Ir al contenido

Usuario:Nortekman/Taller

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Lúdico tradiciones jaripeo

Jarocho de Tierra Caliente (1838)

Jarocho era, originalmente, el hombre de á caballo del campo de Veracruz, que trabajaba en las haciendas de dicho estado, principalmente aquel dedicado al oficio de vaquero y a todo lo relacionado con la ganadería de vacunos.[1][2]Jarocho era para Veracruz y su “Tierra-Caliente” lo que Ranchero o Charro era para la Mesa Central e interior del país. Sinónimo de vaquero, jinete y hombre del campo.[3]

Existen también varios registros donde el término aparece pero sin la relación explicita con Veracruz o los habitantes de la costa veracruzana, como un gentilicio genérico para todos los habitantes del campo sin importar procedencia, hecho que lo haría un sinónimo de Ranchero o Charro.[4]​ El término también se usaba como sinónimo de mulato y negro.[5]

Hoy en día el término ya perdió su significado original pues ya no está relacionado a la vaquería, jinetes, ganadería o gente del campo. Actualmente “Jarocho” es usado como un gentilicio coloquial para todos los habitantes del estado de Veracruz sin importar su ocupación, así como un apelativo para todo lo relacionado con dicho estado. Pero restringiendo más la acepción de la palabra, se aplica especialmente para los habitantes de la región del Sotavento de Veracruz,[6]​ y que incluye los municipios de Puente Nacional, Úrsulo Galván, Paso de Ovejas, La Antigua, Soledad de Doblado, Manlio Fabio Altamirano, Veracruz, Cotaxtla, Jamapa, Medellín, Boca del Río y Tlalixcoyan.

Etimología[editar]

Jarochos de Veracruz (1885).

El escritor francés, Lucien Biart, quien vivió en México (1846 a 1867), relató en 1862 que era la gente del Altiplano, quienes apodaban así a los vaqueros y ganaderos veracruzanos por usar garrochas, que los mismos Jarochos llamaban “jarochas”, para el manejo del ganado vacuno:[7]

“Nous rassemblons plus d'un millier de têtes, puis nous cherchons à franchir la savane avec cet immense troupeau pour gagner les premières pentes des montagnes. […] Les conducteurs, dans ces expéditions, sont armés de longues lances nommées jarochas; de là le nom familier de Jarochos qu'on leur donne dans les hautes terres, et que la plupart de mes compatriotes ignorent“ (Reunimos más de mil cabezas, luego intentamos cruzar la sabana con este inmenso rebaño para alcanzar las primeras laderas de las montañas. […] Los lideres en estas expediciones, van armados con largas lanzas llamadas jarochas; de ahí el nombre familiar de Jarochos que les dan en el Altiplano, y que la mayoría de mis compatriotas desconocen).

El académico José Miguel Macías propuso en 1885 que jarocho proviene del término arábigo jara, en el sentido de saeta, flecha o lanza, especie de garrocha larga con aguijón en forma de flecha.[8]​ Los Jarochos, a diferencia de los Charros del interior del país, usaban principalmente una garrocha para el manejo del ganado vacuno, similar a los andaluces. Es probable, según esta teoría, que al usar dicha “jara” o “jarocha”, los vaqueros veracruzanos fueron apodados, de manera despectiva, “Jarochos”,[9]​ como bien lo menciona Biart.

Por el contrario, el mismo Macías propuso otra teoría que sugería que dicho término podría provenir de jaro o color, haciendo referencia a la raza negra, ya que originalmente se aplicaba solo a los negros, mulatos, zambos o lobos, y como despectivo se le agregó el sufijo -cho.[10]​ La mayoría de la población jarocha estaba conformada por personas de afro-descendencia.

Uso del Vocablo[editar]

Al menos desde el siglo XVIII, el término jarocho ha estado asociado de una forma u otra con la gente del campo. Los casos más antiguos de la palabra que se han podido encontrar, muestran que jarocho era usado como un nombre o gentilicio para la gente del campo, sin importar procedencia geográfica. Dando a entender que era sinónimo de ranchero, charro, o payo.

El registro más antiguo que los académicos han podido encontrar donde la palabra esté específicamente relacionada a Veracruz fue en dos documentos, unas cartas escritas y fechadas el 13 de febrero de 1822, por el gobernador Manuel Rincón al emperador Agustín de Iturbide. En ellas menciona a Mariano Cenobio y Crisanto Castro, capitanes de un ejército de jarochos, para capturar a Guadalupe Victoria, ya que eran amigos de el.[11]

Historia[editar]

Lancero de Veracruz (1767)

