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Cambiemos de Dios [1] “Ambos son similares: el concepto que tenemos de Dios, y el de nosotros mismos”

Tal vez debamos cambiar de Dios, es decir, nuestro concepto de El. Hace mucho tengo deseos de escribir acerca de esto. Después de tanto esfuerzo personal por descubrir la verdad (en la medida de lo posible, reconociendo mi limitación y acudiendo a la Palabra de Dios como fuente inagotable de verdad) puedo ver perpetrada, en estas líneas, una respuesta clara, a una de mis más caras inquietudes.

En primer lugar, debemos definir algunos términos. Existimos en dos realidades, el espacio y el tiempo. Esta verdad total abraza todo cuanto existe y todo cuanto vemos (aún las cosas que no vemos), no hay nada ni nadie que escape a estas dimensiones, o quizás casi nadie.

Con frecuencia me pregunto si es posible que exista algo o alguien que no le rinda su absoluta existencia al espacio y al tiempo. En efecto “Dios creó el espacio y el tiempo como herramientas para que el hombre pueda co-existir con Dios a la vez”.

Este pensamiento me ha traído más de un problema y (a veces) ha suscitado muchas críticas a mi persona. Aunque respeto la diversidad de pensamientos dentro de nuestra unidad doctrinal, debo decir que mi mayor deseo es la de conocer la verdad y ser parte de ella. Está claro que para ello debo evitar caer en el error de la especulación, es por eso, que me comprometo (en armonía con mi fe) ser lo más conservador posible.

Elohim, “Alguien que es Todopoderoso”

Al escribir Moisés el Génesis fue muy cuidadoso en el uso de las palabras hebreas y sus diferentes significados. Dedicó un esfuerzo mayor todavía en el empleo de los sustantivos que le atribuyó al Dios de la creación.

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1:1). El título para Dios en este versículo es Elohim, que expresa características que sólo pueden atribuirse a “Alguien que es Todopoderoso”. Dios supremo Elohim esgrime el todopoderío divino. Significa Dios Creador Omnipotente, Señor Grande en Poder y Majestad.

Aún en el español (y en toda lengua), la palabra más importante (imprescindible) en una oración es el verbo y el que aquí se utiliza refuerza el pensamiento que acabamos de expresar. El verbo creó (bara en hebreo) significa literalmente “Sacar algo de donde no había nada”. Es decir traer a la existencia lo que alguna vez fue inexistente. Dar vida a lo inanimado. ¿Quién podría desempeñar tamaña labor si no fuera “Alguien que es Todopoderoso”? ¿No se ajusta el uso de este verbo con las características omnipotentes del sustantivo Elohim?

La Trascendencia de Dios

Empero, aún hay más, en el mundo teológico, estas características de Dios son denominadas como la trascendencia de Dios. ¿Trascendencia? Sí, alguien que trasciende, es decir, que sale. ¿Sale? Y ¿de dónde? El contexto inmediato nos muestra de dónde es que Dios trasciende.

Los protagonistas de este relato son: Dios en su totalidad y su creación. Claro está que dentro de la creación hay una gama de elementos (muchos de ellos accesibles) que la conforman. Así también en Dios, una gama de verdades (muchas de ellas inaccesibles) conocidas en pequeña escala por su revelación hacia nosotros.

Ahora bien, partiendo de esta premisa ¿de dónde trasciende (sale) Dios? Obviamente de uno de los protagonistas. ¿De Dios? Imposible ¿Cómo Dios saldría de Dios? Esta sería una tautología inevitable. Entonces de la creación. Sí, un Dios que sale de la creación.

No se mal entienda, Dios no trasciende de la creación en el sentido de que se origine de ella. Mas bien todo lo contrario, la creación tiene su origen en Dios. Por lo tanto, Dios trasciende de la creación, en el sentido de que no es parte de ella, sino más bien El es el Creador.

