el cuerpo es la forma de la esencia y así la esencia de la forma».[123]

En una entrevista publicada en 1996 por la revista estadounidense The Quest: Philosophy, Science, Religion, The Arts, Schuon expone el carácter sagrado de la desnudez:

De manera totalmente general, la desnudez expresa y actualiza virtualmente un retorno a la esencia, al origen, al arquetipo, luego al estado celestial. "Y por eso, desnuda, danzo", como decía, después de haber descubierto el divino Sí en su corazón, la gran santa cachemir Lallā Yogishvarī. Ciertamente hay en la desnudez una ambigüedad de facto debida a la naturaleza pasional de la humanidad; pero hay también el don de la contemplación que puede neutralizarla, como ocurre precisamente en la «desnudez sagrada». Así, no solo está la seducción de las apariencias sino también la transparencia metafísica de los fenómenos, que permite percibir la esencia arquetípica a través de la experiencia sensorial. El santo obispo Nonnos, cuando vio a santa Pelagia entrar desnuda en la pila bautismal, dio gracias a Dios por no haber puesto en la belleza humana solo una ocasión de caída sino también una ocasión de elevación hacia Dios.[124]

En un pasaje publicado de sus Mémoires, inéditas en gran parte, Schuon observa «lo despreciable que es el culto neopagano y ateo del cuerpo y de la desnudez. Lo que en la naturaleza es noble en sí, solo es bueno para nosotros en su función de soporte de lo sobrenatural; cultivado fuera de Dios, pierde fácilmente su nobleza y se convierte en una humillante sandez, como justamente dan prueba de ello la estupidez y la fealdad del nudismo mundano».[125]

Obras[editar]

Editor: José. J. de Olañeta, Palma de Mallorca, España.

Ensayos[editar]

En orden cronológico de la edición original francesa.

Poesías[editar]

  • El camino hacia el corazón. 
  • Adastra & Stella Maris. 2007. ISBN 978-84-9716-430-6. 
  • Hojas de otoño & El anillo. 
  • Cantos sin nombre I a XII. 
  • La rueda cósmica I a VII. 

Compilaciones de escritos de F. Schuon[editar]

No traducidas

  • Béguelin, Thierry (2016). La conscience de l'Absolu : aphorismes et enseignements spirituels. Lagorce, Francia: Hozhoni. ISBN 978-2-37241-020-5. 
  • Casey, Patrick (2012). Echoes of Perennial Wisdom. Bloomington/IN, EE. UU.: World Wisdom. ISBN 978-1-936597-00-0. 
  • Chetan, Ghislain (2015). De tout cœur et en l'esprit : choix de lettres d'un maître spirituel. París, Francia: L'Harmattan. ISBN 978-2-34307-753-6. 
  • Chetan, Ghislain (2018). Par "l'amour qui meut le soleil et les autres étoiles" : méditations et notes de voyage. Lagorce, Francia: Hozhoni. ISBN 978-2-37241-054-0. 
  • Cutsinger, James S. (2004). The Fullness of God: Frithjof Schuon on Christianity. Bloomington/IN, EE. UU.: World Wisdom. ISBN 978-0-941532-58-7. 
  • Cutsinger, James S. (2005). Prayer fashions Man. Bloomington/IN, EE. UU.: World Wisdom. ISBN 0-941532-65-8. 
  • Cutsinger, James S. (2013). Splendor of the True: a Frithjof Schuon Reader. Albany/NY, EE. UU.: State University of New York Press. ISBN 978-1-4384-4610-3. 
  • Nasr, Seyyed Hossein (2005). The Essential Frithjof Schuon. Bloomington/IN, EE. UU.: World Wisdom. ISBN 0-941532-92-5. 

Bibliografía[editar]

Monografías[editar]

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Artículos en monografías[editar]

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  • Biès, Jean (2004). «Frithjof Schuon y la primordialidad hindú». Frithjof Schuon (1907-1908): notas biográficas, estudios, homenajes. Palma de Mallorca, España: José J. de Olañeta Editor. pp. 255-280. ISBN 84-9716-350-8. 
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  • Lindbom, Tage (2004). «Frithjof Schuon y nuestro tiempo». Frithjof Schuon (1907-1908): notas biográficas, estudios, homenajes. Palma de Mallorca, España: José J. de Olañeta Editor. pp. 125-134. ISBN 84-9716-350-8. 
  • Lings, Martin (2004). «Una mirada autobiográfica». Frithjof Schuon (1907-1908): notas biográficas, estudios, homenajes. Palma de Mallorca, España: José J. de Olañeta Editor. pp. 317-323. ISBN 84-9716-350-8. 
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  • Yellowtail, Thomas (2004). «Homenaje de un amigo indio». Frithjof Schuon (1907-1908): notas biográficas, estudios, homenajes. Palma de Mallorca, España: José J. de Olañeta Editor. pp. 355-356. ISBN 84-9716-350-8. 

