Usuario:Danielarr/Taller

De Wikipedia, la enciclopedia libre

El demonio en la Edad Media[editar]

Ya desde el judaísmo se veía la necesidad de separar la existencia del mal de Dios, pues no se podía concebir que el bien y el mal provinieran de Él. Para ello se formuló un dualismo que permitiría personificar el mal en un ente ajeno a Dios[1]​, este sería Lucifer y su respectiva expulsión con sus seguidores, los ángeles caídos o demonios.

En la mentalidad de la época se creía que el campo preferido de los demonios eran los eremitorios y los monasterios[2]​. Las meditaciones y visiones de los anacoretas y los monjes eran constantemente perturbadas por la presencia del diablo. Algunas de estas descripciones del demonio nos hablan de un ser con dimensiones gigantescas, otras, en cambio, nos hablan de un enano. Algunas Reglas recomendaban un especial cuidado y desconfianza a los religiosos de visitas de personas desconocidas o de familiares por creer que en realidad podía ser el diablo transformado[3]​.

Folio 202 del Libro de Kells. Representación de la tentación de Jesús por el demonio.

En lo que respecta a la vida cotidiana cualquier actividad que se hiciera y que no estuviera conforme con la disciplina eclesiástica se consideraba diabólica. Especialmente, cuando en lugar de pedir ayuda a la Iglesia se consultaba a magos o adivinos, considerados como ministros de Satanás y colaboradores e intermediarios de los diablos, para superar algunas dificultades o para vencer los males morales o físicos[4]​. Esto se daba porque para el clero las consultas a los aríolos, adivinos, arúspices o encantadores, y el pago por sus servicios era lo mismo que estar pactando con el diablo[5]​.

Diferencias etimológicas entre demonio y diablo

En la Edad Media todas las criaturas malignas que se relacionaban con los ángeles caídos se designaban genéricamente bajo la designación de demonios o diablos. En cambio, cuando estas criaturas se designaban en singular como Diablo o Demonio se identificaba el poder bajo el cual los demonios o diablos estaban sometidos, el Diablo o Demonio recibía distintos nombres, esto dependía de su diversitas[6]. Lo anterior por el gusto que tenía el diablo por las metamorfosis.

En los textos medievales y también en el Antiguo testamento aparecen dos términos de origen griego que se utilizaban para designar al diablo o a los diablos: el primero es diabolus, que significa “que separa” y el otro es daemon, que en su origen hacía referencia a los espíritus, ya sean buenos o malos, que eran intermediarios entre los dioses y los humanos. También había otras expresiones que aludían a seres espirituales y angélicos, por ejemplo: spiritus malignus, significa espíritu maligno; spiritus inmundus, espíritu inmundo; angelus malignus, ángel maligno. Y expresiones que indicaban la naturaleza de las intervenciones de estos seres, por ejemplo: inimicus, enemigo; adversarius, adversario; malignus, maligno; temptator, tentador[7]​. Había otro término hebreo ha-satan que en el libro de Job designa un ángel de la corte celestial que se encarga de poner a prueba de los justos; en el siglo I este término designaba al jefe de los demonios. El uso de este término pasa a varios autores de la Edad Media, sin embargo, bien podía designar a un solo diablo o a varios.

El nombre de Lucifer designaba al ángel más luminoso que estaba en el cielo, después de su caída y de convertirse en el príncipe del infierno se seguía utilizando este nombre para referirse a él. En el teatro religioso de finales de la Edad Media se seguía hablando de Lucifer como el señor, quien estaba en lo más profundo del infierno, mientras que Satán era el primero de sus servidores. Además de esto hay otros nombres muy comunes en la denominación de los diablos: Belzebú, Baal, Beliar, Belfegor, Astaroth, Leviatán, etc[8]​.

Los demonios en el Imperio bizantino

La diabología bizantina se sustentaba en los postulados de los padres de los primeros cinco siglos. Los bizantinos carnalizaban la imagen del diablo, además creían que tanto el diablo como los demonios fueron creados buenos, pero que por su orgullo cayeron; según su visión de mundo ambos “nos tientan, intentan desviarnos de Dios, y se recrean en nuestro sufrimiento y nuestra corrupción”[9]​.