El origen de los Jarochos se remonta al siglo XVI con la introducción de la ganadería de vacunos a Veracruz. Desde sus comienzos, la ganadería en la región tuvo un éxito extraordinario con una rápida multiplicación del ganado, y se estima que hacia el año de 1630, solo en la región del Sotavento, el ganado vacuno se había quintuplicado desde medio millón en 1570 a dos millones y medio de cabezas.[12]​ Es ahí en donde hombres, principalmente de raza negra, mulatos y zambos, daban sus servicios en las estancias ganaderas trabajando principalmente de vaqueros y mayorales. Estos mismos vaqueros conformaban también las milicias de lanceros que protegían el puerto y la región.[13][14]​ Como milicianos, se armaban con las mismas garrochas o lanzas que usaban para el manejo del ganado.[15]

Hacia el siglo siglo XIX, una vez consumada la Independencia de México, el término Jarocho quedó bien establecido como un gentilicio para los hombres de a caballo de Veracruz, específicamente para aquellos dedicados al oficio de vaquero y a todo lo relacionado con la ganadería de vacunos en las haciendas de aquel estado.

Los Jarochos verdaderos no se dedicaban a la agricultura ni a ninguna otra labor campestre que no fuera la ganadería, pues, de acuerdo al escritor Angel Vélez, estos consideraban dichas labores como monótonas y muy “trabajosas”.[16]

Niceto de Zamacois, historiador y periodista español radicado en México, refirió que los Jarochos eran para Veracruz lo que los Rancheros eran para el interior del país:[17]

“En las provincias del interior de Méjico, en los territorios fríos y templados, se les da á los hombres del campo que desempeñan sus ocupaciones á caballo, el nombre de "Rancheros", derivado de la voz “Rancho” que se aplica a una hacienda corta de campo, o a una parte de una grande que esta dividida en racherías o ranchos. A los que desempeñan los mismos quehaceres en las haciedas de Veracruz se les da el nombre de "Jarochos".”

Así, pues, los Jarochos eran muy distintos de los Charros, no solo en sus costumbres sino también en sus técnicas para el manejo del ganado como también en su atuendo.

Los Jarochos no usaban botas vaqueras como los Charros del interior, montando a caballo típicamente descalzos, metiendo solo el dedo gordo en el estribo, e inclinando el cuerpo hacia un lado descansando un muslo en la silla no a horcajadas. Tampoco usaban la típica montura vaquera mexicana que usaban los Charros, sino una montura pesada, tosca, con corazas largas, sin tapaderas en los estribos, y recargada de adornos. La montura tampoco tenía cabeza, pues, como ya se había mencionado, estos no usaban un lazo como herramienta principal, sino una garrocha para el manejo del ganado. Su herramienta secundaria era un lazo, el cual, a diferencia de la reata de los Charros, se llamaba peal e iba atado a la cola del caballo, y estaba hecho de cuero crudo torcido, no trenzado, secado al sol y suavizado con sebo; y a diferencia de los Charros del interior, los Jarochos no lo manejaban con destreza y ligereza.[18]

Otra peculiaridad era el uso del machete, su arma predilecta e indispensable, el cual cargaba siempre en una vaina ajustada a su cintura, nunca en su caballo como lo hacía el Charro. Los Jarochos eran conocidos por su agilidad en el manejo del machete, especialmente en esquivar los golpes. Ángel Vélez, escritor veracruzano del siglo xix, comentaba que el machete era una herramienta y arma indispensable para los Jarochos, y que para ellos el andar sin su machete era peor que andar desnudos.[19]

Gabriel Ferry, escritor y explorador francés que vivió durante diez años en México, relató que para el Jarocho cualquier comentario, por más insignificante que fuera, era suficiente para provocarlo a una pelea:[20]

“Es su amor a la independencia lo que les hace preferir la vida errante del Vaquero y del cazador de caballos, y el machete desempeña un papel importante en todas sus dificultades. El Jarocho preferiría querer la parte más indispensable de su vestido antes que verse privado de la cuchilla larga, afilada y reluciente que lleva en el cinturón. Este sable está generalmente más en la mano del Jarocho que en su cintura. Un pequeño punto de honor, o el comentario más inútil han sido a menudo el medio para provocar las peleas más sangrientas y prolongadas.”

José María Esteva publicó en 1843 un poema titulado —El Jarocho— que comieza:[21]

Ya pasado Malibran

Camino de Medellin,
Del Espartal al confin,
Cabalga en manco alazan
Compadre Chico Crispin

Natural del Novillero,
Tres mancos allí tenia;
Seis reses en el potrero:
Cerca de la Nevería
Hace oficio de vaquero.

Calzón de pana ajustado
Hasta media pantorrilla,
Con medios lleva abrochado;
Sombrero de medio lado,

Con espejos su toquilla.

