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Dublineses[editar]

Artículo principal: Dublineses

Joyce en 1915.

Dublineses es el único libro de cuentos de Joyce, empezado en 1904 en Dublín, y terminado en Trieste en 1914. El libro comprendía en principio doce cuentos, a los que más tarde se añadieron otros tres.[1]​ Los cuentos, escritos en un estilo fuertemente realista, tratan de reflejar el anquilosamiento y el inmovilismo a que había llegado la sociedad de Dublín a principios del siglo XX. Son «historias de parálisis»,[2][3][4][5]​ reflejos de la experiencia negativa recibida por el escritor en su juventud de la ciudad que le vio nacer, por lo que, como toda su obra, exhiben un fuerte contenido autobiográfico.[2]​ Algunos cuentos se refieren a la infancia, y otros a la edad adulta, pero en todos ellos se aprecia el afán casi obsesivo de su autor por ser fiel a la verdad que había visto y oído, verdad que él jamás altera o deforma.[6]​ Según su más importante biógrafo, Richard Ellmann, el escritor «deseaba que sus contemporáneos, en particular los irlandeses, se echasen un buen vistazo en su bruñido espejo -como él decía-, pero no para aniquilarlos. Tenían que conocerse a sí mismos para ser más libres y estar más vivos».[7][8]

Esta obsesión por ser fiel a los detalles más nimios será una de las causas que dificultará la publicación de Dublineses. El manuscrito ya obraba en poder de un editor a principios de 1906, sin embargo, como se ha visto, no fue publicado hasta 1914, aunque no sin el apoyo incondicional de amigos como Ezra Pound y W. B. Yeats. Las objeciones que se hacían al escritor eran principalmente de índole moral y en último término las llevaban a cabo los propios linotipistas, los cuales se negaban a imprimir nada que pudiera comprometerlos. El crítico Fernando Galván, en este sentido, recuerda que «aunque hoy nos parezca absurdo, las leyes de la época hacían responsable al linotipista de todo lo que se imprimiera, por lo que estos operarios ejercían de hecho una censura sobre expresiones y contenidos que estimaran ofensivos y susceptibles, por consiguiente, de ser perseguidos por la justicia».[9]

De Riquer y Valverde valoran en especial la «pureza expresiva» de estos relatos y apuntan que las dificultades para su publicación podían provenir incluso de un veto lanzado por la realeza británica, debido a ciertas alusiones en el libro.[10]Harry Levin rastrea a lo largo del libro influencias, entre otros, de Chéjov, Dickens y Sherwood Anderson.[11]

Puente de James Joyce, en Dublín, ciudad que inspiró toda la narrativa del autor.

Los relatos contienen en diversos lugares lo que Joyce llamó "epifanías", revelaciones o iluminaciones repentinas de verdades profundas que transforman súbitamente el alma o la conciencia de los personajes. Estas epifanías, que aparecen ya en obras anteriores como Stephen el héroe y Retrato del artista adolescente, provienen del lenguaje religioso, donde aluden a la manifestación de lo divino. Según Jeri Johnson, responsable de una edición inglesa del libro, se trata de un «término hoy común en el lenguaje crítico, pero fue originalmente Joyce quien lo tomó prestado [...] de la liturgia católica, aplicándolo a los fines del arte».[12]

Al publicarse el libro, la recepción no fue entusiasta. Aunque algunos críticos lo elogiaron, en general se censuró al autor el haber puesto tanto énfasis en aspectos triviales y desagradables de la vida cotidiana. Se le comparó negativamente con el también irlandés George Moore y se achacó a los relatos carecer de argumento y un estilo plano y monótono.[13]Ezra Pound, sin embargo, en la revista The Egoist, comparaba el estilo de Joyce con el de la mejor prosa francesa, alabando, además, su «condensación estilística».[14]

El niño gritó: ¡Ay, papá!, y dio vueltas a la mesa, corriendo y gimoteando. Pero el hombre le cayó detrás y lo agarró por la ropa. El niño miró a todas partes desesperado, pero, al ver que no había escape, cayó de rodillas.

—¡Vamos a ver si vas a dejar apagar la candela otra vez! —dijo el hombre, golpeándolo salvajemente con el bastón—. ¡Vaya, coge, maldito!
El niño soltó un alarido de dolor al sajarle el palo un muslo. Juntó las manos en el aire y su voz tembló de terror.