Solía bromear con mis compañeros de clase y amigos diciéndoles que “para conocer a Dios como Creador debemos conocer primero lo que ha creado”. Nunca creí que esas palabras (muchas veces en tono peyorativo) cobrarían tanto valor en mi vida y en esta investigación. Al final de cuentas ¡es cierto! podemos conocer a Dios por lo que hizo y aún hace por nosotros.

Conociendo lo creado

Con el tiempo, y no sin esfuerzo, reconocí que toda la creación depende del espacio y el tiempo. Y si mi frase (aunque sarcástica) era cierta habría que ponerla a prueba. En mi artículo “El espacio, el tiempo y el sábado” escribí acerca del espacio que es un “lugar en el cual existe la materia, vale decir los cuerpos”. Y por tiempo, “la sucesión de instantes que ese cuerpo permanece en el espacio”.

Sin embargo, me costó mucho comprender este asunto. En verdad, no lo hubiese conseguido si no hubiese aplicado la geometría plana y del espacio en mis pensamientos. En medio de esta guerra de ideas, preguntas sin respuesta y muchos dolores de cabeza (esto último es verdad). Un destello de luz excitó mis neuronas y advertí un factor imprevisto.

El Espacio

Tuve que desempolvar enseñanzas del colegio y me concentré en definir el punto, sólo que esta vez lo haría de acuerdo a mi sano juicio y con mis propias palabras. ¿Qué es un punto? Una pequeña bolita negra, una mancha salpicada, una persona vista a lo lejos. Todo lo que podemos dibujar sobre un punto es otro punto. El punto no tiene dimensión, es la representación más pequeña de cualquier elemento.

Ahora imaginemos que tenemos el punto y lo estiramos de izquierda a derecha. Dicho de otro modo, dibujemos muchos puntos uno al lado de otro hacia una sola dirección en forma lineal, de modo que no quede espacio entre uno de ellos. Entonces tenemos una delgada línea recta. ¿Qué podemos dibujar sobre ella? ¿Sólo puntos? No, ahora podemos trazar líneas rectas (siempre y cuando sean iguales o más pequeñas que nuestra recta mayor).

Advertimos en primera instancia que sobre la línea existe movimiento, algo que no ocurría en el punto. Si el punto, por no tener movimiento carecía de dimensión, ahora la recta por tener movimiento sí tiene dimensión. En el mundo de la física y geometría a este fenómeno se la llama la primera dimensión.

Adentrándonos ahora al fondo de este pensamiento, es preciso imaginar a la línea como suspendida en el espacio. Coloquemos otra línea con las mismas características y medidas debajo de ella. Repitamos este ejercicio tanto como sea posible. Dicho de otro modo, ubiquemos muchas rectas una sobre otra juntándolas sin que quede espacio entre ellas. Haciendo esto habremos formado un plano o algo así como una hoja de papel.

Hay una característica adicional que diferencia a la recta del plano. Es que, mientras que en la recta dibujamos otras rectas en la misma dirección sobre la recta mayor, ahora sobre el plano podemos trazar líneas curvas, figuras geométricas. Aplicando un poco de imaginación y algo de colores podríamos dibujar paisajes, playas, montañas, “monalisas”, “santas cenas”, etc. Basta vernos en una fotografía para descubrirnos en un plano. A este universo de trazos se le llama comúnmente la segunda dimensión.

Como para tocar el fondo de este océano, imaginemos ahora un plano (de acuerdo a las características ofrecidas previamente) y practiquemos el siguiente ejercicio. Suspendamos al plano en nuestra imaginación ¿Qué podemos ver? Un cuadrilátero. Coloquemos ahora muchos cuadrados (en las mismas medidas y extensiones) uno detrás de otro hasta formar un cubo.

Ahora, a diferencia de la recta y el plano, dentro del cubo caben objetos con volumen y peso que ocupan un lugar dentro del cubo. Esta es la afamada tercera dimensión. Este es el universo en el que vivimos, nuestro día a día conocido también como el entorno clásico. Este es el espacio.