Traje Típico[editar]

Jarocho de las cercanías de Veracruz (1844)

El traje típico histórico de los Jarochos era muy distinto al de los Charros del interior, y muy distinto del traje Jarocho de hoy. El traje consistía en un sombrero ancho de palma con copa baja y con el ala alzada por detrás. Una camisa blanca de lino con adornos de batista. Unas calzoneras cortas que solo cubrían hasta la rodilla, y abiertas de los lados con botonadura. No usaban botas vaqueras, andando, por lo regular, descalzos, ni tampoco acostumbraban usar espuelas. Solo en tiempos festivos llegaban a usar botines de ala.

Gabriel Ferry refirió que el traje Jarocho por excelencia consistía en:[22]

“Llevaba en toda su pureza el traje peculiar de esta clase de hombres: sombrero de paja de ala ancha levantada hacia atrás, camisa de lino fino con volantes de batista, sin chaleco encima, pantalones de terciopelo azules de algodón, abiertos a la altura de las rodillas y que caían en punta hasta la mitad de la pierna. De una faja de crespón chino de color escarlata colgaba una espada recta (machete), sin guarda ni funda, cuya hoja afilada y reluciente brillaba al sol. Sus pies, que estaban descalzos, estaban sujetos al estribo de madera sólo por las puntas de los dedos.”

Cuando andaban vaqueando en el monte, su única protección en las piernas eran unas calzas llamadas «Botas Huastecas», una especie de calzoneras anchas, similares a las Chaparreras, hechas de piel de venado curtidas con sesos putrefactos y ahumadas con olotes, para protegerlo de los espinos y culebras, y repeler el pinolillo, garrapatas y otros bichos.[23]

El proceso para manufacturar las «Botas Huastecas» consistita, según un artículo publicado en 1869, en:[24]

“Las botas, que propiamente son unas pantaloneras, pues no tienen suela, ni se calzan, están formadas de las pie les de dos venados, las cuales se acomodan de manera que el cuello respectivo de cada una, sirva para cubrir las pantorrillas y parte de los muslos, atándose á la cintura con unos cordones del mismo cuero. El modo de preparar la piel es el siguiente: los sesos del animal se guardan hasta que entran en estado de putrefaccion; entonces se le untan á la piel, secada al sol previamente por el lado del pelo, y con una costilla de venado se raspa y se suaviza con un contínuo frotamiento. Cuando ya está suficientemente suave, se le da color con el humo de los olotes de maíz quemado. Esto tiene por objeto impregnar las pieles de un olor fuerte y acre, que impide que las garrapatas se adhieran á ellas. Las botas deben ser muy anchas y formar muchos pliegues y arrugas, tanto porque así las espinas no penetran tan fácilmente, cuanto para escapar de las mordidas de las serpientes cuando hay que atravesar un matorral.”








En el libro —Historia de Méjico (1879)— el historiador y periodista español Niceto de Zamacois, relató que Jarocho era simplemente el nombre que le daban a los hombres á caballo del campo que trabajan en las haciendas de Veracruz, mientras que a los que hacen las mismas labores en las haciendas de las zonas del altiplano y mesa central, los llaman Rancheros:

El origen del traje Charro es incierto. Las evidencias visuales demuestran que la evolución del traje de los Rancheros se llevó a cabo a lo largo de varios siglos, comenzando a tomar forma hasta el siglo XVIII. De todos los jinetes de América, el traje del Charro Mexicano es el que más ha evolucionado y cambiado.

Existen muy pocos registros en los siglos XVI y XVII acerca de cómo vestían los vaqueros u hombres de á caballo en Mexico en aquel entonces. En su libro —Capitán mestizo: Miguel Caldera (1980)— el historiador estadounidense Philip Wayne Powell argumentó que uno de los prototipos del Charro mexicano se encuentra en los hombres de á caballo que conformaban la caballería no oficial o irregular, que luchó en la Guerra Chichimeca. Aunque no muestra sus fuentes, Powell argumenta que estos hombres de á caballo salidos del campo, vaqueros, estancieros, vestían, “sombrero de piel de alas anchas, reforzado por una banda de acero, hombreras plegadas, cota de malla (también podría ser de cuero o algodón), zaragüelles, musleras de cuero, escarcela unida a la cota para proteger los muslos, botas largas y gruesas que protegían la rodilla y la pierna”.[25][26]

Uno de los pocos registros donde se da una breve descripción de cómo vestían los vaqueros en aquel entonces, la encontramos en una carta fechada el 20 de abril de 1607 por el sacerdote franciscano, Luis Ramírez de Alarcón, donde denuncia la presencia de los Vaqueros forajidos en Zacatecas. Brevemente dice que, visten cueras fuertes como armadura, y que andan armados con arcabuces, dalles y desjarretaderas. [27][28]​ Por “cuera”, se refería a un tipo de saco corto de cuero, similar al “coleto” europeo usado por la infantería, llamado también cuera y conocido en inglés como “buff-coat”, que servia como armadura para protegerse de las cuchilladas y flechazos; aunque también pudo haber sido influenciada por los Ichcahuipilli de los mexicas. La cuera es la única prenda que permaneció como vestimenta de los Charros, pues esta continuó evolucionando hasta convertirse en el siglo XVIII en una chaqueta o saco largo de cuero que cubría todo el cuerpo hasta las rodillas. La cuera larga continuó como prenda común de los Charros hasta mediados del siglo XIX.