Artículos en revistas[editar]

Notas[editar]

  1. Schuon recuerda que la distinción «Supra-Ser/Ser» (los grados 1 y 2) solo se aplica en metafísica y nunca en la relación del hombre, como ser contingente, con Dios. W. Stoddart, «Lossky’s Palamitism in the Light of Schuon», Sacred Web, vol. 6, 2000, p. 23.
  2. «El esoterismo en sí es la metafísica a secas, a la que necesariamente se une un método de realización apropiado; el esoterismo de determinada religión —de determinado exoterismo, precisamente— se adapta por el contrario a esa religión y entra con ello en rodeos teológicos, psicológicos y legalistas ajenos a su naturaleza, aunque conservando en su centro secreto su carácter auténtico y pleno, sin lo cual no sería lo que es.» F. Schuon, Resumen de metafísica integral, José J. de Olañeta Editor, 2000, p. 65.
  3. «Algunos nos señalarán sin duda que el budismo prueba que la noción de Dios no tiene nada de fundamental, y que es perfectamente posible prescindir de ella en metafísica y en espiritualidad; tendrían razón si los budistas no tuviesen la idea de Absoluto ni la de transcendencia, o la de la Justicia inmanente con su complemento de Misericordia; es todo cuanto hace falta para mostrar que el budismo, si no tiene el término —o si no tiene nuestro término—, sí tiene la cosa.» «La "Extinción" o el "Vacío" es "Dios" subjetivado; "Dios" es el "Vacío" objetivo.» F. Schuon, Lógica y transcendencia, José J. de Olañeta Editor, 2000, p. 69. + Imágenes del espíritu, José J. de Olañeta Editor, 2001, p. 63.
  4. Más precisamente, la segunda «se extiende desde el exoterismo hasta el esoterismo». F. Schuon, Aproximaciones al fenómeno religioso, José J. de Olañeta Editor, 2000, p. 139.
  5. En palabras de Schuon, «[e]s cierto que la verdad metafísica va por definición más allá de todas las formas, y por consiguiente de todas las religiones; pero el hombre es una forma, y sólo puede alcanzar lo aformal en la forma; si no, las religiones no existirían.» Th. Béguelin, Cartas de un maestro espiritual, José J. de Olañeta Editor, 2015, p. 289.
  6. En palabras de Schuon, «[l]as tradiciones más diversas concuerdan en esto: que el mejor soporte para la concentración y el mejor medio para obtener la Liberación es, hacia el fin del kali-yuga, la invocación de un Nombre divino revelado.» «El fundamento de este misterio es, por una parte, que "Dios y su Nombre son idénticos" (Rāmakrishna) y, por otra parte, que Dios mismo pronuncia su Nombre en Sí mismo, luego en la eternidad y fuera de toda creación, de modo que su palabra única e increada es el prototipo de la oración jaculatoria e incluso, en un sentido menos directo, de toda oración.» Th. Béguelin, Cartas de un maestro espiritual, José J. de Olañeta Editor, 2015, p. 206 + F. Schuon, Las estaciones de la sabiduría, Joé J. de Olañeta Editor, 2001, p. 137.
  7. «El esoterismo, con sus tres dimensiones de discernimiento metafísico, concentración mística y conformidad moral, implica en última instancia las únicas cosas que el Cielo exige de forma absoluta, pues todas las demás exigencias son relativas y por tanto más o menos condicionales.» F. Schuon, Aproximaciones al fenómeno religioso, José J. de Olañeta Editor, 2000, p. 38.
  8. «El origen de la criatura no es una substancia del tipo de la materia, sino un arquetipo perfecto e inmaterial: perfecto, y por consiguiente sin ninguna necesidad de evolución transformativa; inmaterial, y por consiguiente originado en el Espíritu y no en la materia. Ciertamente, hay trayectoria; pero ésta va, no desde una substancia inerte e inconsciente, sino desde el Espíritu —matriz de todas las posibilidades— hasta el resultado terreno: la criatura, resultado surgido de lo invisible en un momento cíclico en que el mundo físico estaba todavía mucho menos separado del mundo psíquico que en los periodos más tardíos y más "endurecedores".» F. Schuon, De lo divino a lo humano, José J. de Olañeta Editor, 2000, p. 23.
  9. «Vivimos en un mundo de bastidores donde se ha hecho casi imposible tomar contacto con las realidades primordiales de las cosas; a cada paso se interponen los prejuicios y los reflejos que un deslizamiento irreversible trae consigo; es como si antes del Renacimiento o antes de los Enciclopedistas el hombre no hubiese sido enteramente hombre o como si para ser hombre hubiese sido necesario haber pasado por Descartes, Voltaire, Rousseau, Kant, Marx, Darwin y Freud, sin olvidar —a última hora— al fatal Teilhard de Chardin.» F. Schuon, Miradas a los mundos antiguos, José J. de Olañeta Editor, 2004, pp. 144-145.
  10. «[...] sucedía incluso que se mezclaban los colores con agua bendita y polvo de reliquias, lo que no hubiese sido posible si el icono no hubiese tenido un carácter realmente sacramental.» F. Schuon, De la unidad transcendente de las religiones, José J. de Olañeta Editor, 2004, p. 103.
  11. «Por eso es lo más contrario que pueda haber a la contemplación intelectual y sólo tiene en cuenta el sentimentalismo; además, el sentimentalismo se degrada a medida que responde a las necesidades del vulgo, para acabar en una vulgaridad empalagosa y patética. Es curioso observar que nunca nadie parece haberse dado cuenta de cuánto esta barbarie de las formas, que alcanzó cierta cumbre de fanfarronada huera y miserable con el estilo Luis XV, contribuyó — y todavía contribuye— a alejar de la Iglesia a muchas almas, y no de las menores, las cuales se encuentran verdaderamente sofocadas por un decorado que no permite ya a su inteligencia respirar.» F. Schuon, De la unidad transcendente de las religiones, José J. de Olañeta Editor, 2004, p. 89.

Referencias[editar]

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