El Tiempo

Es fascinante descubrir otra verdad. Que existe otro elemento, no menos importante, que debemos resaltar. Imaginemos una manzana en frente nuestro. Ocupa un lugar en el espacio, tiene forma, volumen, color, olor, etc. Preguntémonos ahora ¿Cómo podríamos ver, tocar, oler y hasta comer la manzana si esta no permaneciera en el espacio ni un segundo?

Esto sería imposible, es que hay un elemento imprescindible en nuestro universo (y en cualquiera de las tres dimensiones), el tiempo. Particularmente concibo al espacio y tiempo como un todo: el espacio depende del tiempo y éste del espacio para ambos poder existir. En conclusión, la tercera dimensión está conformada no sólo por el espacio (espacio cúbico), sino también por el tiempo. Hay mucho más por explicar en cuanto a este asunto, pero el hacerlo nos desvía del fin que pretende el documento.

¿Una Cuarta Dimensión?

Sin lugar a dudas, el hombre más brillante e influyente del siglo XX (para la ciencia y la física) fue Albert Einstein. Entre sus famosas teorías, sus explicaciones del funcionamiento de nuestro mundo y sus aseveraciones hipotéticas. Tiene una peculiar explicación de lo que él llama la cuarta dimensión.

Imagínese a usted levantándose de la cama una mañana para empezar sus labores cotidianas. Desde tomar el desayuno hasta la cena usted realiza actividades diferentes. En el trabajo, la escuela, la casa, la calle. Sin embargo, una vez que llega la noche, al acostarse para descansar, Ud. Advierte una verdad (hipotética dice Einstein), que todo lo que hizo en el día, lo realizó ¡en un segundo!

¿Cómo puede ser esto posible? En realidad en el universo de Einstein esta hipótesis era verdadera (o podría llegar a serla). En efecto él proponía que si un objeto cualquiera pudiera moverse a una velocidad mucho mayor que la de la luz, entonces ocurriría un misterio notable. Que cuando un objeto se mueva muy lento, entonces, el tiempo transcurriría muy veloz para él. Por otro lado, si un objeto se movía muy rápido, entonces, el tiempo transcurriría muchísimo más lento.

En síntesis esto es lo que propone la relatividad de Einstein. Este pensamiento, además de haber revolucionado el concepto absoluto del transcurrir del tiempo, abrió un universo de estudios que terminaron validando la postura einsteiniana. Regresando a lo nuestro ¿Qué relación tiene la relatividad con la existencia de Dios? Respondo, mucha.

Dios, Espacio-Tiempo

La Biblia asegura en Juan 4:24 que “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (la cursiva no está en el original). Vale decir que Dios no tiene un cuerpo como nosotros lo tenemos puesto que es Espíritu. ¡Esto nos debería llevar a pensar que Dios existe fuera del espacio!

Ahora bien ¿No dicen las Escrituras que Dios nos hizo a su imagen y semejanza? ¿No insinúan estos versículos que Dios debe tener un cuerpo así como nosotros lo tenemos? No necesariamente, no podemos caer en el teo-antropomorfismo. Somos su imagen y semejanza en nuestra esfera de humanidad. El Señor nos hizo mayordomos de esta tierra para señorearla así como El es Señor del universo. A diferencia de los animales, somos seres racionales así como Dios también lo es. Tenemos libertad para escoger entre lo bueno y lo malo, somos independientes en nuestro entorno, como Dios lo es en el suyo. Lloramos, reímos, nos alegramos, nos entristecemos, sentimos, como Dios también lo hace. Este mundo originalmente fue hecho para nosotros así como el universo entero, y todo lo que desconocemos, es para Dios.

Por eso el salmista mencionó: “Le has hecho poco menor que los ángeles” (Sal. 8:5, la cursiva es nuestra) En el hebreo no existe la palabra ángeles propiamente dicha, sino más bien “Elohim”. ¿Acaso no es Elohim el título de Dios? Sí, tal como lo explicamos líneas previas. Por lo tanto Dios nos hizo poco menores que El mismo.