Fue precisamente en el siglo XVIII, cuando la vestimenta de los Rancheros comenzó a consolidarse y a obtener sus características más conocidas. Fue también en esa época cuando los Rancheros comenzaron a ser llamados charros (sinónimo de rústico, payo y de mal gusto), para denotar que eran personas vulgares, toscas y nada sofisticadas, por ser personas del campo y vestir prendas de mal gusto recargadas de adornos con colores muy chillones.

En el sainete cómico titulado —El Charro (1797)— del autor José Agustín de Castro, el personaje de Perucho Chaves, un charro vaquero, viste una cuera campesina, manga de montar, paño de sol, sombrero y espuelas.[29]

Pintura de castas en donde el “lobo” viste el traje de Charro con manga y pañuelo, exactamente como describe Ajofrín

Una descripción más detallada de cómo vestían los Charros del México dieciochesco, nos la da el padre y misionero capuchino, Fray Francisco de Ajofrín, en 1763:[30]

“Usan de sillas vaqueras muy bordadas; unos estribos, que llaman estriberas, tan largos y pesados, que por curiosidad pesé unos y tenían 25 libras de hierro y tres cuartas de largo. Las espuelas son igualmente pesadas y grandes; dos libras tenían unas que pesé; la estrella suele tener una cuarta de largo, de suerte que no pueden andar a pie sin gran trabajo y levantando mucho los pies. Los estribos tienen alguna analogía con una mitra al revés, […] Cuando van a caballo no usan de capa, sino de manga, que es a modo de una casulla de paño fino azul, encarnado o verde con muchos galones y franjas todo alrededor, en especial en el cuello, que a la verdad es traje muy airoso y desembarazado. Sobre el sombrero llevan un paño blanco muy bordado que cuelga a los lados, con cuyo movimientos va haciendo aire como abanicos. Al cuello llevan también un pañuelo rico, y van cargados de armas. Es gusto ver caminar a estos guapos, y más si caminan muchos juntos; llevan dos trabucos delante, dos pistolas detrás, escopeta en la silla, su espada ancha, etc.; sus bellos y hermosos caballos, sus mangas llenas de franjones de oro y plata, sus delicados pañuelos, con su punta de vanidad”.

Pintura de castas del siglo XVIII. El “Lobo” viste el traje de Charro como lo viste el personaje de Perucho Chaves en la obra teatral «El Charro» de José Agustín de Castro en 1797

Así pues, el traje de Charro del siglo XVIII consistía en: una Cuera larga, especie de chaqueta o saco largo de cuero de venado, muchas veces adornadas, que podía cubrir el cuerpo hasta las rodillas, también llamada “coton largo de charro”, usada por los vaqueros, caporales y soldados para protegerse en el trabajo. Una Cotona, especie de chaqueta, o jubón, muy corta de gamuza o pana, que se vestía por la cabeza, y que solo cubría la mitad del torso. Una Manga, especie de manta hecha de tela especial, de unos 2 metros de largo y cerca de 1,5 metros de ancho, redonda en los extremos, con una abertura en el centro, donde se podía meter la cabeza, y alrededor de esta abertura había un círculo de terciopelo o pana con flecos de seda y galón de oro llamado “dragona” o “muzeta”. Sarape, también conocido como Jorongo, es una especie de manta de lana de forma rectangular, a veces con una abertura en el centro para poder introducir la cabeza. El Sarape tiene una forma similar a la Manga, pero es cuadrado en los extremos; se diferencian especialmente en que éste es de un solo color, y el otro de diferentes y variados estampados y tejidos. Calzoneras cortas que solo cubrían hasta las rodillas, con botonadura a los lados. Una Faja o Ceñidor para sostener las calzoneras. Botas de Talón, especié de polaina de cuero que se ajustaba o retenía por debajo del talón. Botas de Campana, cuero realzado de venado que envolvían cada pantorrilla y se ajustaban por debajo de la rodilla con unas ligas o hilos llamados “ataderos”. Teguas, calzado de cuero, de origen indígena, típicamente sin talón. Sombrero de copa baja, y ala ancha de hasta 20 centímetros, llamado Jarano. Paño de Sol, alrededor del cuello. Espuelas de rodaja, descomunales, típicamente de Toluca.

Hacia la Guerra de Independencia, los Rancheros continuaron usando todas estas prendas, a excepción de las teguas y las botas de talón. Los Rancheros de las haciendas que conformaban la caballería insurgente, vestían cueras lujosas, con adornos de plata y oro; botas de campana, calzoneras de cuero, y sombrero jarano.