Según Pseudo Dionisio Aeropagita, teólogo y místico bizantino, si los demonios proceden del bien, ¿por qué no son buenos? Según él esto se dio porque por su propia naturaleza no son malos, si lo son es por su propia voluntad. Los demonios fueron creados por Dios, como tal fueron creados buenos y a ellos fueron dados todos los dones; sin embargo, su mal es un resultado de su mala voluntad, y si cayeron fue por el uso que le dieron a su libre albedrío para desear lo que no es bueno. Como consecuencia de esto el mal es resultado de la distorsión de su naturaleza[10]​. Por su parte, Juan Clímaco, anacoreta entre los siglos sexto y séptimo, postulaba que la esencia del diablo y de los demonios ha seguido siendo buena, pues cuando cayeron conservaron sus cualidades angélicas, pero su actividad en el mundo es mala[11]​. Según él los demonios cavan tres pozos en el camino de la salvación en los que quieren que caigamos. El primer pozo es para impedirnos hacer buenas acciones, el segundo para que el bien que intentamos hacer no concuerde con la voluntad de Dios, y el tercero es el que nos hace sentir orgullosos de la bondad que hay en nuestras vidas[12]​.

Miguel Psellos, consejero imperial del siglo XI, postulaba que ni los demonios ni el diablo pueden tener el perdón de Dios, pues  “no tienen ninguna circunstancia atenuante por la tentación que los lleva a la ruina”[13]​. Psellos también realizó una taxonomía de los demonios, para ello uso la demonología natural de los neoplatónicos paganos, esta postulaba que los demonios eran seres moralmente ambivalentes, es decir, más que ángeles caídos los demonios se sitúan entre los dioses y los hombres. En su taxonomía los demonios más altos son los leliouria, ellos habitan el éter y son los brillantes o resplandecientes; después se ubican los aeria, los demonios del aire debajo de la luna; a estos les siguen los chtonia, quienes habitan la tierra; los hydraia o enalia viven en el agua, los hypochthonia viven bajo la tierra; y los últimos, los demonios más bajos, son los misofaes, ellos odian la luz, son ciegos y viven en lo más bajo de la tierra[14]​. Psellos postula que los demonios de más alto nivel obran indirectamente sobre el intelecto para provocarnos imágenes en la mente y directamente sobre los sentidos humanos. Por su parte, los demonios más bajos tienen mentes como las de los animales, ellos se les imponen a los humanos y les causan enfermedades y accidentes fatales; estos demonios no tienen intelecto ni libre albedrío, sus actos son resultados del obrar por instinto. Cuando estos demonios poseen a las personas se nota por los comportamientos bestiales que tienen, en el caso de los animales esto se sabe por un cambio en su comportamiento, por ejemplo, cuando las vacas dejan de dar leche se sabe que es porque está poseída[15]​.

Los demonios en el cristianismo

El cristianismo medieval buscó continuamente desmarcarse del dualismo entre Dios y Satán, separándose así de la doctrina de Mani y del catarismo. Según la doctrina del dualismo hay dos ideas esenciales: la primera es que Dios no creó el principio del mal, la segunda es que el mundo no fue creado por Dios sino por el mal. En contra de esta postura el cristianismo postula que Dios es el creador de todas las cosas y que Satán es un ángel caído, una criatura creada por Dios, al ser creada por Él Satán está sometido y no puede actuar si no es con su permiso[16]​. Los demonios son seres incorpóreos y poseen un cuerpo aéreo, pero esto no les impide manifestarse de diversas maneras, sus metamorfosis les convierten en seres peligrosos.

El tirano de Ambrogio Lorenzetti. En el fresco se pueden ver rasgos diabólicos.

Algunos relatos medievales aluden a sus manifestaciones bajo apariencias animales, como serpientes, dragones, avispas, etc.; también puede transformarse en santos, el arcángel Gabriel, la Virgen o en Cristo. Por otro lado, por su naturaleza angélica los demonios conservan ventajas, por ejemplo, una superioridad intelectual frente al ser humano[17]​. También hay varios relatos que detallan las diferentes actuaciones maléficas del diablo, por ejemplo: el surgimiento de las enfermedades de personas y de animales, la provocación de tempestades, la corrupción de los frutos de la tierra, el hundimiento de arcos, el derrumbe de edificios, el intento de suscitar deseos culpables en las personas, las tentaciones de la carne, del poder o del dinero, el castigo de quienes pecaron en esta vida.