Debo aclarar esto, no es que somos dioses ni que lo llegaremos a ser (como aseguran los mormones) sino que el contexto del Salmo 8 es en relación a la creación: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmo 8: 6). Nuestro señorío en esta tierra representa, en pequeña escala, el señorío de Dios sobre el universo.

En términos generales, la semejanza que tenemos con Dios no es meramente física, más bien contiene términos muchos más amplios. Lo que comúnmente se denomina la multidimensionalidad del ser humano en relación con Dios.

La segunda relación entre el espacio-tiempo de Einstein y Dios es la eternidad de Dios. Gen. 21: 33 menciona que en Beerseba Abraham “invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno” (la cursiva es nuestra) El salmista afirma “Jehová es Rey eternamente y para siempre; De su tierra han perecido las naciones” (Sal. 10:16, la cursiva no está en el original). En ambos casos la palabra para “eterno” en hebreo es olam que significa esto mismo, “eterno, infinito”.

La eternidad es un atributo sólo divino. De hecho, sólo Dios es eterno. Para que algo o alguien llegue a ser eterno debe cumplir al menos dos requisitos: no tener inicio y no tener final, características que sólo Dios posee.

Si Dios es eterno quiere decir que el tiempo ha perdido poder sobre El. Esta afirmación está completa en sí misma, sin embargo, es más poderosa si decimos que Dios es el creador del tiempo. Y tiene que serlo, de otro modo ¿Quién lo hizo?

Resumiendo, Dios es creador del espacio y del tiempo. Como su creador no es posible que dependa de su creación (espacio-tiempo) para existir, es en este sentido que Dios trasciende (sale) de la creación. Como dije al inicio, pretendo ser lo más conservador posible, pero la evidencia es abrumadora (en realidad estoy siendo más conservador de lo que muchos podrían pensar).

Dios es absoluto. No necesita de nada ni de nadie para existir. Nosotros le debemos nuestra vida a El. De hecho, también le debemos (en menor escala) nuestra existencia a las herramientas que Dios proveyó para nosotros: el espacio y el tiempo.

Sale del Espacio y del Tiempo

Nuestro mundo se rige bajo leyes universales. El orden es un atributo divino. Nuestro universo físico está limitado dentro del espacio y tiempo. Este es nuestro entorno: la tercera dimensión. Einstein, como mencionamos antes, propone la hipotética cuarta dimensión en la que la materia escapa del tiempo. En el increíble mundo de einstein esto fue posible. Empero, Dios no sólo ha sobrepasado el tiempo, sino también el espacio ¿Qué dimensión es está? La respuesta la dije al iniciar esta presentación: “debo decir que mi mayor deseo es la de conocer la verdad y ser parte de ella. Está claro que para ello debo evitar caer en el error de la especulación”

Incursionar en el mundo de Dios puede ser fascinante pero no del todo seguro. Esto equivale a pretender explicar lo inexplicable. Deuteronomio 29:29 nos advierte que “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros.”

No queremos especular, en síntesis, Dios no necesita nuestra tercera dimensión para existir y con esta verdad nos basta. Si Dios existe en una hipotética quinta, sexta o séptima dimensión ese es un asunto que no nos compete (a mí particularmente, no). El propósito de este documento no es detallar la “dimensión de Dios” (si es que la tiene, yo creo que sí), simplemente es mostrar que él trasciende (sale) de nuestro espacio-tiempo y es dentro de este marco en el cual desarrollamos el documento.

Pero presentar a Dios con estas palabras, equivale a presentarlo de forma incompleta. La Grandeza divina empieza a manifestarse en su totalidad ahora.

YHWH, “Alguien que hace un pacto con su creación”

Cuando Moisés, en el relato de la creación, describió la manera cómo Dios formó al ser humano, utilizó palabras que valen la pena revisar. La primera diferencia la notamos en el uso del sustantivo utilizado por Moisés para con Dios al formar al hombre. La vez primera que Moisés llamó a Dios YHWH lo hizo cuando El formó al ser humano.