En 1844, Don Domingo Revilla, politico y escritor liberal, quien de pequeño presenció la Guerra, relató la llegada de una tropa de Charros insurgentes de la sierra de Guanajuato á una hacienda localizada entre el Estado de México y Queretaro, donde el y su familia se encontraban, en 1821, y describe la vestimenta que estos portaban:[31]

Dos insurgentes vestidos de Charro durante la Guerra de Independencia (1816). Uno de ellos viste una Cuera larga.

La vanguardia o descubierta la formaba el antiguo insurgente Encarnación Ortiz con sus valientes soldados de la Sierra de Guanajuato. Asido de la mano de una persona fui a donde estaba la tropa. Vi por primera vez a los libertadores de mi patria, y sin comprender nada mi corazón, aunque tierno, palpitaba de alegría. Considere de cerca a estos soldados y a su jefe, que tenían un continente guerrero exclusivamente nacional. La mayor parte llevaba sus Cueras ó cotones largos de Charro; y calzoneras de venado, botas de campana y sombreros Jaranos, componían su uniforme. Carabina, lanza, machete y reata, era su armamento y montaban unos fogosos caballos, a los que manejaban con destreza sin igual . . . “

En muchos casos, durante la Guerra de Independencia, muchos insurgentes se gastaban en sí mismos el dinero que obtenían del saqueo y de la toma de control de varias haciendas, comprando trajes y sillas lujosas de Charro en lugar de apoyar la causa, como lo relató Don Lucas Alaman en su libro, “Historia de Méjico” (1851):[32]

“Enero a Junio 1815: Los insurgentes con numerosa y excelente caballería, distribuida en diversas partidas á las órdenes de Osorno con su segundo Manilla que le servia de director, de Serrano, Inclan, Espinosa y otros de menos nombradía, dominaban el pais y eran dueños de las haciendas de pulque, de las cuales no solo sacaban abundantes recursos por via de contribuciones, sino que se apoderaron enteramente de la venta de aquel licor, y aunque los propietarios ocurrieron al congreso el cual desaprobó tal medida, sus órdenes fueron desobedecidas y el despojo continuó, con cuyos productos bien administrados, hubiera podido mantenerse un número considerable de tropas bien organizadas: pero tanto Osorno como cada uno de sus subalternos, gastaban profusamente y se presentaban con todo el lujo de la gente de campo que se conoce con el nombre de Charros, en soberbios caballos con sillas bordadas y adornadas con plata, y ellos mismos cubiertos de galones y bordados con botonaduras y agujetas de oro y plata.”

El bando realista también llegó a usar el traje de Charro, pues en Celaya, en 1810, según el sacerdote e historiador mexicano Don José María Luis, ante la llegada del cura Miguel Hidalgo y sus tropas, los frailes españoles del Carmen, vestidos con el traje de Charro con manga y montados á caballo, se habían armado con pistolas, sables y un crucifijo.[33]

Consumándose la Independencia de México en 1821, el traje de los Rancheros tuvo nuevamente un cambio. Las calzoneras de gamuza o pana, que originalmente eran cortas, se alargaron más allá de las rodillas para cubrir toda la pierna. Aunque con botonadura a los lados, estas calzoneras casi siempre permanecían abiertas de los lados, dejando ver las ricas Botas de Campana. También se comenzaron a usar las Botas de Ala, también conocidas como Zapatón de Ala, una especie de botín abierto de los lados, con los lados de la boca sobresaliendo hacia afuera. Sobre la Bota de Ala, se enredaba en la pantorrilla la Bota de Campana para protegerla de que no tocara el suelo, pues esta era más valiosa.

En 1824, el escritor y explorador británico, Edward B. Penny, detalló el traje de Charro en la Ciudad de México:[34]

Noble Mexicano en la Ciudad de México, vestido de con traje de Charro de lujo, como lo describe Edward B. Penny. Obra de Claudio Linati (1828)