Según santo Tomás los demonios pueden actuar sobre los cuerpos materiales, los pueden transformar y desplazar. Y según san Agustín se admite la idea de que los demonios pueden predecir el futuro y anunciarlo a las personas, sin embargo, el uso de estas ciencias diabólicas se consideró como un pecado grave. A finales de la Edad Media se ve una creciente preocupación por el desarrollo de la magia negra, pues usaba este tipo de ciencias[18]​.

En el siglo IX el Canon Episcopi expone el punto de vista que tiene la Iglesia con respecto a la brujería. En lugar de promover su persecución, se consideró que la creencia del vuelo nocturno no tenía fundamento alguno y, en su lugar, esta ilusión debía ser denunciada, pues quienes creían en el vuelo nocturno de las brujas se estaban alejando de la fe verdadera al creer en la existencia de una potencia divina distinta a Dios[19]​.

Con respecto a la conciencia individual se creía en la existencia de diablos personales. Esto se unía a la creencia de un ángel de la guarda que le debe hacer frente a un diablo, quien tiene como misión inducir a la persona al mal. En algunos relatos se encuentran testimonios de conciencias atormentadas que están siendo perseguidas por fuerzas hostiles. Según Baschet:

El diablo resume así todo lo que la conciencia no puede reconocer como procedente de ella misma (ni de Dios), todo lo que juzga como negativo, hostil y que debe ser arrojado de sí. Se sabe, desde Freud, que los demonios son las formas personificadas de los deseos, de los deseos reprimidos[20]​.

En el folklore

En el folklore se difumina la distinción teológica entre el diablo y los demonios, además también se dividió al diablo en una o más personalidades. Se creía que los demonios también podían infestar casas y que el aire estaba tan lleno de demonios “que si se tira una aguja desde el cielo ha de dar necesariamente con alguno; van por el aire como enjambres de moscas”[21]​. También se creía que los demonios celebraban torneos y reuniones parlamentarias. El demonio podía ser concebido de varias formas. En la fantasía popular se hablaba de diablos alegres, buenos y enredosos como los duendes y gnomos de la mitología germánica, con ellos se podía llegar a acuerdos o, incluso, obtener ayudas. Pero también había demonios perversos y malos que buscaban la destrucción física y espiritual de las personas, la defensa en contra de estos demonios se daba por los exorcismos hechos por la Iglesia o bajo la protección de los santos[22]​.

En el folklore se le atribuyeron características siniestras a la ‘gente pequeña’. Estos se veían como espíritus menores de la naturaleza, que habitan bosques, lagos, corrientes de agua, graneros, etc. En un comienzo se vieron como seres moralmente ambivalentes, sin embargo, el cristianismo los asimiló como demonios. La línea que separaba a los demonios de los monstruos también era difusa. La creación de los monstruos se suponía que era con el fin de mostrar a las personas cómo sería la privación física y cómo, sin la gracia de Dios, hubiéramos podido ser, esto porque se supone que los monstruos eran seres humanos distorsionados.

Por otro lado, también se ha hablado de un diablo grotesco o ridículo. Según esta visión el diablo se presenta como un ser débil, ya no tiene un carácter amenazante y puede ser fácil de burlar. Algunas de las representaciones de este diablo manifiestan tensiones entre la víctima y el verdugo, lo terrorífico y lo grotesco, lo temible y lo irrisible, los rasgos cómicos que se le atribuyen son una forma de poder exorcizar el miedo que produce entre las personas, de esta manera, es posible liberarse paródicamente de las tendencias reprimidas[23]​.

En el arte

Cristo separa a las ovejas de las cabras. Primera representación del diablo.

La representación que se hacia de los demonios solía seguir las formas que la teología, las Sagradas Escrituras y el folklore sugerían. Estos eran serpientes, leones, murciélagos, dragones y machos cabríos. Sin embargo, en algunos casos los pintores solían representarlos de otras maneras: demonios con pies y manos, con el cabello desordenado y con caras y orejas de animales, o, también, como demonios monstruosos, con la piel arrugada y los ojos hundidos. El propósito de estas representaciones era mostrar al demonio sin armonía y belleza, mostrar una distorsión de lo que sería la belleza angélica, con esto se pretendía asustar a las personas y pecadores del infierno y de las amenazas que en él había[24]​.