Mientras Elohim (para el resto de la creación) denota a “Alguien que es Todopoderoso”, YHWH presenta a “Alguien que hace un pacto con su creación”. Este es el nombre propio del Dios de Israel. YHWH esgrime atributos de Dios más cercanos al hombre, un Dios amigo, que aunque es todopoderoso es capaz de simpatizar con nosotros.

El verbo utilizado para formar al hombre es yatsa que significa “dar forma a algo a partir de la materia pre-existente”. Todo lo contrario de bara. Por otro lado existe mucha semejanza, entre el formar de Dios hacia el hombre, con la imagen del alfarero y el vaso de barro.

La Inmanencia de Dios

Cuando Dios creó al universo lo hizo con el poder de la Palabra, pero cuando formó al hombre lo hizo de un modo más íntimo. En el mundo teológico a este acto íntimo de creación se le llama la inmanencia de Dios. Mientras en la trascendencia, Dios sale de la creación, ahora en la inmanencia el Señor introduce su mano (obviamente, en sentido figurado) para ayudar al hombre.

Ambos conceptos inevitablemente nos muestran dos características propias de Dios: Primero, que el Señor Dios (Elohim) creador (bara) trasciende (sale) de la creación (espacio-tiempo). Segundo, que aunque Dios no necesita nuestra dimensión para existir, Dios (YHWH) formador (yatsa) del hombre, se imana (introduce) en la creación (espacio-tiempo) para estar con el hombre.

Cristo, la Máxima Revelación de Dios

Si somos analíticos en la forma cómo Dios se ha manifestado a los hombres bíblicos, vamos a advertir al menos dos formas de revelación. Primero la trascendente, Dios se manifiesta en visiones claras y palpables a los profetas. Todo su poder en gloria es manifiesto en visiones sorprendentes y sobrenaturales. Con Moisés, Dios hablaba directamente y acontecían sucesos extraordinarios.

La segunda es la inmanente, Dios se da a conocer por medio de imágenes sencillas como la del Buen Pastor, una madre que vela por sus hijos, una mano misteriosa, una gallinita y sus polluelos, como una Roca eterna, etc. Utilizando lo que conocemos (inmanencia) para llevarnos a lo desconocido (su trascendencia).

Sin embargo ninguna revelación fue tan trascendental como la inmanencia absoluta de Dios en Cristo. Este pensamiento es sublime en extremo y arrobador por naturaleza. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (La cursiva es nuestra).

Es cierto, Cristo fue un Gran Maestro, predicó a multitudes, hizo milagros, alimentó a multitudes, pero por sobre todo tuvimos en El, el derroche total del amor de Dios. En efecto Cristo es Dios. Sin embargo, este no es un tema nuevo, el discípulo Juan lo desarrolló hace mucho con las siguientes palabras: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14, la cursiva es nuestra).

¡Habitó entre nosotros! Por supuesto, Emmanuel denota Dios con nosotros. Tenemos que entender esta verdad. Dios creador del cielo y de la tierra, del espacio y del tiempo, atravesó el espacio asumiendo un cuerpo en Cristo y al hacerlo se introdujo en la dimensión del tiempo.

Este pensamiento no sólo nos impulsa a considerar tamaño acto, sino que refuerza la idea expresada antes, que Dios no necesita del espacio ni del tiempo para existir, pero, maravillosa verdad, hubo un momento en que sí la necesito y fue para salvarnos de la muerte eterna, en ese momento crucial, Dios mismo, estuvo dispuesto a pagar el precio infinito por nosotros.

Aún hay más, el apóstol Pablo aconsejó a los filipenses que “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (¡la cursiva es evidentemente nuestra!)

Otras versiones traducen como “se anonadó a sí mismo”, aquí la preferimos como “se vació a sí mismo” lo cual muestra la imagen de un vaso depositando su contenido en otro recipiente (tal como sucedió, en sentido figurado, con Cristo), Jesús veló su divinidad. De acuerdo con el sistema sacrificial levítico del Santuario terrenal, en algún momento de la historia vendría el “Cordero de Dios” (Juan 1:29), que el Bautista lo identificaría, milenio y medio después, con Jesús (Juan 1:30).