“El equipamiento de un Charro, el nombre que se le da a un aficionado al traje nacional tanto de él como de su caballo, es muy curioso y bien vale la pena hacer un dibujo. […] Empezaré por arriba. El sombrero es un sombrero de copa baja, de ala ancha, al estilo de los Quakers [cuáqueros], hecho de lana teñida de marrón, verde, negro o gris; el ala está forrada con encaje dorado; la banda [galón] es un grueso cordón de oro, que termina en una borla de oro, que cae en el borde. […] Usa una chaqueta redonda, comúnmente hecha de percal estampado, pero como la tela se ha vuelto barata, (alrededor de cincuenta chelines la yarda) se prefiere; está ricamente bordado con trenzas de seda, encaje dorado y piel. El chaleco no es muy particular. Los pantalones son de tela o de terciopelo, sostenidos por una faja de crepé, terminando en una borla de oro; las costuras están ocultas bajo bordados, encajes dorados y botones de campana; se abren justo por encima de la rodilla, para exhibir, de lo que están más orgullosos, las botas. […] Las botas son fuertes pieles de venado, ricamente estampadas y talladas, con representaciones de figuras de fantasía, flores y escenografía china. Se doblan con gran dificultad alrededor de cada pierna y se atan debajo de las rodillas con una hermosa liga de seda, terminando con una borla de oro. Una tonelada aún mayor es tener estas botas bordadas también con oro y plata; son muy pesadas, pero protegen bien las piernas y permiten firmeza sobre la silla, que con ellas sería difícil caerse. Generalmente se usan las botas Wellington, pero el Charro de verdad prefiere las Botas de Ala, que dejan al tobillo libre y protegen sus Botas [de Campana] de la suciedad; estos suelen estar forrados con terciopelo verde y ricamente atados. Las espuelas son cosas enormes, pesan alrededor de una libra cada una, cadenas toscas y barras de hierro toscas las atan al pie, las rodajas son frecuentemente de diez centímetros de diámetro; tres pulgadas es un tamaño común. La manga va sobre todo: se trata de una manta de tela de un fino color azul o violeta, con un agujero en el centro, para que entre la cabeza; tiene unos diez pies de largo por cinco de ancho . . .”

Otro accesorio que surgió en esta época, fueron las Armas de Agua, también conocidas como Armas de Pelo o simplemente Armas, que eran dos piezas de cuero curtido de Chivo con pelo, que colgaban de la cabeza de la silla vaquera mexicana, y servían para proteger, de la lluvia y el lodo, las calzoneras y estribos.[35]​ Las Armas eran las antecesoras de las Chaparreras.

Hacia la década de 1840, el traje de Charro se componía, según el escritor y abogado español, Luis Manuel del Rivero, de:[36]

“Su trage, botas formadas de un cuero con que se da varias vueltas á la pierna; espuelas como he dicho colosales; calzón ancho de cuero ó paño sobre calzoncillo de tela; camisa de algodon, banda con que se oprime la cintura; cotona ó sea chaqueta de cuero corta que se viste por la cabeza, y sombrero chambergo ó jarano muy grande y pesado. Para sobrevestido, manga ó sarape. Los arreos de su caballo no son menos grotescos, pues la silla vaquera con sus grandes estribos y colgajos, sobre todo si lleva el complemento de la anquera, de las armas de agua y otras zarandajas, es un mundo en medio del cual se encuentra en su centro el Ranchero, y se cree superior á todos los potentados de la tierra, ejecutando evoluciones y movimientos sumamente dificultosos.”

A mediados del siglo XIX, según el —Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística (1849)— en un reporte sobre Guanajuato, el traje consistía en:[37]

“La gente de á caballo de los campos usa el vestido que llamamos de charro, esto es, calzoneras de cuero ó pana con muchos botones, botas realzadas de piel de venado ó chivo, grandes espuelas y sombrero de ala tendida, á que acompañan la manga ó jorongo, y las armas de pelo.”

En la década de 1840, surgen las Chaparreras, poniéndose de moda en todas partes del país, comenzando a reemplazar a las armas de agua; mientras que la Cuera entra en desuso, a excepción de algunas regiones remotas de Tierra Adentro; esto según Domingo Revilla en su artículo —Costumbres y Trages Nacionales: Los Rancheros (1844)—:

”La cuera está en desuso, con escepcion de los Departamentos de una parte de Tierra-Adentro. Las chaparreras por el contrario, están en boga por todas partes, especialmente las de piel con pelo de chivo, porque suplen á las armas de agua. Consisten pues aquellas en unos calzones con botones en los lados, y sacada toda la parte que queda en el asiento de la silla. En el Jaral y Tierra-Adentro son muy usadas, de vaqueta y timbre, siendo de grande utilidad.”

Poco tiempo después, surgen también las Mitazas, especie de calzas que cubrían y protegían las piernas hasta los muslos, pero que a diferencia de las Chaparreras, no iban ajustadas a la cintura. Carl Nebel en 1836, dijo:[38]

El traje aquí representado no es esclusivamente el de los Rancheros; todo hombre del pueblo, tanto de la ciudad como del campo, y aún los que tienen proporciones y comodidades, se visten de este modo cuando tienen que montar á caballo para hacer un viage ó paseo largo. No hay duda que este traje está perfectamente calculado para la comodidad del ginete : el sombrero grande para los rayos del sol, la manga ó zarape que cubre las espaldas, las pieles que caen por delante de la silla, y que se desplegan á discreción para preservar las piernas del agua, las botas en fin y hasta los estribos de madera cubiertos de cuero, que caen de una silla comoda (imitación moresca), todo, digo, llena perfectamente su destino. Solo el pobre caballo no debe estar muy contento con tal arnés que pesa por 3 ó 4 avios ingleses. Sin embargo, estos animales andan así de 20 á 25 leguas sin tomar alimento alguno, escepto un poco de agua.