Desde el siglo IX hasta el XI el diablo es representado a partir de una forma humana distorsionada, que se asocia con la bestialidad y la deformidad. Desde el siglo XI se desarrolla una ‘iconografía del mal’, pues se creía que la presencia del mal era real, pero que esta podía ser controlada si se hacían representaciones de él[25]​. Los demonios eran representados desnudos y en sus rostros se podían ver rasgos “simiescos, cadavéricos, e incluso imitar determinados estereotipos raciales, como los negroides o hebreos, siempre con intención de subrayar su carácter maligno”, pero también se podía ver que tenían alas, cuernos, zarpas, pezuñas o garras[26]​.

Hasta el siglo XII los clérigos creían que los demonios eran inmateriales. Sin embargo, esta manera de concebirlos desarrolla una evolución: para este siglo se comienza a creer que los íncubos y los súcubos pueden seducir a quienes están vivos y que esta seducción se haría por medio de una transformación de un joven apuesto o de una bella muchacha[27]​. Ya para finales de la Edad Media las nociones de lo demoníaco y lo monstruoso están tan unidas que para representar a estas fuerzas malignas no es necesario recurrir a formas monstruosas[28]​.

En lo que respecta al arte bizantino los demonios por lo general eran representados como seres antropomorfos y tienen cierto parecido a los ángeles. A menudo se representaban pequeños, negros, con cuernos y cola[29]​.

  1. Barral Rivadulla, María Dolores (2003). «“Ángeles y demonios, sus iconografías en el arte medieval.”». Cuadernos del CEMyR: 212. 
  2. Giordano, Oronzo (1983). Religiosidad popular en la Edad Media. Gredos. p. 153. 
  3. Giordano, 1983, p. 153.
  4. Giordano, 1983, p. 155.
  5. Giordano, 1983, p. 154.
  6. Barral, 2003, p. 219.
  7. Baschet, J: «Diablo», J. Le Goff y J. C. Schmitt (eds.), Diccionario razonado del Occidente medieval, Akal, Madrid, 2003, p. 213.
  8. Baschet, 2003, p. 213.
  9. Russell, J. (1984). Lucifer. El diablo en la Edad Media. Barcelona: Editorial Laertes, p. 28.
  10. Russell, 1984, pp. 35-36.
  11. Russell, 1984, p. 37.
  12. Russell, 1984, p. 37.
  13. Russell, 1984, p. 42.
  14. Russell, 1984, p. 42.
  15. Russell, 1984, p. 43.
  16. Baschet, 2003, p. 212.
  17. Baschet, 2003, p. 214.
  18. Baschet, 2003, p. 214.
  19. Baschet, 2003, p. 213.
  20. Baschet, 2003, p. 218.
  21. Russell, 1984, p. 78.
  22. Giordano, 1983, pp. 153-154.
  23. Baschet, 2003, p. 217.
  24. Russell, 1984, pp. 145-146.
  25. Barral, 2003, p. 221.
  26. Barral, 2002, p. 222.
  27. Muchembled, R. (2002). Historia del diablo. Siglos XII-XX. México: FCE, p. 41.
  28. Kappler, C. (2004). Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media. Madrid: AKAL, p. 287.
  29. Russell, 1984, p. 52.

Bibliografía[editar]

Barral, M a . D. (2003). “Ángeles y demonios, sus iconografías en el arte medieval.” En Cuadernos del CEMyR, 11. Universidad de Santiago de Compostela, pp. 211-235.

Baschet, J. (2003). «Diablo», J. Le Goff y J. C. Schmitt (eds.), Diccionario razonado del Occidente Medieval, Akal, Madrid, pp. 212-219.

Giordano, O. (1983). Religiosidad popular en la Edad Media. Madrid: Editorial Gredos.

Kappler, C. (2004). Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media. Madrid: AKAL.

Muchembled, R. (2002). Historia del diablo. Siglos XII-XX. México: FCE.

Russell, J. (1984). Lucifer. El diablo en la Edad Media. Barcelona: Editorial Laertes.