El libro de hebreos detalla aún más este asunto. Al momento de venir Cristo a esta tierra, el autor de hebreos esgrime una de las frases claves de nuestra investigación. “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo” (Heb. 10: 5, la cursiva es nuestra).

¿Entrando al mundo? ¿Qué significa esta expresión a la luz de lo que venimos diciendo? ¿No insinúa este texto, que Jesús estaba fuera del mundo? “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). ¿De dónde vino? Evidentemente de cualquier lugar menos de este mundo: trascendencia-inmanencia.

Un tercer elemento, la materia

Volviendo al versículo de hebreos, existe una palabra que debemos considerar, es cuerpo. ¿Por qué necesitaría Dios un cuerpo? Porque no lo tiene sería una buena respuesta. No seamos muy apresurados en contestar.

Piensa en el espacio y tiempo pero sin materia. Es decir, percibamos un lugar en donde no haya nada ¿Qué podemos ver? ¿Un espacio oscuro? Bueno, eso es lo que hay allí, “un espacio oscuro” por lo tanto hay por lo menos un elemento, que es espacio oscuro, que habita ese lugar, consecuentemente esa no es una zona sin elementos pues ya hay un “espacio oscuro” alojado allí.

Esforcémonos otro poco ¿Qué podemos ver? En realidad esto es imposible, nuestra mente nunca concebirá lugar alguno en este mundo en donde no exista nada. Esto tal vez se deba a que utilizamos para este ejercicio un cerebro que ocupa un lugar en el espacio y en el tiempo, por lo tanto ¿Cómo imaginar un lugar en donde no haya nada, con un cerebro que ocupa un lugar en el espacio-tiempo?

¿A qué queremos llegar? Pretendemos mostrar que existe un tercer elemento que hace que el espacio y tiempo existan y es la materia. Tal vez por eso el autor de hebreos escribió “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo (materia)”. ¿Y para qué? Para poder ingresar al espacio-tiempo (o mundo como dice hebreos) en el que vivimos.

Un Amor Infinito

Ahora yo pienso en Dios, su trascendencia, soberanía, autoridad, poder. Viene a mi mente también su inmanencia, su compañía, su amistad, su consuelo en el dolor, su apoyo en la dificultad. Pienso también en Cristo, quien es Dios, que para alcanzarme atravesó la línea divisoria del espacio-tiempo-materia. Y no siento sino un nudo en la garganta, un conjunto de emociones diversas, una inexplicable admiración.

“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2: 8, cursiva nuestra). En la cruz del calvario no sólo había un hombre sufriendo, estaba Dios. Un Dios que para alcanzarme extendió su mano en dirección mía. El en su esfera de divinidad y yo en mi humanidad. El en su realidad y yo en mi espacio-tiempo-materia.

Hubo una época, la Edad Media, en que el hombre percibía a Dios en un inconsistente misticismo. El opresor poder católico romano había prohibido la lectura de las Escrituras so pena de muerte.

Privados de la Biblia, cada uno formaba su propia idea de Dios de acuerdo a las circunstancias que vivían. Si una noche el cielo tronaba, entonces Dios estaba enojado. Si llovía, Dios lloraba. Muchos rebajaron a Dios a un nivel humano, en tanto que otros creyeron que se había olvidado de nosotros. Friedrich Nietzsche dijo “Dios ha muerto” (claro que en 1889 presentó un penoso cuadro de demencia).

Hoy, un porcentaje muy elevado poseen las Escrituras en sus casas. Sin embargo, es lamentable, que en la era de la luz, nuestras vidas sigan en oscuridad. Hemos perdido objetividad en nuestra percepción de Dios. Somos los mismos mendigos de antaño, sólo que esta vez acomodados en sillas de oro.

¿Quién es Dios para ti? Tal vez debamos cambiar de Dios, es decir, nuestro concepto de El. ¿Quieres intentarlo? Continuará…

Kebby Rodríguez Gutiérrez