En el libro —Historia de Méjico, desde sus tiempos mas remotos hasta nuestros días (1881)— el escritor e historiador español Niceto de Zamacois, comenta que:[39]

Maximiliano hizo su entrada en un arrogante corcel dorado; vestía el traje mejicano, que usa la gente del campo llamada ranchera cuando monta á caballo: calzonera de paño azul con botonadura de plata, chaqueta de paño del color, sombrero gris de ancha ala, y llevaba en el cuello una condecoración. Aunque el traje del ranchero mejicano es sumamente airoso y es verdaderamente el nacional cuando se monta á caballo, no correspondía á la seriedad de un acto de recepcion, presentarse con él un monarca. Todas las cosas tienen su lugar y tiempo oportunos; y no eran ciertamente aquellos instantes en que lo más granado de la sociedad le esperaba vestida con todo el lujo que puede desplegarse en un salon, los que debiera haber elegido para presentarse con él. Aquel traje era el especial de la gente del campo y no de las ciudades. Las personas que habitan en éstas se lo ponen únicamente para montar á caballo; pero jamás ninguna autoridad mejicana se vestía así al visitar alguna poblacion ni en ningun acto oficial. Su entrada debió haberla hecho en carruaje descubierto, ó de gran uniforme si quería entrar á caballo. Se comprende que el emperador Maximiliano lo hizo con la intencion laudable de manifestar que su corazon estaba consagrado enteramente á Méjico; pero á un soberano le corresponde patentizar ese afecto de otra manera: con sus palabras y con sus obras. Vestir el traje campesino en la entrada solemne á una poblacion en que las autoridades le esperaban vestidas de frac, como correspondía á la solemnidad del acto, fué una puerilidad que oí censurar á conservadores y republicanos.