—¡Ay, papá! —gritaba—. ¡No me pegues, papaíto! Que voy a rezar un padrenuestro por ti... Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no me pegas... Voy a rezar un padrenuestro.[15]

Dublineses no ha recibido mucha atención en español, pese a sus diversas traducciones, la más conocida quizá, la de Guillermo Cabrera Infante. Ya bastante tarde, Mario Vargas Llosa (1987) resaltó el naturalismo algo arcaico de la colección, aunque para él no se trata en modo alguno de una obra menor. La obsesión con la fidelidad, sigue el escritor peruano, es de filiación flaubertiana.[16]​ Destaca como su gran mérito la «objetividad» del texto, pero alejada de Zola. Esta objetividad era resultado, por un lado, del absoluto dominio de la técnica narrativa por parte del autor y, por otro, de una finísima percepción estética que lo alejaba de toda pulsión moralizante o sensiblera. De este modo, según Vargas Llosa, Joyce lograba la proeza de dignificar estéticamente la mediocridad de la clase media dublinesa.[17]

Para José María Valverde, hoy es difícil de imaginar que relatos tan transparentes y austeros pudieran escandalizar a nadie; las críticas vendrían precisamente por la pureza elemental del estilo, objetivo, directo e impersonal, «que da así una energía sin límites a lo que fotografía».[18]​ Añade Valverde: «Ningún pesado novelista naturalista habría podido en un millar o dos de páginas darnos tan nítidamente el Dublín de esa época, y el perenne drama minúsculo de las vidas corrientes en incidentes aburridos, pero reveladores.»[19]

Anthony Burgess observa en Dublineses el primer gran fruto del exilio joyceano. «Hoy nos parece un purgante suave, pero porque se trata del primero de toda una farmacopea catártica a la que hoy ya hemos desarrollado tolerancia. [...] Dublineses era totalmente naturalista, y ningún tipo de verdad es inofensivo; como dijo Eliot, la especie humana no puede soportar demasiada realidad».[20]

El crítico irlandés Terence Brown estudia la sólida armazón estructural de la obra, que se manifiesta en los frecuentes paralelismos y equivalencias entre las historias, hasta el punto de que los títulos del primer y último relatos ("Las hermanas" y "Los muertos") podrían perfectamente intercambiarse, sin que ello afectase al sentido general de aquella. Mediante estos alardes técnicos, Joyce contribuyó a demostrar «la significación literaria del relato breve como forma artística de notable economía y cargada de implicaciones».[21]

Según Frank Budgen, «Stephen [Dedalus] aparece por primera vez como personaje en el Retrato del artista adolescente, pero no cabe duda de que es el narrador anónimo de los tres primeros estudios de Dublineses».[22]

Jeri Johnson destaca en la obra una gran influencia del dramaturgo Henrik Ibsen,[23]​ así como la «madura inteligencia estética» del escritor de veinticinco años autor del prodigioso relato que cierra la colección, "Los muertos".[24]​ Según Tindall, esta historia sugiere, a través del personaje de Gabriel Conroy, un lúgubre retrato del Joyce que pudo haber sido, de haber continuado en Dublín, casado con Nora (representada por Gretta), enseñando en la universidad y escribiendo artículos para el Daily Express,[25]​ mientras que para Burgess «"Los muertos" es el informe más personal en la larga crónica dublinesa que supuso el trabajo de su vida».[26]​ Este cuento es definido por la Enciclopedia Británica como uno de los mejores que se han escrito.[27]

  1. Galván, en Dublineses, p. 21
  2. a b Galván, 30
  3. Johnson, en Dubliners, p. xi
  4. Burgess, 38
  5. Trad. libre Brown, en Dubliners, p. xxxi y ss.
  6. Johnson, en Dubliners, p. viii
  7. Ellmann, en Cuatro dublineses, p. 130
  8. Según W. Y. Tindall, en Dublineses, la ciudad representa el corazón de la parálisis, y todos sus habitantes, sus víctimas; pero el propósito de la obra, de índole moral, no es la parálisis en sí misma, sino su revelación a aquellas. Trad. libre Tindall, 4
  9. Galván, 31
  10. Hª literatura universal, ed. Planeta, tomo IX, p. 269
  11. Trad. libre Levin, 40
  12. Trad. libre Johnson en la introducción de Dubliners, p. xxvii
  13. Galván, 39
  14. Galván, 41-42
  15. Relato "Duplicados", en Dublineses, versión de G. Cabrera Infante, p. 84
  16. Stuart Gilbert recuerda en este punto que Flaubert era uno de los tres o cuatro autores que Joyce aseguraba haber leído entero, y que Dublineses, aun recordando mucho a Chéjov y Maupassant, tiene más que ver con Flaubert. Gilbert, 114
  17. Citado por Galván, 45
  18. Valverde, en Joyce, p. 35
  19. Valverde, en Joyce, Ibíd..
  20. Trad. libre Burgess, 36-37
  21. Trad. libre Brown, en op. cit., pp. xxxviii y xxxix
  22. Trad. libre: «Stephen first appears as a named person in A Portrait of the Artist as a Young Man but there is no doubt that he is the unnamed narrator of the first three studies in Dubliners». Budgen,58
  23. Johnson, en Dubliners, p. vii
  24. Ibíd., p. xxxix
  25. Trad. libre Tindall, 6-7
  26. Trad. libre Burgess, 43
  27. Britannica.com: James Joyce/Assessment Textualmente, «one of the world’s great short stories».