  1. Velez, Angel (1844). «Costumbres y Trages Nacionales: El Jarocho». El museo mexicano : ó Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas. Cuarto: 60, 61, 62. Consultado el 31 de agosto de 2023. 
  2. Quintana Bustamante, Rosalba; Jiménez Sotero, Jairo E. (octubre 2016). «¿QUIÉNES SON LOS JAROCHOS?». Relatos e Historias en México (98). Consultado el 5 de junio de 2024. 
  3. Baz, Gustavo Adolfo; Gallo, Eduardo L. (1874). Historia del Ferrocarril Mexicano. México: Gallo y Compañía. p. 89. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  4. «Los Jarochos Olvidados del Siglo XIX». Veracruz Antiguo. 2015. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  5. Salvá y Pérez, Vicente (1847). Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana (Segunda edición). Paris: Salvá. p. 632. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  6. «jarocho, cha». 
  7. Biart, Lucien (1862). La Terre Chaude: Scènes de moeurs mexicaines. Paris: Collection Hetzel E. Jung-Treuttel. pp. 230-231. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  8. Macías, José Miguel (1885). Elementos latinos del español. Veracruz: Tipografía Veracruzana. p. 255. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  9. Alcántara Henze, Lilly (2022). Tarimas de tronco común. México: Página Seis. ISBN 9786078676873. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  10. Macías, José Miguel (1885). Elementos latinos del español. Veracruz: Tipografía Veracruzana. p. 255. Consultado el 27 de mayo de 2024. 
  11. «Veracruz: Los jarochos en documentos de 1822.». Veracruz Antiguo. Consultado el 28 de mayo de 2024. 
  12. García de León Griego, Antonio (2002). El Mar de los Deseos. Ciudad de México: Siglo Veintiuno Editores. p. 111. ISBN 9789682323621. Consultado el 28 de mayo de 2024. 
  13. Ortiz Escamilla, Juan (2015). «Las Compañías Milicianas de Veracruz. Del "Negro" al "Jarocho": la Construction Histórica de una Identidad». ULÚA Revista de Historia, Sociedad y Cultura (8): 9-29. doi:10.25009/urhsc.v0i8.1404. Consultado el 28 de mayo de 2024. 
  14. Juarez Martinez, Abel (2005). «Las Milicias de Lanceros Pardos en la Región Sotaventina Durante los Últimos Años de la Colonia». Fuerzas militares en Iberoamérica siglos XVIII y XIX: 74-91. Consultado el 28 de mayo de 2024. 
  15. Delgado Calderón, Alfredo (marzo 2019). «Vaqueros y Lanceros». La Manta y la Raya (9): 37-40. Consultado el 28 de mayo de 2024. 
  16. Veléz, Angel (1844). «Costumbres y Trages Nacionales: El Jarocho». El museo mexicano : ó Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas. Cuarto: 60, 61, 62. Consultado el 31 de agosto de 2023. 
  17. Zamacois, Niceto de (1879). Historia de Méjico desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días. Barcelona: J.F. Párres y compañia. pp. 61, 62. Consultado el 27 de agosto de 2023. 
  18. Veléz, Angel (1844). «Costumbres y Trages Nacionales: El Jarocho». El museo mexicano : ó Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas. Cuarto: 62. Consultado el 31 de agosto de 2023. 
  19. Veléz, Angel (1844). «Costumbres y Trages Nacionales: El Jarocho». El museo mexicano : ó Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas. Cuarto: 60. Consultado el 31 de agosto de 2023. 
  20. Ferry, Gabriel (1856). Vagabond life in Mexic. Londres: Blackwood. p. 299. Consultado el 7 de junio de 2024. 
  21. Esteva, José María (1843). «Costumbres Nacionales: EL JAROCHO». El Museo Mexicano, ó, Miscelanea Pintoresca de Amenidades Curiosas é Instructivas. Segundo: 368-369. Consultado el 7 de junio de 2024. 
  22. Ferry, Gabriel (1856). Vagabond life in Mexico. Londres: Blackwood. p. 284. Consultado el 7 de junio de 2024. 
  23. Veléz, Angel (1844). «Costumbres y Trages Nacionales: El Jarocho». El museo mexicano : ó Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas. Cuarto: 62. Consultado el 31 de agosto de 2023. 
  24. N.O, A. (1869). «Un Viaje por la Laguna de Tamiahua». Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística 1: 735. Consultado el 7 de junio de 2024. 
  25. Powell, Philip Wayne (1980). Capitán mestizo: Miguel Caldera y la Frontera norteña. La pacificación de los chichimecas (1548-1597). Mexico: Fondo de Cultura Económica. pp. 81, 85. ISBN 9789681604868. 
  26. Medina Miranda, Hector (2020). Vaqueros míticos Antropología comparada de los charros en España y en México. México: Gedisa. pp. 377, 378, 379. ISBN 978-84-17835-58-3. Consultado el 29 de julio de 2023. 
  27. Chevalier, François (1999). La formación de los latifundios en México: haciendas y sociedad en los siglos XVI, XVII y XVIII. Mexico: Fondo de Cultura Económica. p. 458. ISBN 9789681654900. Consultado el 25 de julio de 2023. 
  28. Medina Miranda, Hector Manuel (2009). LOS CHARROS EN ESPAÑA Y MÉXICO. ESTEREOTIPOS GANADEROS Y VIOLENCIA LÚDICA. Salamanca: Universidad de Salamanca. p. 182. Consultado el 25 de julio de 2023. 
  29. Castro, José Agustín de (1797). MISCELANEA DE POESIAS SAGRADAS. Puebla: Don Pedro de la Rosa. p. 150. Consultado el 7 de julio de 2023. 
  30. Ajofrín, Francisco de (1958 [1767]). Diario del viaje que por orden de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide hizo a la América Septentrional en el siglo XVIII el padre fray Francisco de Ajofrín. Madrid: Real Academia de la Historia. p. 89. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  31. Revilla, Domingo (1844). Liceo Mexicano. México: J. M. Lara. p. 85. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  32. Alaman, Lucas (1851). Historia de Mejico: Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el ano de 1808 hasta la epoca presente. Vol 1-5. Mexico: J.M Lara. p. 250. 
  33. Luis Mora, José María (1836). Méjico y sus Revoluciones. Paris: Librería de Rosa. p. 25. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  34. Penny, Edward B. (1828). A Sketch of the Customs and Society of Mexico: In a Series of Familiar Letters and a Journal of Travels in the Interior, During the Years 1824, 1825, 1826. Londres: Longman. pp. 57, 58, 59. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  35. Rincón Gallardo, Carlos (1939). El Libro del Charro Mexicano. México: Imprenta Regis. p. 92. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  36. del Rivero, Luis Manuel (1844). Méjico en 1842. Madrid: Eusebio Aguado. p. 234. Consultado el 8 de julio de 2023. 
  37. Boletín del Instituto Nacional de Geografía y Estadística de la República Mexicana: Volúmenes 1-2;Volumen 4;Volumen 7. México: V. G. Torres. 1849. p. 15. Consultado el 30 de julio de 2023. 
  38. Nebel, Carl (1840). Viaje pintoresco y arqueolójico sobre la parte más interesante de la República Mejicana, en los años transcurridos desde 1829 hasta 1834. Paris; Méjico: Imprenta de P. Renouard. Consultado el 4 de junio de 2024. 
  39. Zamacois, Niceto de (1881). Historia de Méjico, desde sus tiempos mas remotos hasta nuestros días, Tomo XVII. Barcelona: J.F. Párres y comp. pp. 1086, 1087. Consultado el 4 de agosto de 2023.